Carta no leída en la despedida de Carlos Martí

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Retiro de Carlos Martí. Foto: Tomada del perfil de Facebook del autor.

Estimado profesor:

Pocas veces, y me atrevería a decir que no recuerdo ninguno en nuestras Series Nacionales, se le hace retiro a un mentor. Y mira que han pasado buenos y brillantes. Usted es la excepción no solo por haber sido director ganador, bueno y brillante. Usted es la excepción por haber sido mejor ser humano desde su puesto de timonel. Sin la altanería, prepotencia o suerte de otros. Su aché era único y natural: humildad, carisma, sinceridad y amor por su terruño y sus peloteros.

Por eso, a fuerza de ser sincero, aplaudo la iniciativa de hacerle una ceremonia con entrada en coche, traje, crónica de recuento, familia a su lado, flores, cuadro y aplausos. Solo que no había que precipitarla en una inauguración donde apenas había público para aplaudirlo y ni siquiera las organizaciones del territorio pudieron entregarle lo que le obsequian en abundancia a los peloteros en el adiós.

Sé que su modestia es tan alta como las lomas de su Granma natal y que después me dirá en una llamada telefónica que “ya quería salir de eso”, “a mi los regalos no me importan”, “bastante que se acordaron y me despidieron”. Pero profesor, usted merecía un estadio Mártires de Barbados repleto como lo llenó con sus cuatro títulos nacionales para Granma y el primer cetro en la Liga Elite con Agricultores y debió llevarse a casa no solo flores, un cuadro y par de abrazos de la presidencia y los equipos Matanzas y Granma.

Hablo de detalles que a veces perdemos con la premura de un homenaje. La gigantografía inaugurada con su rostro debió ir acompañada con el retiro del número 45 para cualquier jugador o entrenador hacia el futuro en el territorio y en Cuba. Ese 45 es suyo. Debe ir al Salón de la Fama del béisbol cubano cuando se retome junto al 10 de Linares, el 14 de Casanova, el 5 de Muñoz, el 46 de Kindelán o el 35 de Vinent, por solo citar de los últimos exaltados.

Conozco de sus emociones y de cuántos recuerdos pasaron por sus ojos mientras leían su palmarés deportivo cronicado. Me gustó que al menos Alfredo Despaigne lo abrazara en ese momento. Es uno de los que le debe con agradecimiento su carrera deportiva, porque cuando nadie lo quería en Santiago de Cuba usted lo arropó como padre y entrenador. Le dio confianza y lo vio crecer hasta la inmensidad.

Quise escribir estas líneas quizás antes del retiro y entregárselas en su casa, sentado al lado de la madre que tanto cuida y ama. Hay pocas personas en el béisbol cubano que inspiran tanto respeto y cariño, incluso para los contrarios. Nunca dejó de ser crudo y duro cuando la ocasión lo ameritaba. Lo vi defender hasta con las uñas a uno o varios de sus jugadores para un equipo que jugaría en el exterior con un solo argumento: “cogió sol conmigo y si yo voy él también va”.

Como las cartas no pueden ser muy largas y menos para redes sociales, permítame despedirlo periodísticamente con una de las enseñanzas que me dio en una ocasión, tras leer un artículo en las páginas del periódico y escuchar su versión radial días más tarde. Me dijo entonces: “para el aficionado director bueno es sinónimo de equipo ganador, sin embargo, lo más difícil no es ganar, sino formar una familia de mejores personas dentro de un equipo”.

Y eso lo logró con creces en más de cuatro décadas. Su asiento, su gorra, su parsimonia para salir a discutir, su firmeza, su amor a Cuba y a Fidel nunca nadie lo podrá olvidar. Ese es Carlos Martí. A quien le debía esta carta de despedida.

Posdata: No deje de ir al estadio. Desde afuera también educa.

Un abrazo, Joel García... y quizás todo el pueblo de Cuba.