La única casa Art Nouveau de Matanzas y el próximo aguacero

Creo que la durabilidad de las viviendas puede calcularse en cuánta lluvia  soporta. Por ello, cuando me pregunten cómo es mi vivienda de diseño soviético, en vez de la retahíla de detalles que se colocan en los grupos de Compra-venta, sencillamente responderé: “500 aguaceros”. Tal vez aquel edificio colonial, que ahora convirtieron en un bar donde se vende cerveza, sea de 3 000; o el pequeño bohío donde el guajiro duerme cerca de sus cosechas, para que no se las roben, sea de 100; y así. Por ese motivo si me pidieran que describiera esa vieja casa, la única de Art Nouveau en Matanzas, solo diría: “una llovizna”.

El edificio de dos pisos ubicado en la calle Ayuntamiento, entre Río y Medio, quizá cuando se erigió en el siglo XIX, pudo aguantar varios rabos de nubes, dos o tres venganzas divinas o un par de caprichos de los huracanes con nombre de mujer. Sin embargo, con el transcurso del tiempo, sin la mano del hombre que cerrara las cicatrices de la naturaleza, temo que no resista el próximo chubasco, aunque sea uno de esos que caen con el sol afuera y la gente susurra que la hija del diablo se va a casar.

El techo del lobby de la segunda planta se curva hacia dentro, como si fuera un papel que el dedo de Dios presiona. Incluso, en algunas áreas se han caído pedazos, como si Dios también quisiera que contemplaras su rostro mientras intenta terminar de hundir el tejado. Roberto Prens Campo, el actual inquilino del sitio, colocó unos palos largos para apuntalar las zonas más críticas; pero, ante tanto deterioro, luce como un intento infantil de detener lo inevitable.

Las paredes, de tan endebles, parecen puertas abiertas. Al rozar cualquiera de ellas pudieras entrar en la habitación próxima en medio de una explosión de polvo de piedra. Los capiteles de algunas columnas muestran sus fisuras, como si quisieran recordarnos que aquello que nos sostiene puede resquebrajarse también. En el enrejado del pequeño balcón —babeado por el óxido— colgaron varios carteles donde se lee “Peligro de derrumbe”.

En Matanzas podemos encontrar edificaciones patrimoniales que presentan condiciones similares de desgracia; pero pocas con la unicidad de esta, y de ahí la premura que se precisa en su restauración, antes de que su contador de lluvias llegue a cero.

LA ÚNICA CASA ART NOUVEAU DE MATANZAS

El Art Nouveau (en francés) o Arte Nuevo constituye un movimiento artístico que surgió en Europa a finales del siglo XIX y se extendió por los inicios del XX. Buscaba romper las corrientes anteriores que propugnaban los cánones históricos, como pueden ser el neogótico o neoclásico. En lo formal, rehuyeron de la simetría y de la línea recta, y buscaron la belleza en lo curvilíneo y en lo disparejo, como una manera de demostrar que lo hermoso no solo se halla en el equilibrio. También su máxima inspiración la extrajeron de las formas de la naturaleza, como plantas y conchas y otras vanidades del diseño en libre albedrío. Entre sus principales exponentes se halla Antonio Gaudí, el catalán que creó la Sagrada Familia, entre otros.

La corriente del neoclásico predominó en Matanzas. Aquí hallamos edificios insignes de este movimiento en la Isla como el Teatro Sauto, el más representativo de todos, o el Cuartel de Bomberos. “La ciudad cierra su urbanismo total en 1888; por tanto, los nuevos estilos que vinieron después no fueron acogidos ampliamente. Sin embargo, hubo familias que dedicaron su fachada a alguno de estos, porque sencillamente les gustaba y lo quisieron así”, explicó Leonel Pérez Orozco, conservador de la ciudad.

Entre las viviendas que fueron remodeladas se encuentra la de Ayuntamiento, cuando en 1910 se le incorporan elementos formales del Art Nouveau. Podemos apreciarlo en lo sinuoso de su diseño y en la exquisitez, como si lo hubiera realizado un escultor, de los acabados en la parte frontal.

Incluso tiene motivos como siluetas de hojas a relieve; sin embargo, las verdaderas plantas, con sus tallos y su clorofila, comienzan a brotar desde las fisuras de la piedra —arbustos colgantes, helechos— y se mezcla lo artesanal con lo natural, hasta un punto que parece que la piedra toma vida o la vida se transforma en piedra.

“En Matanzas hay solo dos construcciones que en fachada son Art Nouveau: una, que es muy simple, se encuentra en la calle Buenavista, entre Cuba y Río, y esta de Ayuntamiento, que sí es un perfecto ejemplo del movimiento, —continúa Pérez Orozco—. Al principio tenía un balcón bellísimo, con unas columnas salomónicas que subían hasta una especie de media esfera, que se cayó en 1922 por un ciclón, y así adquiere la forma actual”.

Yesier Bofill Pedroso, director de Patrimonio y Construcción del Consejo de Administración Municipal, informa que el lugar, al hallarse en el área de la ciudad declarada como Patrimonio Nacional y por el valor en sí del inmueble, recibe el grado de Protección 2, que se le otorga a las construcciones históricas en estado crítico. “Cuando se inspeccionó el lugar, la Dirección de Vivienda, nosotros y otras entidades pudimos observar el deterioro”, reconoce. 

“Quizás en otros lugares de Cuba esto es simple, pero cuando una ciudad tiene una sola expresión de un estilo, hay que preservarlo totalmente, —remarca Pérez Orozco—. Sé que la situación es muy difícil y que hay muchos problemas, pero lleva prioridad”.

