Silvia: pedagoga de fidelidad martiana

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La profesora Silvia Caridad García Álvarez aprecia con satisfacción las disímiles plantas que cultiva en el pequeño y fructífero patio hogareño. 

Así es ella, sencilla, sensible; capaz de compartir cuanto atesora en sabiduría y bienes. Debe estas virtudes a Celia María, su madre, quien por más de una centuria le entregara ternura y saber.

Es natural de San José de los Ramos, municipio Colón, donde naciera el 3 de noviembre de 1946; hoy, desde su actual vivienda en el reparto yumurino del Naranjal Norte, evoca pasajes de su vida.

“En este reducido espacio, día, noche y madrugada, preparé infinidad de clases para numerosas escuelas, luego de abandonar mi pueblo natal”. Detiene el diálogo, porque: “Prefiero comenzar por el principio, para hilvanar bien ideas y recuerdos”.

El triunfo de la Revolución la sorprende con 12 años de edad. Guiada por su progenitora, decide seguir el curso de la historia que nace en Cuba. En séptimo grado se afilia a la Asociación de Jóvenes Rebeldes, simiente de la UJC. Fue dirigente en su escuela, la entonces recién creada secundaria básica Guillermo Llebre Romaní. 

“Participé en la I Plenaria Nacional Estudiantil de la organización juvenil, creada a propuesta del Comandante Ernesto Che Guevara, durante la cual se convocó a participar en la Campaña de Alfabetización, propósito que debía lograrse en menos de un año y que ya había iniciado su preparación. 

“En marzo de 1961 me incorporé en el cuartón 51, granja Ernesto Riverí, en Cananova, Sagua de Tánamo, territorio que formó parte del II Frente Oriental Frank País, en el período de la etapa de la lucha revolucionaria. La distribución de tierras y la incultura generaron una difícil situación local que logramos disuadir. 

“Concluida la campaña e incorporada al Plan de Becas Nacional, proseguí los estudios. Pertenecí al Destacamento Primeros Bachilleres del Plan Fidel. Escogí la carrera de Arquitectura, pero los tabúes de la época provocaron que mi madre se opusiera al ingreso en la Universidad de La Habana, y encaminé mis pasos por otros senderos. Entonces resultó vital la huella de la alfabetización.

Para la profesora Silvia hay tres motivaciones: la familia, la pedagogía y las plantas.

“Decidí incorporarme al ejército de los educadores. Me hice maestra, que es hacerme creadora, como dijera José Martí. Debuté como tal el 11 de noviembre de 1964, en la misma secundaria básica. Graduada en el Instituto Pedagógico, fungí como profesora de Historia durante un cuarto de siglo. Me hice acreedora de la Medalla Rafael María de Mendive.

“Formé a 25 generaciones, sin dejar de cumplir funciones en las organizaciones políticas y sindicales, como secretaria docente y jefa de cátedra. En respuesta a una necesidad circunstancial, durante seis meses asumí la dirección del politécnico de Mecanización Agrícola Julio Padrón Armenteros de Banagüises, perteneciente a Colón.

“En el curso escolar 1989-90 comencé como profesora de la mencionada asignatura en la Escuela de Iniciación Deportiva Luis Augusto Turcios Lima, en Matanzas; donde también ejercí como jefa de cátedra. Allí estuve 27 años. A campeones olímpicos, mundiales, panamericanos y de otras competencias enseñé historia, en particular la de Cuba, para que la exhibieran orgullosos adonde fueran. Esto se incluye entre los valores que debemos enarbolar”. Debido a ello, depositaron en su pecho la medalla Mártires de Barbados.

Utiliza unos segundos para mostrar varios reconocimientos en medallas, certificados, títulos enmarcados, recibidos en 59 años de trabajo; así como otros, otorgados en la comunidad como guía y apoyo a disímiles tareas de importantes organizaciones, de las que habla con orgullo; como el Club Martiano, que preside en su zona de residencia, y la Federación de Mujeres Cubanas.

“El deporte es parte de mi carrera, sin haber sido atleta. Además de la Eide, en el último período de mi labor pedagógica estuve seis cursos en la Escuela Provincial de Remos, de Varadero”. Antes de este centro, Silvia Caridad brindó sus conocimientos y talento en el Politécnico de la Salud. 

Comparte con amistades, pero para su patio natural tiene muchas horas del día.

Ella posee varias motivaciones especiales: su librero con obras de José Martí, Fidel, Che Guevara y revistas históricas, por su contenido y años de editadas; el reconocimiento de los vecinos por su ardua labor en función de ellos, en especial los niños y jóvenes a los que dedica un amplio espacio de tiempo, ya sea en juegos de la calle, aniversarios, o cuando los requerimientos implican sus plantas para paliar una inflamación, dolor y golpes leves o violentos.

“Me gusta el arte de recitar, hacer dulces de todo tipo, las relaciones públicas, concursar… Gané varios premios en trabajos históricos y poemas; pero adoro el cultivo de plantas, sean frutales o medicinales, las cuido con esmero. Con esta práctica también rindo homenaje al Maestro, quien elogió la utilización de la medicina verde.

“Aparte de chirimoya, guanábana y plátano; tengo manzanilla, zapatón, mastuerzo, tilo, bejucubí, orégano, sábila, meprobamato y otras plantas útiles para curar, cuando son bien utilizadas. Las entrego con entera disposición a la comunidad, a la que me debo en cuerpo y alma.

Su mirada ahora es de dudas, pero valiente, dice lo que piensa. “Me quedan insatisfacciones: por ejemplo, no pude ser arquitecta, pero cuanto realicé fue obra de mi consagración a lo que amo, la pedagogía, junto a mi fe martiana y patriótica”.