Sol Angel y la madera primigenia de la espiritualidad

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Cuando tocamos en la puerta de Sol Angel en la barriada de Bachichi, nos abrió una mulata alta y rubia con un legajo de hojas en una mano y en la otra un bolígrafo. “Estoy terminando un informe, pero pasen, pasen, que lo hago después”, dice y nos invita a acomodarnos en su sala. 

Desde el 2017 ella funge como presidenta de la Asociación Cultural Yoruba de Matanzas. Es la primera y única mujer que ha ocupado ese cargo dentro de la Isla. Con conocimiento de esto y tal vez por metiche, rastreo con la mirada la sala en búsqueda de algún signo de su práctica religiosa; sin embargo, observé grandes osos de peluche recostados a un sofá, unas lámparas de pie y sillones con forros blancos de crochet, pero ningún altar. 

Mientras la entrevistábamos, me percaté de que ella posee una manera muy suya de creer, sin una pizca de ostentación. Va a las esencias. Aspira a una espiritualidad que vaya por dentro, no por fuera.  

Comenzamos el diálogo y me explica que es maestra retirada reincorporada y que actualmente trabaja como metodóloga de Español Literatura. Entonces yo comprendo ese tono de voz ejemplarizante y sus giros en el habla, con mucho argumento y detalle. Desgrana cada idea al extremo de lo comprensible. Al hablar con Sol Angel, pareciera que cualquier espacio puede transformarse en un aula, con su pizarra y su mural con las efemérides del mes y las fotos recortadas de héroes y mártires. 

LA MUJER Y LA TRADICIÓN

Muchas religiones provenientes del África se crearon alrededor de tribus guerreras, donde el combatiente, el corajudo, el que no le temía a las hachas que abren el pecho o las lanzas que atraviesan la carne, ocupaba un lugar de poder y las mujeres eran relegadas a un segundo plano: como madres, amantes o hermanas. Por esta causa, le pregunto si su condición de fémina no le ha traído incomprensiones a la hora de asumir su puesto como presidenta. 

“Mis homólogos de otras provincias me preguntaron cómo yo, siendo mujer, podía lidiar con una provincia como Matanzas, con tal trayectoria religiosa. Les respondí ‘como mismo ustedes lo hacen’. Lo que pasa es que muchos tenían esos prejuicios sobre la mujer. ¿Si nosotras ocupamos puestos en el parlamento, cómo no vamos a poder hacerlo en la Asociación Yoruba?”, contestó. 

Me pone como ejemplo que la entidad que ella lidera no aglutina solo a los practicantes de la regla Osha, como santeros y babalawos, sino también a paleros, espiritistas y abakuás. Con estos últimos, donde las masculinidades pueden llegar a ser muy agresivas, ella participa en sus actividades y ha logrado comprensión de su parte, aunque siempre se tropieza con dos o tres remilgados. 

“Aunque parezca inverosímil, me ha servido de mucho ser educadora para acometer la tarea de presidir la asociación, porque cuando eres maestra aprendes a realizar una caracterización integral de los alumnos y luego a tratarlos según ella. No todo el mundo tiene el mismo nivel. Además, la mayoría de los que están en este mundo fueron alumnos míos o yo fui la directora de su escuela. Incluso, a veces cuando converso con ellos, me creo que estoy en clase, porque tengo que hablarles fuerte. Algunos hasta me llaman profe”. 

Su labor se complejiza por lo que representa Matanzas en lo yoruba. Como su cuna, y al ser una práctica donde tienen bien claro que las raíces son las que fijan los árboles más nudosos y grandes a la tierra, hay una responsabilidad intrínseca en la salvaguarda de las tradiciones.

“Tenemos tres barrios con uno de los mayores asentamientos de religiosos; es decir, que la cantidad de practicantes que hay en La Marina puede ser equivalente a la que exista en otra provincia completa”.  

  

LA HIJA DE OGGÚN 

Ella es hija de Oggún, el orisha herrero. “Es un santo fuerte, todo el mundo describe a sus hijos como toscos y brutos. Sin embargo, he conocido a muchos que son muy inteligentes. Esa agresividad que le inculcan no resulta cierta, porque en el fondo son nobles. Ellos no pueden encontrar personas en problemas, porque se quitan lo suyo para dárselos a ellos”. 

Tal vez por ser hija de un santo herrero es que lleva tanto metal consigo: en cada oreja tres argollas doradas, unas cuantas cadenas y en el brazo varias esclavas. Su cuerpo tintineaba cuando gesticulaba —como a todo buen criollo, le gusta hablar tanto con el cuerpo como con la boca— o cuando busca la caja de cigarros en una mesita cercana. Se movía y parecía un augurio de lluvia, como pequeñas gotas que golpean un zinc.   

“Nunca me he puesto un collar; no porque niegue mi creencia religiosa, sino por un problema de gusto. Lo que sí uso normalmente son estas esclavas: por la Caridad del Cobre, la Virgen de Regla y Obbatalá”, mueve las prendas por su brazo, las une en varios montoncitos para que note que hay de oro, de plata y de bronces. 

