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Participar, sin filtros…

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El comercio a través de las redes sociales se ha puesto muy de moda en Cuba durante los últimos años. La covid, con su aislamiento social, lo propulsó de manera inimaginable, si bien ya existía. No sé si les ha sucedido que muchas veces compramos algo por esta vía y cuando lo recibimos en casa no satisface nuestras expectativas. 

Puede ser más pequeño, traer menos cantidad de la que vimos en la foto, no presentar la misma tonalidad de color que la mostrada vía online, entre otras características que no terminan de acomodarnos o convencernos. Esto sucede con el comercio online, pero también cuando conocemos alguna persona en Instagram o Facebook y nos creamos un falso perfil de quien es por las imágenes que comparte o los posts que sube. 

Hay quienes se decepcionan cuando se conocen en persona o por casualidad comparten en otros escenarios alejados de la virtualidad, y ese imaginario no solo físico sino también moral suele derrumbarse, pues no coincide todo lo que predica en Internet con su manera de comportarse. 

Construir la imagen que queremos mostrar de nosotros en redes sociales es bien fácil. En ellas podemos vivir el amor más idílico, aunque en el hogar la relación vaya cuesta abajo; ser los mejores profesionales y “no disparar ni un chícharo en el trabajo”; convertirnos en el típico defensor de los derechos de los demás y no atrevernos ni a levantar la voz en una cola. En conclusión, que podemos ser lo que queramos en la virtualidad, y ya el mundo real es otra cosa.

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Se dice que lo importante, en todo caso, es estar, participar en el espacio virtual, aunque nuestras vidas y acciones no sean coherentes con los contenidos que generamos en estas plataformas. 

Y en esta trampa puede caer lo mismo el adolescente que intenta sobresalir, que la empresa que desea vendernos un producto o esa entidad que se proclama ejemplo de buen trato y servicios pero, cuando la visitamos, dejándonos llevar por su publicidad, chocamos con la cruda realidad de la apatía y la desidia. 

Por lo general, en la vida virtual y en la real somos distintos, porque lo virtual no exige poner el cuerpo y eso, junto al anonimato, desinhibe y hace que el compromiso de cada uno respecto a su imagen, dichos y decisiones cambie, en algunos casos, radicalmente. En otras palabras, como el papel, las redes sociales aguantan todo lo que usted le ponga. 

Ello sucede, en gran medida, porque las personas obtienen un nivel global de satisfacción en la vida que deriva de su comportamiento diario con la familia, la pareja, el trabajo, las relaciones sociales o las aficiones. Casi siempre cuando no se consigue diversificar las fuentes de satisfacción o nos sentimos insatisfechos en algunas de ellas, recurrimos al mundo virtual en un intento de compensar lo que no tenemos en el real.

De cualquier forma, en algún momento nos tocará confrontar el escenario virtual con el real y ver cómo muchas veces el primero se desvanece dejándonos prácticamente desnudos ante la certeza de lo que vivimos a diario. 

Por eso, creo que, en las redes sociales, como en la vida, es necesario participar, pero siempre con mesura y desde la honestidad, sin filtros. Que el post, la foto o el reel que compartamos sea reflejo de lo que vivimos y no de lo que intentamos edulcorar.

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