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Ángela, una profesora enamorada del magisterio

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Ángela María García Caballero es una de esas profesoras que te cambian para siempre. Su pasión a la hora de impartir sus clases de Español demuestran no solo su gran preparación pedagógica, sino también el increíble ser humano que es. 

Para ella, estos 44 años de enseñanza constituyen uno de sus mayores motores impulsores en la vida. 

Ángela reunida con algunos de sus compañeros del IV Contingente Destacamento Pedagógico “Manuel Ascunce Domenech”.

Esta profesora de 64 años de edad, originaria de Sabanilla, Unión de Reyes, comenzó su camino por el magisterio a los 15 años. Ocurrió cuando cursaba su décimo grado en la Esbu Rebelión de Triunvirato. Allí  impartió clases de Español-Literatura a estudiantes de noveno grado y en la Secundaria de Guanábana por ausencia de profesores. Pero según ella explica, no fue hasta que hicieron el llamado para la Constitución del IV Contingente Destacamento Pedagógico “Manuel Ascunce Domenech”.

“Cuando hicieron el llamado fui a una reunión provincial donde orientaron todo lo que había que hacer para captar a los estudiantes para el destacamento pedagógico, ahí fue cuando yo dije, bueno, si yo no entro al destacamento cómo yo voy a captar a mis compañeros. Recuerdo que fui la  primera incorporada. Después nos invitaron al Acto Nacional de Constitución del IV Contingente del Destacamento Pedagógico en el Escambray.

“En ese lugar visitamos la casa de Pedro Lantigua, donde Manuel Ascunse Domenech daba sus clases, luego nos llevaron hasta el árbol donde fueron colgados los dos y nos contaron toda la historia de esos hechos de la alfabetización. Fue en ese momento cuando me identifiqué con aquel joven de 16 años que fue capaz de poner su vida en función de la educación, y eso me motivó muchísimo para poder continuar. Es entonces cuando me incorporo al Destacamento Pedagógico en agosto de 1975”. 

Este fue el comienzo de una profesión que la marcaría toda su vida, es así como aquella jovencita llega a la Filial Universitaria “Alberto Fernández Montes de Oca” de Torriente, enclavada en el Plan Citrícola de Jagüey Grande. Allí desarrolló sus prácticas docentes hasta 1979, para después iniciar su vida laboral como profesora de Español-Literatura por dos años en el Instituto de Segunda Enseñanza José Luis Dubrocq, en Matanzas, actual preuniversitario. Terminada su estadía allí, se solicitó su servicio en el primer Instituto Superior Pedagógico “Juan Marinello Vidaurreta”, luego Universidad Pedagógica “Juan Marinello Vidaurreta” y finalmente Facultad de Idiomas de la Universidad de Matanzas, ente educativo al cual se mantiene vinculada desde entonces.

El primer encuentro que nunca olvidará

A pesar de mostrar su eterno amor por la profesión, afirma que en un primer momento no estaba segura si tomaba la decisión correcta. 

“Cuando me incorporé al destacamento, yo todavía no estaba segura de que esa fuese mi vocación, porque  me preguntaba quién era yo salvo una chiquilla quinceañera. Recuerdo cuando me dijeron que tenía que dar clases en la Vocacional, las piernas me temblaban. Ese primer día de clases yo tenía miedo, los pies no me obedecían. Fue entonces cuando una compañera mía llamada Norma Suárez, que ese día también empezaba como maestra, me empujó y  caí delante de mis alumnos. Al ver sus caras, todo aquel miedo se desvaneció, pues me di cuenta que para ellos al frente estaba la maestra. 

«A partir de ese momento entendí de verdad cuál era la nobleza y la responsabilidad que había en esta profesión, y desde entonces vivo enamorada del magisterio.”

Cuando maestros engendran otros maestros

Su afición por el Español devino por la pasión de otros profesores hacia esta misma materia. 

