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El Cinematógrafo: La paradoja de Antares

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Ficha técnica de La paradoja de Antares:

Año: 2023

País: España

Dirección: Luis Tinoco

Guión: Luis Tinoco

Fotografía: Luis Tinoco

Música: Arnau Bataller

Reparto: Andrea Trepat, Aleida Torrent, Jaume de Sans, David Ramírez, Helena Carrión, José Luis Crespo…

Duración: Una hora y 37 minutos

Para el aficionado iniciático, una experiencia como La paradoja de Antares sería como esas demostraciones, muchas veces inesperadas en un inicio, de que los filmes dialogados pueden ser incluso más entretenidos que una batalla intergaláctica con millones y millones de presupuesto. Y, mejor aún, de que no todas las obras maestras tienen por qué resultarnos distantes, difíciles de disfrutar o descifrar.

Las hay tan sensibles y hermanadas hasta con el espectador más ajeno al tema o al género en cuestión, a la vez que afiladas para destazar al insensible y embelesar al aguafiestas habitual de la sala, como la que nos ocupa. Pienso que la clave para gozarla de un tirón es tener la suficiente paciencia y asimilar que la parte científica está dada en dosis mínimas, sin protagonismos prolijos, para que dé igual si entendemos o no los vericuetos de términos utilizados, porque la complejidad buscada que más acaba interesando es la emocional. A cualquier altura del metraje, en un abrir y cerrar de ojos tenemos la información didáctica necesaria para seguir los acontecimientos radioastronómicos vividos por Alex (Andrea Trepat) en el observatorio, pero también una gradual acumulación del factor familiar, intensa e igual de bien dosificada y entretenida, mucho más suspenseful que estar a punto de confirmar si hay vida en otro planeta.

De hecho, casi que la hipótesis de trabajo de Luis Tinoco se resume en cómo desde un trabajo que no todos tenemos siquiera cercano, consistente en el estudio de cosas que para una buena mayoría son impensables en el mundo real y a veces (colmo del sedentarismo cinematográfico) hasta en el ficticio, un personaje antipático y egoísta puede lograr que se identifique con él la totalidad de sus espectadores.

Gran parte del mérito pertenece, cómo no, al buen hacer de una Trepat soberbia, situada a la altura en credibilidad insólita de la Sandra Bullock que flotaba y lloraba en Gravedad (2013, Alfonso Cuarón), aquella tierna película que marcó hito pero la memoria emotiva de las retinas parece olvidar masivamente, y que pese a los deslumbramientos que posee no me parece que está a años luz de La paradoja de Antares, la cual prefiero por razones extra-galácticas. Si la magia de Gravedad radicaba fundamentalmente en el empuje de sus extraordinarios efectos especiales, la espectacularidad invisible en la historia de Alex es la típica carne de cine que, bien servida, se consume con el placer de unos pocos ingredientes.

Pese a las connotaciones con semejante eco de protagonista femenina solitaria en thriller cósmico, ni la citada astronauta hollywoodense ni tampoco la teniente Ellen Ripley tienen que ver en absoluto con esta epopeya mucho más interior; la situación del personaje de Trepat se parece más a la de Stevie Wayne en La niebla (1980, John Carpenter), aprisionadas ambas entre aparatos de radio para fines totalmente diferentes bajo condiciones climáticas adversas en un lugar solitario, mientras que en sus vestuarios y en los decorados hay vasos comunicantes que creo identificar. En cuanto a lo correspondiente al director-guionista-operador (¿olvido alguna función?), su inspiración es más deudora de esa vena claustrofóbica que palpita con frecuencia en ciertos españoles, como el Enterrado (2010) de Rodrigo Cortés, Ventanas abiertas (2014, Nacho Vigalondo) o, remontándonos al telefilm, La cabina (1972, Antonio Mercero), no así el arco argumental. De entrada, Alex no está atrapada, sino que elige estarlo; y, poniéndonos paradójicos, ¿no lo hacemos todos?

De La paradoja de Antares admiro también, entre otras muchas cosas que mis emociones jerarquizan según el momento en que me vuelven a la mente, lo poco que titubea Tinoco para un primer largometraje. Puede que esto se deba a sus anteriores experiencias en cortos, pero me refiero a la seriedad, a la madurez que demuestra, a lo más convincente, emotivo o contagioso que llevan dentro de sí los buenos directores y muy pocos consiguen desplegar, tan mesurada y hábilmente, nada más estrenarse en el arduo arte de entretener durante más de una hora.

A partir de esta película, el nombre de la estrella que embellece el título dejará de recordarme con agrado a un bello caballo del príncipe Judah Ben-Hur y pasará a estremecerme gracias a una trama de alienígenas y terrícolas que, desde las primeras escenas, da pie a lo mejor del subgénero que he visto últimamente, más allá del sentido artístico, total y sublime a su vez: hablo de la inteligencia y sensibilidad en combinación, que una mano maestra se encarga de suministrar, contener, alternar… Para que finalmente triunfe el lado más instintivo de la paradoja.

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