Resentimientos de una casa azul

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Profesores y alumnos lamentan el deterioro del Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas (IPVCE) Carlos Marx.

“La vocacional ya no es la de antes”, piensa Dora María Román Mayoz, quien podría ser de las educadoras más longevas en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas (IPVCE) Carlos Marx, de Matanzas.

Cuarenta y cuatro años le han bastado para vivir la creación del anfiteatro, la construcción de los bloques actuales, las competencias en la piscina olímpica y los juegos en el tabloncillo. Sin embargo, el tiempo ha representado también, para esta profesora de Geografía, la oportunidad de contemplar el descuido y las dificultades que han causado estragos en esta histórica escuela.

Para Dorita, como la llaman los conocidos, subir a la última planta a impartir sus clases es un motivo de congoja, pues desde allí puede ver en lo que se ha convertido el instituto que la vio crecer como profesional. “A una, que ha vivido aquí, le duele que esté así, que mires a un lado y le falte esto, que mires al otro y le falte también algo.

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“Aquí había cinco comedores, se daban 11 turnos de clase, se iba al campo a trabajar y a la finca; sí, porque la escuela tuvo una finca, donde se vinculaban el estudio y el trabajo y los muchachos se quedaban 15 días”, rememora.

A la nostalgia de sus palabras se sumó Reinier de la Cruz Betancourt Hernández, profesor que, junto a Dorita, presenció el pasar de los años en “la gran casa azul”.

“Las graduaciones en el anfiteatro, —intervino El Químico, como es conocido cariñosamente—, aquellas sí que eran graduaciones; se hacían mesas suecas de comida con todas las de la ley, alrededor de la piscina, e incluso uno podía hasta bañarse en ella. El campo de marabú que bordea parte de la escuela era todo un terreno de pelota, había también dos bibliotecas.

“Y no me quiero acordar de los laboratorios, que eran una maravilla; tenían gas y agua, se hacían todas las prácticas, y a los muchachos les encantaba. Así daban ganas de estudiar las ciencias”.

***

El IPVCE surgió en Jagüey Grande con dos escuelas, las cuales se trasladaron hacia la ciudad de Matanzas en el año 1977. Es entonces cuando se empieza a formar el IPVCE Carlos Marx, donde existieron cuatro unidades que a su totalidad albergaban un aproximado de 2 500 alumnos internos, amantes de las ciencias exactas.

Los hombres de ciencia sustentan el futuro de la Cuba existente. Muchos son los egresados de estos centros educativos que actualmente retribuyen a la nación con gran profesionalidad en su labor.

A pesar de ello, las escuelas se modifican a la par del contexto. El endurecimiento del bloqueo y la caída del campo socialista, que proveía a la Isla de la mayoría de sus recursos, provocaron que varias entidades no se pudieran sustentar desde el punto de vista económico y social.

Por tanto, a principios de siglo, el país fue tomando una tendencia a disminuir los megacentros y las masas estudiantiles fueron desconcentradas en función del acercamiento hacia sus hogares; ello propició una reducción relevante en la matrícula.

Alfredo Santamarina Linares, subdirector de la institución, ligado a ella desde sus inicios, comenta que, al producirse tal descenso de estudiantes, la vocacional se reduce a solo dos unidades, por lo que las restantes quedaron a merced del tiempo y de otros centros educacionales.

Cuando te acercas a los bloques tres y cuatro, es evidente que mucho empeño no se ha puesto en mantener algunas de las estructuras con más recuerdos de este centro. Desde errores ortográficos en declaraciones de amor, hasta autógrafos de estudiantes con aires de celebridad, abarcan casi la totalidad de las paredes del tabloncillo y los edificios, donde hasta hace unos años se encontraban estas unidades.

Mauro Fundora Rubio, estudiante de onceno grado en la institución, coincide en que estas estructuras actualmente no son de utilidad para las nuevas generaciones debido a la destrucción, excepto las piscinas que “al menos se utilizan como cancha de fútbol”.