“En la secundaria tuve dos excelentes profesores de Español-Literatura que me marcaron para toda la vida, Efrén Santos y Raquel Riverol. En aquel momento a mí me gustaba tanto el español, la literatura, como el inglés. Fue entonces cuando entré a la Esbu de Triunvirato, que tenía dos profesores de ingreso en competencia por quién me llevaba con ellos, uno de inglés y el otro de español; pero fueron la profe Olga Caudales y sus maravillosas clases de Español-Literatura las que me hicieron decidirme por esta asignatura”. 

Es así cómo la educadora se adentró en el mundo de la lengua y trazó un camino de constante superación. Para esta Doctora en Ciencias Pedagógicas, la preparación, superación y la investigación deben ser premisas de la labor educativa de un profesional de la Educación Superior. Las diferentes responsabilidades que asumió en toda su trayectoria la llevaron a crecer aún más, pues constituir un ejemplo la motivó a desarrollar su vida profesoral. 

El ABC de un profesor

Ángela María García Caballero, junto a profesores y alumnos durante una actividad.

Ángela siempre mantiene vigente estas palabras: “Un maestro vive en cuanto estudia; cuando deja de estudiar, muere”. No recuerda de quién lo escuchó o leyó, pero lo defiende en todo momento, y es que para ella esa frase refleja uno de los papeles fundamentales de un pedagogo. 

“El profesor que no se actualiza deja de ser ese profesor que trata de que el estudiante siempre llegue a un escalón más alto y se prepare cada vez más.” 

“Además, la profesión pedagógica es muy sacrificada y cuando de verdad el maestro quiere realizar una labor de formación y de educación tiene que sentir al alumnado como su familia. Ese profesor tiene que preocuparse por el estudiante no solo como un ente que está aprendiendo algo, sino como un individuo que tiene una vida social. El alumno ha de percibir que uno lo quiere, que es importante, pero  desgraciadamente eso no sucede con todos los maestros”.

Asimismo, esta sabanillense explica que para ser profesor debes tener una serie de condiciones indispensables para inculcar cualquier saber a los estudiantes.

“La primera condición es ser una persona humanamente buena, tú puedes instruir pero no educar a nadie, porque la producción pedagógica es una producción altruista. Entonces, si tú no eres ejemplo verdadero para tus estudiantes, no puedes educar.”

“También es ser capaz de ponerse en la posición del otro, tener empatía con los demás, saber escuchar y tomar decisiones no para destruir al alumno sino para educarlo. Por último, una de las condiciones más importantes resulta la de respetar a los demás y respetarse a uno mismo”.

Su mayor motivación

Más de cuatro décadas en las aulas, delante de jóvenes que cada año significan un reto y aprendizaje nuevo, conlleva una dedicación muy grande. Incluso, cuando Ángela se vio imposibilitada por una enfermedad, nunca desistió. Al preguntarle la razón por la que todavía se mantenía en estos afanes, su respuesta fue muy clara. 

“Mis estudiantes. Ellos son los que me han hecho crecer y los que me han educado a mí. Hubo un momento en que pensé que no podía porque físicamente no me encontraba bien, razón por la cual me jubilé; pero psicológicamente yo no estaba lista para dejar el aula ni a mis alumnos. El aula para mí constituye ese momento de realización personal y profesional. Por eso, tan pronto me recuperé, me incorporé hasta el día de hoy y los venideros».

Recibimiento del Sello 50 Aniversario de la Educación Superior.

Reconocimientos

En toda su trayectoria pedagógica, Ángela ha obtenido disímiles galardones, como Educador Ejemplar desde el 2016 hasta el 2022. El Premio Territorial Anual CITMA 2012, 2018, 2020, 2023. Y este año se destacan el Premio de la Dignidad que otorga la Asociación Nacional de Pedagogos de Cuba y el Premio Nacional Angelina Roméu Escobar, que otorgan la Comisión Nacional de la carrera Licenciatura en Educación Español-Literatura y el Departamento Español-Literatura de la Universidad Pedagógica Enrique José Varona.

Lo cierto es que para ella no hay mayor reconocimiento que el cariño y la dedicación de sus estudiantes cada día. (Por: Beatriz Mendoza, estudiante de Periodismo)

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