El conservador argumenta que en más de una ocasión han realizado llamados de advertencia con respecto a dicha situación a las autoridades, pero hasta ahora no han tenido respuestas firmes. Cada día se halla más cercano el próximo aguacero, la estocada del cielo, que no se sabe si será el último. Sería triste que donde ahora se erige la casa quedara un descampado, como otros que se esparcen por la urbe y que las personas aprovechan para orinar cuando la noche los agarra y los baños desaparecen, una última burla de la ciudad a sus muertos.  

EL PRÓXIMO AGUACERO

A Roberto Prens la reparación del inmueble le queda demasiado grande. Cuando nos recibió en la parte baja de la estrecha escalera que conduce al segundo piso que habita actualmente, se sujetaba con el elástico del short la bolsa de una sonda que hace poco le habían puesto como un remedio contra una enfermedad de la próstata. Tal vez porque sabe que, sin importar cuánto pan con lechón o durofrío venda en la Calle Medio, nunca le bastarán para aportarle un mínimo de confort, no se ha preocupado mucho por organizar o limpiar. Las telarañas cuelgan de los ángulos de las habitaciones como gaza o jirones de nubes a ras de cielo, y los muebles se encuentran arrinconados por aquí y por allá.

Me comenta que en varias ocasiones ha sentido miedo de estar ahí, como en esos viejos caserones encantados cuyas ventanas se convierten en guillotinas, o los de las novelas brasileñas donde las escaleras resultan el arma homicida que prefieren las antagonistas. Hace unos meses en medio de una tormenta, creyó que el lugar ya no toleraba su presencia, que le realizaba un llamado de emergencia a modo de ultimátum antes de irse al garete.

Al apoyarse en una pared, un corrientazo casi no deja que haga el cuento, el mismo que me relató a mí. En la acera, a pocos centímetros del frente del edificio, hay un transformador; las ramas que surgen desde la fachada —las mismas que no sabemos si son piedras que tomaron vida o la vida que se transformó en piedra— lo rozan, se enredan entre los cables. Entonces, la energía se transmite por los arbustos mojados hasta las paredes mojadas.

Prens, desde que se mudó allí, siete años atrás, ha intentado buscar ayuda institucional para reparar el sitio. Aquí comienza una vieja historia de demoras y desgaste. La maldición que nos heredó el primer ebanista que fabricó un buró. Logró en un punto que le entregaran unos 30 sacos de cemento, que solo le alcanzaron para repellar una mínima porción del lugar, dado su tamaño, y un subsidio que le prometieron que nunca llegó. Finalmente, acordaron que le entregarían una nueva residencia; sin embargo, figura solo como copropietario del inmueble y ello dificulta el otorgamiento.

El anterior dueño Orestes Bulet, un amigo que hizo en sus correrías de vendedor de lo que aparezca y al que llama papá, porque hizo por él lo que su propio padre no hizo, darle techo y sustento, lo invitó a vivir allí. El señor, al morir, le lega su parte de la propiedad a Roberto. La otra porción le pertenece aún a la hermana de Orestes, quien padece una discapacidad mental por vejez. Ahora una sobrina reclama la casona como suya.

Hasta que no se resuelva esta disputa legal no se le puede dar a Prens una nueva vivienda y, como solución, le ofrecieron ubicarlo en un lugar de paso, pero él se negó. “¿Cómo voy a ir para un albergue, si yo tengo lo mío?”.

“Ante la ley, no es de su propiedad; y para realizar un cambio de inmueble, debe estar en su poder el lugar, y él está en la tramitación de ello”, confirma Bofill Pedroso.

A la vez, según me cuenta el funcionario, si logran solucionar la cuestión jurídica, se piensa comenzar las reparaciones en el 2025. “Si llega al 2025 —me responde Orozco, al comentarle los enredos de papeles y la fecha de la posible intervención—. Han existido problemas legales; pero eso tampoco puede definir la situación. No puede trabar, bajo ninguna circunstancia, el fenómeno de la restauración. El patrimonio no espera por problemas ni por decisiones ni por burocracia, el patrimonio se cae, se destruye. Por tanto, hay que estar un paso delante de lo que va a suceder”.

En lo que arriba el 2025, y esperemos que de aquí a allá nos aguarden lluvias gentiles y vientos leves, se pretende tomar una serie de medidas para evitar el colapso o, por lo menos, si este ocurre, que no existan víctimas; lo cual no va más allá de un triste consuelo.

“Con los compañeros de la comisión de vialidad, se pusieron señales para que los automóviles no estacionaran ahí y no transitaran los peatones. Además, se quiere apuntalar el techo, pero hoy no contamos con la madera de más de seis metros para llevarlo a cabo”, informa Bofill Pedroso. Habrá que esperar que los pilotes que colocó Roberto se mantengan lo suficiente, como un palillo de dientes para enfrentar a Dios, en lo que aparecen los maderos con la altura necesaria. De vez en cuando algunas tardes comienzan a cargarse de negro. En el horizonte, aparece un cúmulo de nubarrones e incluso algún que otro tajazo violeta; mas, al final, esa furia contenida no baja a la tierra. La siguiente ocasión que se desate, que Matanzas se limpie a sí misma de suciedades, esperemos que la ciudad no perciba a la única casa de Art Nouveau, como eso, como otra suciedad que se debe erradicar. No permitamos que su contador de lluvias se detenga, y desaparezca con él una parte del patrimonio que nos pertenece a todos.