Oficio de guerra

En tiempos de universidad siempre respondía que una vez graduado de periodista aspiraba a convertirme en corresponsal de guerra. Si bien con el tiempo no sentí el olor a pólvora ni presencié un conflicto bélico, me he visto bajo muchos fuegos intensos de ciertos detractores del ejercicio de la prensa, y hasta conservo una que otra cicatriz de alguna esquirla de esas que por lo general estallan producto de la incomprensión, y hasta la ignorancia.

A veces, al intentar al menos realizar un ejercicio periodístico, sientes como que te desplazas por un campo minado. Aunque nunca asistí a una guerra, son muchos los combates librados, y unos tantos los perdidos.

Mas, con el paso de los años, uno aprende a esquivar los fogonazos y las heridas duelen menos; y siempre se irá en busca de la historia que puede deshacer entuertos o sensibilizar el alma humana.

El periodismo, el verdadero, no es ni será un oficio fácil, mucho menos apacible. Ir tras la noticia puede dejar secuelas, y hasta su dosis de ingratitud.

Existen quienes le rehuyen al periodista como a un espectro capaz de enrarecer el panorama, cuando más bien se trata de todo lo contrario. El profesional de la prensa intenta arrojar luces sobre las diversas problemáticas que agobian a la personas y que muchas veces permanecen en la oscuridad, por desconocimiento de la existencia del fenómeno o por conveniencia de entes con determinado poder que prefieren la inmovilidad que enfrentarse a los problemas.

En más de una ocasión, se opta por atacar al mensajero, desoyendo el mensaje que solo busca transformar la realidad y eliminar lastres que entorpecen nuestro día a día.

A pesar de los tantos tropiezos y angustias, son mayoría los colegas que rodilla en tierra logran cerrar un ojo para con el otro atinarle a la mirilla y asestar al blanco, dígase denunciar una situación gracias a un certero ejercicio del criterio y una minuciosa investigación.

Ese es el papel de un reportero en la sociedad, sobre todo en estos tiempos de tanta abundancia informativa, pero donde no siempre estamos preparados para saber identificar la información verídica de las noticias chatarras que pierden el interés por parte de las audiencias a los pocos minutos de ser publicadas.

En estos tiempos de posverdad, los argumentos convincentes dejan de serlo para ser asumidos como “muela” que busca engañar a las masas. De ahí la necesidad de instruir y publicar contenidos serios, profundos y atractivos que distingan a nuestros profesionales de la liviandad de pensamiento que abunda por ahí. 

Pero para captar la atención, además de la belleza de lo que se cuenta, debe ser oportuno, preciso, y eliminar de una vez las lagunas informativas que tanto daño nos hace.

Y lo más importante, blandir la verdad siempre, a todo costa y costo, como los antiguos guerreros que alzaban su espada contra el enemigo, conscientes de la grandeza de su misión.

Hoy a Cuba le urge un periodismo serio, responsable, caracterizado por la profundidad del pensamiento; pero también temerario, que no tema de las confrontaciones si le asiste la verdad y nace desde una postura honesta.

Como nunca antes, la prensa revolucionaria cubana debe enfrentar la corrupción, la apatía, la desidia, la chapucería. Si bien produce dolores de cabeza e insomnio ante las incomprensiones, es el camino verdadero que conducirá hacia la admiración y respeto del pueblo, es la esencia única del buen periodismo. (Gráfica: Dyan Barceló)