Memorias de una serie de Matanzas

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PILOTO

—¿Y por fin el guionista? —preguntó Javier, y ante la carcajada de Andy también él se echó a reír.

Era una noche de sábado a la manera habitual, entre bares de Narváez y el cauce del San Juan, con sabor a ron y el olor de perfumes tan variados como las cabelleras femeninas, e inalcanzables, que se paseaban de aquí para allá. La risa de uno, inevitablemente, se volvería risa del otro.

—Bueno —respondió Andy, enjugándose una lágrima de las carcajadas—, el chamaco me escribió, muy interesado, y yo le dije: “Está bien, man. Vamos a vernos en el parque tal…” Papa, y cuando lo vi llegar, yo me decía “¡Que no sea él, que no sea él!”. ¡Es uno chiquitico, que está terminando el 12 grado, con la vocecita finita! —exclamó entre nuevas risas, que ahogaron con respectivos tragos—. Pero nada, parece tener cultura y eso. Hizo las pruebas del ISA para la facultad de audiovisual y todo, pero no aprobó. Creo que va a coger Educación Artística. Así que encantado de la vida le sabe más a la escritura que nosotros dos juntos.

—Coño, papi, un poco de respeto para los informáticos —a la objeción en tono exaltado de Javier se superpuso una corta melodía de notificación de mensajes en el celular de Andy—. Como sea, te va a venir bien, asere, porque no lo puedes hacer tú todo: dirección, casting, localizaciones, iluminación, edición, hasta un personaje vas a hacer, ¿y aparte de eso el guión también? No, no, no… Tienes que soltar un poco de pincha. Tú sabes que yo soy tu hermano y que estoy para tirarte el salve en lo que haga falta, pero si me pones a escribir me fundes… Eh, ¿qué pasó? ¿Y esa cara? ¿Quién te escribió?

Andy volvió a poner el teléfono sobre el muro y a llevarse el vaso a los labios.

—La prota, compadre —contestó—. Ya te imaginarás lo que hay, ¿no?

Javier suspiró resignado y le palmeó el hombro, con ese optimismo de los que se lanzan a alocados proyectos.

—Mi hermano, hemos cambiado más veces de protagonista que los precios del bar. Yo no sé, pero vas a tener que quitar los desnudos del guión.

MEMORIAS DE UNA ASESINA

—No te puedo pagar —les advertía Andy, uno por uno.

—¡No importa, cuenta conmigo! —respondían todos.

Quien durante los primeros nueve meses del pasado año anduviese por la ciudad de Matanzas, enfocado en sus propias necesidades, difícilmente notaría una gestación colectiva tan latente como la de la serie Memorias de una asesina (MDUA), como se solía simplificar en las copias de guión un título bizarramente acorde a dónde habría de filmarse).

Sin embargo, no pasaría del todo inadvertido ese variopinto grupo de jóvenes que recorría las arterias yumurinas: desde un área en desuso de la Zona Industrial (en fechas anteriores al devastador incendio) hasta las inmediaciones del Tenis; desde allí hasta un bar de la calle Río; bajo lluvia de primavera o sol de mediodía en agosto; cargados de mochilas, trípodes, micros y demás accesorios… si bien la claqueta tardó en aparecer. Verles de lejos producía curiosidad. Acercarse y preguntarles qué pretendían, inevitablemente derivaría en dudar de su cordura.

Aunque no saltasen a la vista de los extraños el entusiasmo, el fervor y la laboriosidad con que emprendían aquel proyecto por el que les tildarían de locos más de una vez, y así acabarían considerándose ellos mismos ante cada obstáculo resuelto innovadora y creativamente, lo cierto es que una especie de inercia hacia el desatino parecía por momentos guiar la producción de MDUA.

La fe de “la tropa” en Andy Amorós, informático de la Universidad de Matanzas y director del producto, así como en su manera de describir ideas argumentales y visuales, y las posibles formas de posicionarlo al alcance de su futura audiencia, sostenían en el tiempo esos propósitos tan insólitos para cualquiera con el deseo frustrado de la actuación o de ver simplemente su nombre colarse entre créditos.

