No siempre he podido asistir a El Patio del abuelo Pancho, que como espacio sistemático de Teatro El Mirón Cubano, combina la música –en su aniversario tuvo de invitada a Enid Rosales- con escenas titiriteras, payasos, circo y narraciones orales, que conjugan recursos del teatro de figuras en las que la defensa de las leyendas de Américo Alvarado, que defienden las tradiciones y la historia de Matanzas, forman parte del tejido dramatúrgico y de una de las zonas que más me gustan del espacio: la reinvención, inteligente, sensible del espíritu identitario.
Lo que antes significaba en el mundo gamer perder una vida y recargar en el punto de guardado más cercano o, en el peor de los casos, un reinicio total, se ha vuelto una de las mecánicas en las que más se ha innovado en los últimos años en el mundo de los videojuegos.
La primera vez que morí a los mandos de una Nintendo fue con el Super Mario Bros. Uno iba recolectando puntos que se traducían en oportunidades, las cuales a su vez definían la cantidad de veces que podías morir sin consecuencias antes de que te vieras obligado a empezar todo el juego de nuevo.