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La enésima carga de unos revendedores

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Con razón se dice que ganan más los revendedores que quienes bajo sol, lluvia y frío hacen producir a la tierra.

“A 300 pesos la libra, mi amiga”, dijo el dueño del negocio. “¿Una libra de tomate en 300 pesos? ¿Acaso contienen arroz, carne y platanitos fritos? Y eso que soy tu amiga, porque si no…”, manifestó sorprendida y con jocosidad la mulata de mediana edad con una bebita en brazos.

Lo anterior no es ficticio, sino real. Aconteció en la ciudad de Matanzas, donde dos carretilleros mostraban lo abundante de sus artículos alimentarios, todo a precios extremos, lejos del alcance de la inmensa mayoría de los actuales jubilados, y de los que en la actualidad trabajan en diversas funciones, incluso profesionales de altos salarios, sumando que no todo gasto es para comida.

Una somera mirada permitía conocer de plátanos a 30 pesos cada uno, ristras de cebolla, o la mitad de estas, a 700 y 500 pesos, cuando apenas 10 o 12 unidades penden de ellas, sin que sus tamaños fueran algo alarmante. El ajo, por el estilo. Si hubiese contabilizado todos aquellos artículos comestibles, unas 10 variedades, calculo que no menos de 35 000 pesos —quizá más— costarían en una carretilla.

Con razón se dice que ganan más los revendedores que quienes bajo sol, lluvia y frío hacen producir a la tierra que propicia todo bien, en especial para ellos. Quienes cotizan “sus productos” al más alto precio ni siquiera caminan una vez sobre el surco, y mucho menos saben dónde se rotura y alista la tierra en la que se siembra y cosecha el alimento con el que ellos aumentan considerablemente su peculio personal. No puede haber conciencia del atropello que se comete si no se valora siquiera de dónde proviene y cuánto cuesta producirlo.

Pero el señalado no es el único ejemplo: pululan quienes maltratan de esa forma a la población, día tras día se multiplican y es difícil hallar una zona citadina sin tropezar con en ese sistema lucrativo, la vía más expedita para crear bienes monetarios lo más fácil posible.

Lea también: Inspectores, mano dura ante quienes violan precios y lucran con lo ajeno

El Héroe Nacional José Martí dijo: “Cuando el hombre sirve, la tierra sirve”, y aunque por las contingencias económicas y financieras que atraviesa el país resulta harto difícil adquirir en el exterior los recursos necesarios para la agricultura, puede hacerse más con los existentes, para que los precios, tanto estatales como privados, no sean tan excesivos ni extremos.

No debe dejarse a la población en manos de indolentes que desarman monetariamente sin el menor escrúpulo. 

Es cierto; cuando aparece el machete, la lima, guantes, fumigación y otros implementos para el cultivo integral, sus precios son altos, pero ¿acaso quienes venden por las calles los mencionados alimentos son aquellos que doblan del cansancio ante el surco, sudan, se mojan, se cansan en cada jornada laboral? No necesariamente, pues entre ellos abundan los oportunistas que lucran con el sudor ajeno.

Sin dudas, aunque hay presencia de inspectores, con la participación de todos se puede acabar con los abusos. Es cierto, con su actitud provocan malestar, inconformidad, desaliento en quienes no pueden adquirir tomate, plátano, fruta bomba, malanga, guagüí, guayaba, etcétera; y estos desconciertos contradicen la política de la Revolución de fomentar el bienestar aún en los peores momentos por las que ha transitado a los largo de más de 60 años.

También es necesario darle un vuelco inmediato a la agricultura, emplear nuestros medios disponibles para producir. Hay que, reitero, corregir a quienes lucran sobre la base de una de las proporciones materiales más importantes para el hombre, más allá de las riquezas: sus alimentos.

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