Sin embargo, en su opinión, una reparación de estos locales resultaría beneficiosa para la docencia y para la estética de una escuela que ha perdido más de la mitad de su infraestructura original.

“La gente pregunta por qué se dejó que el tabloncillo se pusiera así. Es que envejeció, no se reparó, no había madera ni dinero para hacerlo nuevo; y por qué la piscina no se vuelve a llenar, pues porque envejeció, el sistema de bombeo colapsó y el equipo no se podía comprar. Existe la voluntad, pero no hay un respaldo para ello”, señala Santamarina Linares.

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La dirección del país se ha percatado de que tanta simplificación en los IPVCE altera el concepto de Fidel sobre el valor de estos centros, por lo que, al día de hoy, se maneja un plan a nivel nacional para revitalizarlos y rescatar su esencia.

Ariel Lázaro Santana Collymores, director provincial del Nivel de Educación Preuniversitario, señala que, para lograrlo, se ha decidido convertir a estos institutos en un foco de atención y, solo este año, la cantidad de alumnos de décimo grado excede en 150 a la matrícula del curso anterior.

Debido a este incremento, es necesario un aumento de becas que permitan albergar a los estudiantes internos y el mejoramiento de ciertas áreas que complementen el desarrollo de una vida estudiantil de calidad.

El presupuesto destinado al actual curso no sobrepasa los 900 000 pesos para el mantenimiento constructivo, y se comparte con el Instituto Politécnico de Informática que acoge el complejo, aclara Yitcen Matos Romero, subdirectora económica de la institución.

“Años atrás se intentaron reparar algunas de las áreas que se encuentran hoy en desuso, pero, debido a la destrucción que posee, esa zona necesitaría una inyección capital con la que no se cuenta en estos momentos”, explica.

Según Santana Collymores, este presupuesto no es suficiente para lograr todos los sueños de remodelar completamente el IPVCE; por ello, “no se puede dirigir un presupuesto a reparar el tabloncillo, el teatro o la piscina, cuando todavía algún dormitorio posee una taza con salidero o una mala instalación eléctrica. La idea es mejorar poco a poco”.

Yuneidis Imbert Chaple, quien al momento de esta entrevista se desempeñaba como miembro del Buró del Comité Provincial del Partido Comunista de Cuba en Matanzas, confirma que el Ministerio de Educación se encuentra como sector con déficit presupuestario y a pesar de que la provincia destina el 70 % del presupuesto a problemas sociales, hay que seguir apelando a la intersectorialidad para saldar las deudas, sobre todo constructivas.

Desde hace un tiempo se ha desarrollado un plan de reconstrucción de las becas ocupadas. Asimismo, se ha pintado la fachada y el anfiteatro, se han agregado barandas a las escaleras que no contaban con ellas y, aunque todavía sigue siendo un problema recurrente, se ha invertido en la reparación y sustitución de la red hidráulica.

Krison Cárdenas Carmenate, de onceno grado, considera beneficiosas las obras realizadas para mejorar las condiciones de los estudiantes que son matrícula de esta entidad. No obstante, no piensa que estén creadas las necesidades básicas para recibir un mayor número de alumnos, porque la escuela carece de profesores, alimentos, espacio e infraestructura hidráulica para sustentarlo.

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“Nosotros tenemos dificultades económicas grandes, pero si en nuestro hogar se rompe una tablilla y no se repara, llegará el momento en el que esta se caiga”, argumenta Dora, señalando las desgastadas persianas a sus espaldas.

A pesar de todo, sigue subiendo diariamente a la última planta para impartir sus clases, pero con miedo a olvidar lo que hace décadas vio nacer y, posteriormente, desmejorar. Sus sueños son simples: que la gran casa azul vuelva a ser lo que algún día fue. (Por: Samantha Fierro Rodríguez, Daniela Candelario Montero, Beatriz Mendoza Triana y Álvaro Alfonso González, estudiantes de Periodismo/Foto: Daniela Candelario Montero)