Si bien no todos duraron ni confiaron con igual fervor, por razones que el resto no cuestionó, a los que permanecieron les parecía que a cada mes transcurrido, cada encuentro de taller actoral en el centro Kairós, cada gestión en busca de recursos humanos o materiales, era una confirmación de que valía la pena el rigor, la ilusión, el rubor convertido en orgullo a la fuerza cuando amigos y familiares les preguntaban detalles acerca de en qué andaban.

La base de la que partían, un thriller homónimo que se había pensado para la plataforma Wattpad, exigía cambios sustanciales en cuanto a escenarios, condensación de los hechos y desarrollo de los mismos. A la tarea se puso Jonathan Rivero, recién graduado de preuniversitario que, con súbitas nociones del mundo audiovisual, esbozó la estructura argumental y empezó a sacar páginas a la velocidad de Netflix.

La historia versaba sobre una venganza femenina: un “Kill Bill a lo cubano”, resumía el guionista desde el inicio para hacerse una idea. Y la elección de una protagonista atractiva, fuerte, creíble, supuso tal contratiempo desde el inicio que en determinados momentos el arranque de los ensayos previos a la filmación se vio detenido únicamente por este motivo. Sin figurar siquiera dentro de las primeras opciones, una estudiante de periodismo, Lizmarian Campiz Carmona, fue la elegida. Casualidad que fuera rubia, como Uma Thurman en su sangriento epic.

Aferrado a su experiencia como actor de teatro en años anteriores, Amorós suministró en los talleres cuantos tips conocía de la profesión. Estos espacios tenían lugar entre las últimas horas de la tarde y las primeras de la noche, sinónimo de regreso disperso a los hogares en la doble oscuridad: la del cielo y la del apagón, tan en boga entonces. Pero se asumían con tanto disfrute y modestia que alguna vez acudió alguien cuyas funciones no entraban en el elenco, como Javier, el utility man y mano derecha del director, por el simple placer de proporcionar risas de vez en cuando y aconsejar desde fuera en calidad de espectador priorizado.

Las primeras jornadas de rodaje fueron intensas, como si se supiese que serían las últimas. Nada más empezar, en una sesión bajo el arduo sol a orillas de la bahía, que como escena habría de durar bien poco, el ritmo hubo de interrumpirse por una pieza ausente y esencial para el trípode.

—Compadre, no te ahogues en un vaso de agua —le aconsejaba Javier mientras ataba el celular al trípode con la manilla que llevaba en la muñeca, a falta de una mejor opción.

—Javier, no me gustan las equivocaciones —replicaba Andy, agradecido al menos de que no se hubiesen quedado las tizas para señalar en el suelo dónde debían posicionarse las actrices a la hora del encuadre.

Quizá la única filmación en el mundo donde un tornillo haya interrumpido el proceso y el director haya alquilado un motor para buscarlo, a riesgo de que el maquillaje descendiese por el rostro de las intérpretes, vestidas de íconos juveniles en espera de una guerra por los primeros planos.

EPÍLOGO

“Salgamos esta noche, tengo que darles una noticia muy importante y me gustaría que fuese en persona”.

Algo así, rememoran los integrantes del grupo de Whatsapp concerniente a la serie, notificaba el mensaje de texto con que Andy Amorós anunciaba la despedida de un verano a pulso de “acción-corten”.

Deserciones esporádicas, desacuerdos en cuanto a locaciones, indisponibilidad de la plantilla, nuevos empleos, mudanzas, entre otras causas, conllevaron el receso de actividades para el proyecto MDUA. No había nómina por la que cobrar, salvo la satisfacción por haber puesto tanto empeño en una cruzada personal de pantalla pequeña.

Hoy, los recuerdos de aquellos nueve meses retozan en el interior de un disco duro. El director lo puso a resguardo de uno de los miembros del equipo, antes de dejar el país mediante el corredor migratorio de Nicaragua y México.

Lejos de Narváez, de la Universidad, de Matanzas, de Cuba, de MDUA, compaginando su nuevo ritmo laboral con la grabación de demos de música urbana cada vez que puede (porque de alguna forma hay que seguir soñando por más fijos en la tierra que estén los pies), Andy no imaginaba que puede haber algo más difícil de dirigir que una serie en la Matanzas de enero a agosto de 2022: la nostalgia.