En este año de ordenamiento monetario recuerdo a mi abuela. Antes hablaba de los kilos como si se tratara de algo muy valioso. Vivía anclada a los tiempos en los que compraba un rico dulce con unos centavos, por eso quedaba atónita al conocer el nuevo precio y le hervía la sangre cuando el vendedor le decía la popular frase: “¡Tía, el kilo no tiene vuelto!”.