Ríos intermitentes: la intermitencia de los recuerdos

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Por estos días, el ajetreo y las muestras de la XIII Bienal de La Habana con subsedes en algunas capitales de provincia, me remontan a esas primeras ocasiones que tuve la oportunidad de acercarme a las artes plásticas.

Y aunque son lejanos los días que Nilo – maestro de cuarto grado en la Escuela Pública Antonio Luís Moreno de Pueblo Nuevo- estimulaba entre los alumnos el aprendizaje del dibujo, aún rondan aquellas primeras imágenes que apenas intentábamos reproducir al calco.

Pero el acercamiento más serio a la apreciación de las artes visuales, la tuvimos al ingresar a la enseñanza secundaria, allá en la Bonifacio Byrne, donde oímos hablar de estilos y escuelas apropiándonos de un saber que ya nunca nos abandonó.

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Matanzas contaba desde los años cuarenta con su Escuela de Artes Plásticas, más fue a partir de los sesenta, que con la creación de la Galería de Arte en el área derecha del edificio de Ayuntamiento, logré interesarme por las creaciones de los artistas de casa.

La Galería, así con mayúscula, devino espacio de verdadero disfrute, acogedor, íntimo, por sus variadas salas y el patio colonial que le brindaba un aire muy especial. A todo ello sumo, el recuerdo de Agustinita, la pianista que  satisfacía las peticiones musicales de los visitantes con un repertorio inagotable que podía recorrer desde una Malagueña de Lecuona, hasta Canzone per te de Sergio Endrigo.

Allí conocí obras de Drake y Gallardo, Cobo y Coro Marrodán, Borodino y Yovani, entre otros muchos.

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Pero el verdadero encontronazo con una realización otra, de las artes plásticas, lo viví en julio y agosto de 1967 en La Habana. Era el Salón de Mayo de París que por pr imera vez cruzaba el Atlántico para exhibirse en La Rampa habanera.

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Cuánto deslumbramiento al ascender por el paseo del Pabellón Cuba, con su cascada incluida y descubrías aquellas obras pertenecientes a estilos como el Arte Cinético, el Op Art o el Pop Art del que anteriormente no tenías idea de su existencia. Avanzar y enfrentarte a un original de Miró o Picasso entre tantos nombres célebres o al Mural Colectivo era una verdadera maravilla.

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Luego fueron las bienales. Algunas las reconozco como la de los perritos lascivos o la de las cucarachas trepadoras. Los salones Diago y las muestras personales o colectivas de tantos creadores foráneos o del patio hicieron el resto.

Por eso el justo agradecimiento a los que posibilitaron una Gala Inaugural disfrutada al máximo por nuestro pueblo y este ajetreo que se traen en los alrededores de la casa que convocan al recuerdo. Desde ya le destino más de una jornada a lo que seguramente quedará como otra muestra colosal de nuestra creación artística y aún la de creadores provenientes de lugares distantes. La construcción de lo posible es una realidad que se recordará en el terruño desde la intermitencia de sus ríos.

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