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Teatro El Portazo: entre la levedad y el peso

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Foto: Sergio Martínez

Hace poco más de 10 años, lo que comenzó siendo un ejercicio de programación de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) terminó por engendrar uno de los grupos teatrales más transgresores e iconoclastas de la escena cubana contemporánea. 

Asistir a una de las obras de Teatro El Portazo es vivir una experiencia: cautiva, escandaliza, deconstruye los mitos, reta a la tradición. Nadie queda indiferente. 

Su director, Pedro Franco Alburquerque, se encontraba trabajando en la programación del Patio Colonial, en 2011, cuando se percató de que había muy poco de las artes escénicas para presentar allí.

“Decidí lanzarme a crear un espectáculo propio para la Casa del Joven Creador. Convoqué a Sonia María Cobos, Radael Almeida, Héctor Luis Cabrera y Alejandro Cisneros, cuatro actores de un taller que yo impartía, El Esquema. 

“En 2006 había visto la puesta de Por Gusto, de Abel González Melo, y era un texto que me parecía idóneo porque era cerrado, concreto, por el elenco que tenía. Comenzamos a ensayar en abril y se estrenó en septiembre de 2011. Ahí está la génesis”.

—¿Cómo era el teatro que querías hacer hace 10 años? ¿Se parece al de ahora?

—Se parece, sobre todo, por la coherencia con el contexto. Para mí el teatro es un ejercicio de traducción de la realidad; la simulación de un espacio de libertad, donde el espectador puede confrontar una situación ficticia, puesta y ordenada sobre la escena, sin el riesgo que tiene en la vida real. 

“La coherencia con esa calle, con quienes somos y cómo percibimos el mundo, se convierte en nuestro combustible esencial. Eso constituye una línea transversal desde la primera obra hasta la que se está ensayando hoy.

“Hemos ido ganando certezas. Tenemos una profunda investigación sobre la estructura de un espectáculo, la relación con los espectadores, las temáticas que son urgentes. La urgencia resulta muy importante para el teatro cubano, bebe de ahí”. 

—Desde el punto de vista de los recursos teatrales, El Portazo se sirve con abundancia del musical, del cabaré; sin embargo, los temas que aborda no son tan ligeros como es usual en estos géneros. ¿Cómo se logra combinar ambas cosas: la profundidad del tema y la ligereza del empaque?  

—Tiene que ver básicamente con la identidad. No intentamos vender una marca o un producto de lo que nosotros entendemos que es la cubanía. Carnavalizamos la situación que vivimos, o cierta temática, o le damos “chucho”, o usamos el choteo como herramienta, porque de esa forma vivimos la vida. 

“En nuestros primeros tres espectáculos no se cantó ni se bailó, pero el universo musical tenía que ver con la producción de sentido, que es algo que me interesa particularmente.

“Esta relación entre la profundidad del tema y la levedad del formato genera esa producción de sentido. Pistas sueltas que se van dejando para que el público las reconstruya, sin necesidad de darle un mensaje machacón y ordenado. Creo que ahí yace la clave del éxito de los CCPC. 

“Todo el mundo dice que en CCPC fuimos muy libres, sin embargo, ese es un espectáculo que se rige por reglas muy estrictas. Para que la gente pueda pensar: ‘¿cómo nos dicen esto así?, ¡qué desfachatez!’, para generar esa sensación de insolencia y que se sienta real, la estrategia era, precisamente, coger algo muy ligero y vincularlo con algo muy duro”.

—¿En esta dicotomía se funda la poética de El Portazo?

—Somos un grupo muy nuevo, ninguno con formación en la especialidad de dirección. Nuestra poética la ha conformado pedir prestado, citar. ¿Dónde considero que nos hemos singularizado?: en la combinación de esas citas. 

“Mi generación llegó tarde a todo. Nací en 1985, todo estaba hecho. Nos queda volver a hacerlo y comprobar si, con otra combinación, puede dar un resultado diferente. Por eso trabajamos mucho sobre el ready made. De esa manera llegamos al cabaré, explorando: ¿cómo logramos una producción eficaz de sentido sin subrayar el tema?”.

—¿No temes que el público se quede con esa parte “carnavalesca” y no perciba su significado más profundo?

—Sí, pero me parece macabro que el teatro tenga una función netamente educativa. A veces al arte y a la crítica se les ha asignado una función que en realidad debería tener la familia o el propio sistema de educación de un país. 

“El arte debe complementar e incluso poner en crisis al sistema educativo. Si se encripta algún tipo de código en escena corremos el riesgo de no comunicarnos y, en principio, el teatro es un acto de comunicación y de recreación. 

“Por tanto, es un riesgo, sí, pero un riesgo válido, porque no es el entendimiento del espectador algo que nos desvele. Me preocupa más no entendernos nosotros mismos”. 

—¿De qué experiencias bebe El Portazo? ¿Cuáles son sus referentes?

—Nos gusta Brecht, mucho. Siempre volvemos a Stanislavski. Pero, de verdad, la fuente primaria de acción es la vida. Lo que nos pasó ayer seguramente saldrá a escena pasado mañana. La actualización constante, la revisión constante de nuestra relación con el entorno, esa es nuestra principal fuente de acción.

—¿Qué te resulta imprescindible en un actor?

—Rigor, talento, lealtad y ambición.

—Y ambición, ¿qué es?

—Voluntad de desarrollo. La capacidad sacrificial que tiene un ser humano para lograr algo, porque el teatro es un arte ritual, está en su origen. Incluso, antes de que fuera a las plazas públicas en Grecia, empezó como un rito, donde se sacrificaba algo para que cierto dios correspondiera con su favor. Algo tienes que entregar si quieres que acontezca el acto ritual que es el teatro. Generalmente, angustia. La ambición constituye esa voluntad de entregar para lograr un avance.

—¿Qué debe permanecer y qué deseas cambiar en la próxima década?

—Me gustaría que permaneciera la inconformidad, la sensación de que nunca es suficiente. Eso genera una ansiedad que nos impulsa. 

“Debemos cambiar nuestro romanticismo, volvernos un poco más pragmáticos, sin perder la esencia. Hay que pensar ya en otras estructuras de grupo, en otras maneras de entender la comunión que no sean tan dependientes, tan analógicas y tan del siglo XX. 

“Creo que el modelo de grupo en Cuba ya no es eficiente, esa investigación grupal donde una serie de personas encuentra un camino, un discurso común. No son esos tiempos, porque la gente ya no está tan comprometida con algo por largos períodos, porque el bombardeo de información es muy grande… Hay que buscar otras maneras donde todo eso dé frutos, pero bajo nuevas dinámicas”. 

—¿Crees que el panorama escénico cubano necesitaba un Portazo?

—Sí, porque tenemos nuestro derecho a reinterpretar la tradición. Creo que el irle de frente a la tradición, siempre desde el respeto, la fortalece, porque la reconoce como tal, la legitima. Incluso al negarla ya la está legitimando.   

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