Sol Angel proviene de una familia de creyentes, pero la más ajena a los asuntos religiosos al principio era ella. “Fui la última en entrar completamente en ese mundo, porque me pasaba todo el tiempo en cursos, en mi trabajo o en misiones internacionalistas”.

Dos veces estuvo en Angola como colaboradora. Le pregunto cómo se sintió visitar esa tierra misteriosa, África, que si Matanzas es la cuna de lo yoruba, de allí surge el árbol en que la tallaron, con bellos arabescos y colores intensos. 

“En el país tienen varias creencias, pero puedes encontrar una raíz común en todas las religiones africanas. Sin embargo, la zairence (en la actualidad República Democrática del Congo) es la que tiene más similitudes con la nuestra. Yo me entendía con los zairences perfectamente y, cuando me preguntaban cómo, les contestaba que su lengua era muy parecida al habla nuestra en yoruba”. 

Quizá la cercanía con los orígenes, tocar madrina, como dirían los niños —y ella sabe mucho sobre madrinas, con 31 ahijados—, la condujo a querer profundizar en su legado familiar. Al regresar de Angola es que comienza su participación activa en el mundo religioso.  

LA MODERNIDAD Y LO YORUBA 

Según confiesa, su objetivo como presidenta de la Asociación Cultural Yoruba de Matanzas consiste en rescatar las tradiciones, “porque actualmente es bochornoso y penoso decirlo, pero hay que hacerlo, se ha distorsionado mucho lo que es la esencia de la religión”.

Me ejemplifica que a veces encuentra yabós a las doce del día o de la noche cuando a esa hora no pueden estar en la calle. Tampoco deben asistir a fiestas públicas o estar en multitudes, y los ha hallado en estas. “Sin embargo, hay que entender, por ejemplo, cuando los vemos en una cola. Las condiciones de la vida diaria han permitido un resquebrajamiento y eso es entendible. Me considero una persona materialista que vive la realidad del acontecer diario”.

Existen orishas en las puertas de los cementerios y en el lecho de los ríos, pero también uno necesita comprar arroz y champú y zapatillas para que los niños vayan a la escuela, y la vida no está fácil. Con esa mentalidad de una espiritualidad contextualizada, le preocupa que la religión “se ha vuelto un poco… bueno, más que un poco, bastante mercantil”. 

“Todo ha adquirido un precio horrible. Cuando nosotros vamos a hacer un santo, se entrega una lista de todo lo que se debe comprar. Al final le ponemos el derecho que debe darle a la madrina para pagar el obba oriate, el tambor, al babalawo que va a matar. Antes pedías por todo 2 000 pesos; ahora solamente el obba oriate te pide 5 000, el que mata también pide su parte. Y de los animales para qué decirte: un gallo te cuesta desde mil y pico hasta 2 000. Todo se ha ido encareciendo”. 

También me comenta que entre las características que más la han sorprendido está que antes predominaban las personas negras entre los acólitos de la religión afrocubana, pero ahora se equiparan estos con los de piel blanca. “Nosotros apoyamos la equidad entre el negro, el blanco y el mestizo dentro de la Asociación.

“El racismo existe. Por ejemplo, la gente que dice: ‘la negra que va ahí es maestra o es máster’, y no es así. ‘Esa compañera que va ahí es maestra o es máster’ es lo que se debería decir. Sin embargo, las barreras se van rompiendo; ahora lo mismo te puedes encontrar un negro en un grupo de flamenco que una rubia en uno de guaguancó”. 

Sol Angel piensa que muchas de las acciones que la Asociación lleva a cabo en estos momentos, más que religiosas, resultan educativas y de intervención en la comunidad. Entre ellas se encuentran la expansión de la Red barrial bendita sea La Marina, que la acrecentaron para que sumara otras zonas y personas, y la renombraron como Red yoruba comunitaria de Matanzas. Además, trabajan con varios proyectos como La rumba soy yo, que impulsa Los Muñequitos de Matanzas, o el enfocado en las mujeres que tocan tambores batá. 

La trasmisión de la tradición yoruba muchas veces se realiza de manera oral, de hijos a padres, de madrinas a ahijados. Este método guarda el peligro de que parte del conocimiento se pierda al no tener un registro escrito de los acontecimientos, de las figuras destacadas y de información teórica que ayude a su mantenimiento en el tiempo. La interrogué sobre este punto. 

“De eso es el informe que estaba haciendo”, entonces recordé que cuando me abrió la puerta me recibió con un legajo de hojas en la mano y un bolígrafo en la otra. “Queremos hacer un compendio de la historia de la religión yoruba en Matanzas, cuántos cabildos, casas templos, cuáles fueron las personalidades que se destacaron, etc. Todo eso es con fotografías y testimonios de las familias”.

Al marcharnos de casa de Sol Angel, reflexiono sobre todo el metal de su cuerpo, sobre el tintineo de llovizna al moverse, y pienso que aún le queda mucho aguacero y borrasca, como maestra y como líder religiosa.