Melba y su pasión por el magisterio

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“A mí no me gustan las entrevistas”, me espetó cuando le comuniqué el motivo de mi inesperada visita al lugar que dirige. Ese día, bien temprano en la mañana, Melba Alonso Verdecia había recibido la medalla Rafael María de Mendive por su trayectoria como educadora.

Aunque costó un poco de trabajo convencerla, al rato esta mujer, medio tímida y muy humilde, hablaba como suelen hacerlo quienes han entregado toda su vida al magisterio: con una pasión enorme. Fue así que comenzó a contarme de sus andanzas desde que en 1981 se graduara como maestra.

Explicó entonces por qué eligió la enseñanza primaria. “Me gustan mucho los niños pequeños, por eso mientras estuve frente al aula trabajé de primero a cuarto grados”. Luego fue jefa de ese ciclo y desde hace 15 años se desempeña como directora de la escuela Frank País, en el reparto Reynold García, conocido como Pastorita.

Serían interminables las anécdotas de Melba, los tantos logros del plantel recogidos en diplomas que atesoran en el sitial de historia… No obstante, siempre advierte que sin su colectivo, conformado hoy por 112 trabajadores, nada sería posible. “La mayoría me sigue y eso representa para mí una gran satisfacción”.

Recuerda la etapa de la covid-19 en que vio transformadas en albergues las aulas de la escuela. “Aquí cumplíamos diferentes tareas: unos atendían a los vulnerables, otros hacían pesquisas, un grupo laboraba en la cocina-comedor… Había que garantizar en tiempo y con calidad los alimentos”.

Durante ese lapso, si bien le tocó permanecer en la zona verde, no estaba exenta del peligro, pues también debió proporcionar algunos artículos, como toallas y jabones, a los enfermos y al personal de Salud. “Hubo que trabajar muchísimo. La buena noticia es que ninguno de los nuestros se contagió”.

Dirigir el centro de aislamiento, aun a sabiendas de sus riesgos por ser diabética e hipertensa, no hizo más que recalcar que ese nombre de heroína no lo lleva por gusto. Por otra parte, con ella funciona aquello de que ‘de casta le viene al galgo’, pues su padre, ya fallecido, era profesor de Táctica militar.

“Siempre me guió por el buen camino”. Se le entrecorta la voz. “Me aconsejaba cómo debía actuar ante cada situación que se presentaba en el centro”. Y es verdad, dice, que “uno tiene que traer a la escuela las dos jabas: la de ganar y la de perder. Aquí hay personas con muchísimos problemas y tienes que tirarles el brazo por encima”.

Ser más humana, más humilde, ponerse en lugar del otro, darse cuenta de que siempre hay alguien que está peor que uno y necesita ayuda, son valores que, confiesa, ha reforzado durante este último quindenio, en el que mereció, entre otros reconocimientos, la Distinción por la Educación Cubana.

Con sencillez nunca exagerada, habla de la alegría que le provoca cuando alguien por la calle la llama ‘maestra’, ‘profe’ o ‘directora’, pues lleva esa condición en lo más profundo de su ser. Igual orgullo le provoca ver a sus pequeñines convertidos en hombres y mujeres de bien.

Tal es el caso de Yudith Rodríguez Reyes, quien de manera valiente se mantuvo al frente del grupo especializado de Operación y Socorro cuando ocurrió el incendio en la base de supertanqueros, en la ciudad yumurina, y fue parte del grupo de alumnos que más la marcó en toda su trayectoria.

Y aunque durante su largo bregar en la profesión no todo ha sido color de rosas, sabe que cuando se jubile, algo que dada su condición de salud no tardará mucho tiempo en suceder, va a extrañar la escuela, las responsabilidades…

Para Melba “el magisterio es hermoso, pero lleno de sacrificios. Se precisa sabiduría, humanidad”, en tanto, repite lo que una compañera que pasa en el momento de la entrevista le recuerda: “entregar sangre, corazón y vida.

“Cada niñito que está sentado en el aula es un pedacito de ser y tienes que llegar a la familia para conocer cómo se siente. Aquí los hay alegres, otros menos, pero hay que trabajar con todos. Es una labor muy abnegada y bella”.

Y sin necesidad de hacer la pregunta que casi siempre se impone cuando se trata de profesiones que exigen una profunda vocación, concluye: “Si como dicen, uno volviera a nacer, yo volvería a ser maestra. No me hallo trabajando en otro lugar que no sea en una escuela. Los niños dan amor, cariño. Son muy sinceros”.