Cousteau, el Titanic y el tesoro de la bahía de Matanzas

La equis señala el tesoro. Bajo la equis mueren todas tus ambiciones. Quizá por ello, a través del tiempo los tesoros –los de los cofres con filamentos metálicos que en su panza guardan el oro y los otros– han fascinado a la humanidad como la búsqueda definitiva, solo superada tal vez por la de la felicidad. O en su búsqueda tropiezas con la felicidad ¿Quién sabe? Solo importa que él está allá afuera y tú no lo has hallado. 

Tal vez, por ello, los matanceros nos sentimos atraídos por la bahía. Sabemos que en su fondo hay una fortuna (en las dos acepciones de la palabra: una relacionada con la suerte y la otra con el dinero) que no hemos descubierto aún. Es la gran equis en la geografía de la ciudad. El gran misterio que como Leviatán espera en el lecho marino. 

El 10 de junio de 1628 el almirante holandés Piet Hein capturó la Flota de la Plata que, como su nombre indica, transportaba las riquezas arrancadas a la piel de las Américas a España. Los despojos de esta acción yacen en las profundidades de la rada, ocultos en algún cuadrante entre el faro de Maya y la Zona Industrial, quizás en alguna porción de agua donde has colocado tu mirada cuando sales a correr en las tardes o cuando te sientas en alguna playa a encallar después del trabajo o la decepción. 

Este tesoro que parece estar al alcance de tu mano, como un pedazo de vidrio brillante, en la arena, pero no lo está, ha despertado el interés de más de uno. Entre ellos está Jacques Cousteau, el famoso explorador francés y que Silvio Rodríguez se preguntaba “¿quién fuera él?” y del grupo de científicos que descubrieron el Titanic, gracias a los cuales pudiste llorar a moco tendido cuando viste a Leonardo Di Caprio ahogarse mientras Kate Winslet se salvaba oronda en la tabla.

Ercilio Vento Canosa, historiador de la ciudad de Matanzas, antes de dejarse llevar por la mística de las supuestas riquezas de Stevenson y de todos aquellos que nos han prometido islas con tesoros, se hace una pregunta: ¿qué realmente se puede encontrar en el fondo de la bahía? 

“Los marinos de la flota española la abandonan completamente, incluido su capitán Juan de Benavides y Bazán que lo ejecutan por cobarde. Eso deja expedita la posibilidad de que los holandeses ocupen las naves abandonadas, las registren y tomen las mercancías. Lo que se supone y de alguna manera está validado por la historia es que Piet Hein se lleva todo lo que había en los barcos”, argumenta.

“Antes de llegar a aguas de Cuba muchos marinos hispánicos desertan, se quedan en América. Entonces, mercaderes que van de regreso a España los reemplazan con su mercadería; a esta se le suma, por supuesto, la que iba a ser entregada a la Corona, como el oro y la plata. Hay que explicar que en los documentos siempre se declaraba menos mercancía de la que en verdad había. Además, el almirante holandés de 17 barcos solo se lleva cinco y los otros los quema. Por tanto, se van al fondo los restos de esas 12 embarcaciones sobrantes. 

En la investigación de Johanset Orihuela León, Nuevas perspectivas sobre el rescate de la Flota de la Nueva España en la Bahía de Matanzas, Cuba (1628), también se recoge que cuando los vencedores se retiraron las autoridades coloniales de la Isla enviaron varios grupos a rescatar los desechos de la batalla y alguna cantidad de oro y de la plata que se presupone que se lanzó por la borda para que el enemigo no se apoderara de ellos. Uno de estos incluso llegó a salvar 37 barras de plata, 67 marcos de plata labrada y 34 planchas de cobre en las áreas más superficiales. 

Los mercaderes e incluso los responsables de la flota intentaron jugarle cabeza a la corona española y, por tanto, según los registros de la época no se puede tener una idea certera de cuánto Hein se llevó y cuánto dejó atrás. Además, fue extraída por la metrópolis una porción de lo que sobró. Entonces no queda claro cuánto en verdad pudiera permanecer en nuestro territorio.  

Vento Canosa desarrolla el argumento de que los restos están en el cieno de la bahía, actualmente bajo cerca de 10 metros de sedimento. “Es muy difícil la labor, porque se ha acumulado con los años. Cada vez que llueve, por ejemplo, los ríos arrastran hacia aguas abiertas toda la tierra y suciedad acumulada en ellos. Son costosísimas estas expediciones por el trabajo que conllevan y el equipamiento necesario”.  En fin, existe la incertidumbre de si vale la pena y el gasto achicar la equis. 

No obstante, como escribí más arriba, la búsqueda a veces importa más que lo que esperamos encontrar, y por esto más de una persona se ha interesado en el asunto. En 1986, Jacques Cousteau a bordo de su buque Calipso hizo una exploración preliminar a la rada, explica Orihuela León en su estudio, pero nunca dio a conocer los resultados de la misma. Ercilio confirma esta información y nos da la razón, según la cual, el francés no continuó. 

“Trajo un submarino y este se le rompe y se queda sumergido, entonces se molesta, como me hubiera molestado yo, y se retira de la tarea”. 

El historiador también cuenta que, aproximadamente hace cinco años, a su oficina se acercaron miembros del grupo que descubrió el Titanic con intenciones de iniciar labores en el área. Él les dijo lo mismo que a mí, “que si permanecía algo estaría bajo 10 metros de sedimentos”. Respondieron que si había un clavo a esa profundidad ellos lo hallarían.

Más allá del valor monetario que pueden tener, los restos de la Flota también poseen el arqueológico. Este hecho reviste una impronta muy fuerte en la historiografía del Viejo y el Nuevo Continente y de esta Isla atravesada entre ambos. Lo sustraído por los holandeses sirvió para que emergieran como nación y se transformaran en una potencia naval y mercantil, España perdió su dominio marítimo sobre el Caribe y se comienza a sopesar el proyecto por parte de las autoridades de la Colonia de construir un castillo con su respectiva ciudad de fondo en el lugar. Dicha idea sería el germen, décadas después, de la fundación de San Carlos y San Severino de Matanzas. 

Quizás aún no conozcamos en qué consiste el tesoro ni dónde está la equis que matará todas nuestras ambiciones. No obstante, la sola seguridad de su existencia resulta motivo suficiente para que, cuando miremos la bahía, pensemos que por nosotros espera. ¿Quién no quisiera eso para su ciudad, tener un motivo para siempre volver, aunque no sepamos exactamente por qué?