Evocación de mi terruño dormido

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Los cañaverales, la tierra colorada por el sol, el paseo único a mitad del pueblo, los cuentos populares del hombre que calaba los melones y metía el trozo de fruta en su sitio, eso me gusta recordar del lugar donde nací. La gente dice que cuando los guajiros se mudan del campo lo olvidan todo, igual que los que salen del país; yo lo recuerdo y los ojos se me llenan de dolor.

Calimete nunca ha sido el típico destino que aparece en las postales turísticas, le faltaría mucho mar, o adoquines, o plazas de la Revolución; no es el Amalfi cubano, para nada; pero es donde se acurrucan las remembranzas de mi infancia y la vida de gente que cada día se hace más viejo y la ve en su deterioro.

Los calimetenses solemos estar orgullosos de nuestra tierra, de que ahí estuvo José Martí, de nuestra zafra, del azúcar del Central Jesús Rabí y de la gente que te extendía la mano si lo necesitabas. Ahora es mejor hacer como la Madreselva y esconder detrás de lindas flores el muro en el que no te puedes recostar.

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La última vez que fui la observé como nunca antes; sigue la tierra colorada pero la producción de caña ya no se ve majestuosa al entrar al poblado. ¿Cómo es posible que no se explote tanta fertilidad? Los campos se nos secan y la zafra pasa inadvertida desde hace tiempo. Restan ciertos pedazos de vida que “resuelven”.

El paseo al que parecen haberle caído millones de años aún se levanta frente a las biplantas de siempre, como el cine en el que ya no se proyecta nada. Parece que fue ayer cuando el cine-teatro Colindres acogía funciones de ballet, música de concierto y el estreno de filmes cubanos y extranjeros. ¿Quién diría que lo que ahora son ruinas era un espacio artístico al que podían asistir más de 1 200 personas?

Por el escenario del Colindres pasaron prestigiosas figuras de la cultura cubana y extranjera como Rita Montaner, Enrique Arredondo, Rosita Fornés y la orquesta Aragón; pero también el destructivo ciclón Michelle en el año 2000, después del cual solo queda la mitad de su nombre en las alturas y las paredes de lo que antes era lo mejor de la cultura calimetense.

Cuando preguntas por la posibilidad de reparación, te dicen que las cifras son inalcanzables, al igual que las del policlínico, o el parque infantil por el que pasaron generaciones enteras y ahora le queda algún que otro columpio medio roto y la hierba, mucha hierba.

Ya decía, Calimete es como esa Madreselva, tiene muchísimas flores, pero también esconde una pared destruida a la que nadie quiere recostarse, nadie sabe qué “tipo de ciclón” fue el causante del desastre, pero tampoco se detienen a averiguarlo. (Por: Emily Martínez, estudiante de Periodismo )