Lunes de Juventud

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Amaury en su casa. Foto: Alejandro Azcuy.

Corrían los primeros años de la década del ochenta y, por razones que no vienen a cuento revivir, mi popularidad nacional crecía en la misma medida en que los espacios para presentarme en conciertos o pequeñas actividades menguaban. Mi madre, viendo cómo el tiempo pasaba por mi lado y lo dejaba correr sin exprimirlo, me dijo: “Tienes un momento de popularidad que debes aprovechar, puede no repetirse. La fama es un escudo que estás necesitando”.

Siempre mantuve excelentes relaciones con el gremio de la farándula porque mi familia provenía de ahí, son mis orígenes, así que le pedí a mi “descubridor televisivo”, el inmenso director de musicales de TV Eugenio Pedraza Ginori, que me apoyara. Él me incluyó en sus programas, que tenían un rating altísimo, y en los espectáculos que cada lunes producía en el remodelado Teatro “Karl Marx”, llamados “Lunes de Juventud”.

El elenco completo es imposible que lo recuerde, pero puedo asegurar que cada lunes el coliseo se repletaba con los cantantes, humoristas y bailarines que llenaban de color La Habana de aquellos años, entre ellos Mirtha, Annia, Farah, Maggie y Luis, Alfredito, Alberto Herrero, Rebeca y Miguel Ángel, y muchos otros.

Todos estaban en el cenit de sus carreras y contaban con legiones de admiradores en toda la isla que los seguían adonde fueran. Por esa época mi canción “Hacerte venir” era un verdadero fenómeno de popularidad y Ginori propuso que yo cerrara los shows de cada lunes.

Farah María, cantante bella y elegante como pocas, tenía un modisto llamado Agustín a quien le decíamos “Agustín la Perra”, porque fue él quien inauguró el término farandulero criollo “¡perra, perrísima o perrona!”, para llamar, según se le ocurriera calificarlas, a las “divas” de entonces. Debo añadir que Agustín es aún un gran amigo y que muchos artistas cubanos, hoy dispersados por el mundo, le deben parte de sus carreras a su buen diseñar y coser.

Regreso a la historia. Farah me recomendó a Agustín y cuando lo llamé su respuesta fue: “Niño, corre para acá que tengo una tela ¡fabulosa! para hacerte un saco de pana dorada que te va a fascinar y vas a matar en el “Karl Marx” cuando lo estrenes”. Le pregunté el precio a lo que él respondió: “¡sssetentaaa pesos!”, marcando las eses y repitiendo las aes con un sonido muy largo. Me aseguró que “setenta” era un número gay y que así se pronunciaba. Al fin me hizo un saco bello y me fui al show de cada lunes.

Los compañeros lanzaron un “¡¡Oh!!” de asombro y aceptación cuando me vieron llegar y me acribillaron a preguntas sobre el origen del diseño y la tela de aquel saco. Me pavoneé y me preparé para el cierre triunfal. A Ginori se le ocurrió, para darle más impacto al espectáculo, ir bajando la gigantesca cortina del teatro mientras yo cantaba los últimos compases de “Hacerte venir”.

De pronto, aquel público que normalmente deliraba con mi canción, empezó a toser y a señalarme primero, y luego a reírse como dementes mientras yo, perplejo, me revisaba no fuera que se me hubiera roto el pantalón, o tuviera la portañuela (bragueta) abierta, me miraba los zapatos…en fin hacía, discretamente, un recorrido inocente por mi humanidad, hasta que el animador Carlos Otero y el cantante Alfredito Rodríguez que estaban en las bambalinas del teatro, orinándose literalmente de la risa, me decían por señas que me diera vuelta.

La cortina del “Karl Marx” ya había besado el piso y la tela era idéntica a la de mi saco. ¡Alguien se había robado un pedazo de la cortina, se lo vendió a Agustín y él me hizo el saco sin saber el origen del tejido! Yo, muy a lo Ava Gardner cuando se quita la estola, me despojé del saco en pleno escenario, muy serio, como si estuviera calculado de antemano, lo dejé caer sobre el tabloncillo, lo pisé y me alejé altivo y soberbio. El público dejó de carcajearse y me regaló una sonora ovación que aún recuerdo.

Mientras regresaba a casa divertido me repetía: “¡Soy el único artista que se vistió con la cortina del “Karl Marx” y salió ileso!”. Me dormí pensando que del ridículo también se aprende algo.