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El Cinematógrafo: El Conde

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Ficha técnica

Año: 2023

País: Chile

Dirección: Pablo Larraín

Guión: Pablo Larraín, Guillermo Calderón

Fotografía: Edward Lachman

Reparto: Jaime Vadell, Gloria Münchmeyer, Alfredo Castro, Paula Luchsinger

Duración: Una hora y 50 minutos

América Latina es un lugar convulso y por momentos difícil de explicar. Por ello la ficción constituye una manera convincente de contar historias que muestren quiénes son los protagonistas de este continente, a veces nefastos. El Conde (2023), del director colombiano Pablo Larraín,no es la excepción. Lenguaje cinematográfico y vampirismo se unen para hacernos testigos de cómo es la vida casi inmortal de un Augusto Pinochet resentido con la historia y con los chilenos.

Como ya lo hizo una vez con El club (2015)y con No (2012),Pablo Larraín vuelve a utilizar el acontecer de su país como contexto narrativo y juzga la historia desde su posición de cineasta, cosa que también ha hecho con otros dos largometrajes: Jackie en 2016, y Spencer en 2021. Esta vez ha filmado cómo vive el Vlad Augusto Pinochet su vida post presidencial.

Pinochet está cansado, moribundo, se niega a tomar sangre; quiere morir, ha vivido 250 años y cree que los hombres y mujeres por los cuales traicionó al presidente Allende son todos unos malagradecidos. Ahora pasa sus días en blanco y negro y retirado en una isla árida, decorada con una guillotina y una casa destartalada.

Como si se tratara de un estudio sociológico, aquí se fusiona la iglesia con la dictadura, personificadas ambas instituciones con personajes que resultan en una relación dirigida a la tragedia, a salir mal. El metraje está lleno de primeros planos que poéticamente nos trasladan a aquella idea que representan: el fascismo, el derrocamiento, la fe, la ambición, la sensualidad.

¡Pero el autor los corrompe a todos despiadadamente! Todos van directo al abismo de la perdición, son personajes trágicos cuyos deseos los conducen entre los distintos arcos de la trama y fallan en obtener lo que necesitan. El Conde es una ventana, para nada indiscreta, que describe a la perfección la nostalgia que produce un régimen dictatorial que para algunos significó una cosa y para otros algo muy distinto. ¿Fue Pinochet un dictador, lo fue Batista, lo fue Videla, lo fue Franco, lo fue Hitler? Aún hoy hay quienes enarbolan clandestinamente las banderas que defendieron estos hombres y cantan en susurros los himnos que les hacían encenderse de furor.

El absurdo que maneja el filme da lugar a situaciones en la trama que por instantes me descolocaron como espectador, pero luego entendí que esa confusión me la generaban por puro placer, como una invitación al sinsentido. También me sabe a tragedia romántica: Augusto se ha enamorado de una monja que dice ser la personificación del erotismo y la perdición de los hombres, y se queda maravillado con su dominio del francés, con sus pasos silenciosos y su figura, esa que le recuerda a una María Antonieta sin cabeza y le obliga a resolver sus pulsiones sexuales.

Odié esta película desde que vi el primer avance: no podía creer que una idea tan excelente y original no se me hubiera ocurrido a mí. Es divertida y política, una fusión que no muchas veces funciona y que, de cierta forma, deja ver una especie de intento por rescatar la memoria latina con cine, porque hace apenas solo unos años se estrenó Argentina, 1985 (2022),y las dos tienen el mismo efecto. Nos hacen replantear el pasado, analizarlo y querer transformar el futuro, algo que defendía el cineasta cubano Tomás Gutiérrez Alea. (Por: Mario César Fiallo Díaz)

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