Apenas fuimos presentados, a la sombra de la Ermita de Monserrate, durante la celebración de La Colla 2023, y me plantó un beso. Quedé en guardia, esperando el segundo, tal como se estila en la Península Ibérica. Se nota que el actor catalán Sergi López, a pesar de llevar pocos días en Cuba, ya está al tanto de nuestras costumbres. 

Para alguien que ha compartido platós con lo que más vale y brilla del cine de su país: Javier Bardem, Victoria Abril, Carmen Maura, entre otros, se muestra extremadamente familiar y campechano. Resulta que este hombretón, que no escatima abrazos y fotos con los presentes, es natural de Villanova i la Geltrú, una ciudad que guarda con Matanzas importantes lazos históricos y un hermanamiento de 25 años.

Conocido en Cuba principalmente por su papel del capitán Vidal en la cinta El laberinto del Fauno, de Guillermo del Toro, López obtuvo el Premio al Mejor Actor Europeo en 2000 y el César, que otorga la Academia Francesa, en 2001, también ha recibido varias nominaciones a los Goya. El artista asiste a la actual edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano para presentar El viento que arrasa, de la directora argentina Paula Hernández, en la que comparte elenco con Alfredo Castro, Almudena González y Joaquín Acebo.

Cuando le pido una entrevista, en medio del bullicio de los festejos, accede a la primera, sin poner ningún reparo, como si hubiese viajado los cien kilómetros que separan a la urbe yumurina de la Capital solo para responder las preguntas de una perfecta extraña.

“La película trata sobre un reverendo que viaja junto a su hija y va evangelizando en el camino, —me relata—. En determinado momento, se le rompe el coche y tienen que ir a un taller donde encontrará a un mecánico muy rústico, mi personaje, y a su hijo que tiene una malformación física. Habla de la fe como algo que nos puede salvar o cegar”. 

Aprovechando un espacio libre en el programa de la principal cita cinematográfica cubana, decidió visitarnos y por pura coincidencia arribó justo a tiempo para la Fiesta de La Colla. Es así como tengo delante al intérprete de los filmes Harry, un amigo que os quiere y La boda de Rosa. 

En las Alturas de Monserrate corre una ligera brisilla de invierno tropical, pero mi entrevistado se nota acalorado. “Vamos a tomar una cerveza”, propone para alejarnos del bullicio y conversar con más calma sobre los lazos que, en calidad de villanovino, lo unen a Matanzas. 

“En la plaza del ayuntamiento de mi pueblo hay una estatua de Ventosa que es una copia de la de aquí (se refiere a José Tomás Ventosa y Soler, quien fue alcalde aquí y emprendió numerosas obras de bien público). He crecido con estas anécdotas, mi hijo de pequeño empezó a caminar en ese lugar e incluso hoy trabaja muy cerca. Es muy curioso todo esto del hermanamiento”.  

Cuando le pregunto qué impresión le ha dado la ciudad, responde con una carcajada: “He visto poco, acabo de llegar. Me ha parecido muy bonita, con mar, con mucho cielo. La había imaginado como más claustrofóbica, pero es un espacio ancho, aireado, que respira. Me siento muy bien recibido. 

Aunque esta es su segunda estancia en Cuba, asegura que por primera vez ha tenido tiempo para salir a la calle y conocer a su pueblo. “Me doy cuenta del gran legado cultural que hay aquí, es una auténtica brutalidad la manera en que la gente te acoge, cómo tiene un pensamiento colectivo, un sentido de comunidad”.

Sobre su actual desempeño contó que ha estado rodando un proyecto en Bélgica y otro en España, este último de la mano de Alberto Morais, “un director valenciano con una visión profunda, muy política, del ser humano”.

Como no podía ser de otra manera, terminamos hablando del cine contemporáneo, de sus avatares y desventuras en medio de un universo audiovisual dominado por el Internet, las multiplataformas y los servicios de streaming. 

“Tienen mucho peso los intereses del capital, cuando en realidad deberían determinar lo artístico o lo educativo. Encontrar cineastas que te cuenten el mundo a través de sus ojos resulta un verdadero tesoro pero, es algo que cada vez se prioriza menos en pro de un resultado financiero que está en las antípodas de lo que debería ser la pulsión creativa y transformadora”.