Santa Marlene: por siempre una bata blanca

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Santa Marlene: por siempre una bata blanca

Santa Marlene, un camino de sacrificios y resultados, orlado por el amor a su vocación

de médico donde se le requiera. Fotos: Cortesía de la fuente.

Difíciles e importantes decisiones tomó en su vida la doctora Santa Marlene Fonseca Infante, máster en Atención integral a niños, niñas y adolescentes. La más trascendental: dejar con la familia a sus pequeños hijos y viajar hacia la República Popular de Angola (RPA) para atender, curar y salvar vidas humanas. En el país africano permanece desde el 9 de abril de 2020.

Con sus raíces en el poblado de Tacajó, Holguín, donde naciera el 20 de mayo de 1966, se considera una matancera más, al llegar a la tierra yumurina a los ocho años de edad. “Aquí crecí, me eduqué y fructificaron mis principales sueños: ser madre y conquistar el título de médico, luego perfeccionado con estudios y experiencia.

“Tardé en decidirme por la misión internacionalista. Soy muy celosa con mis hijos y no quería dejarlos, pero recordé las palabras de Fidel cuando expresó que ‘Ser internacionalistas es saldar nuestra propia deuda con la humanidad’. También considero que esta condición me hace mejor persona, empática, humilde, humana, compartir cuanto tienes con quienes padecen, ver sus necesidades.

“Al graduarme de médico juré ser fiel a todo ser humano, y a quienes me formaron con alto rigor y sentido profesional. Nuestra consagración no tiene frontera, por muy difícil que sean las condiciones en que se ejerza, pues somos como el antídoto de todo mal físico que padezca persona alguna, hállese donde se halle.

“Afrontamos dificultades, pues estamos en un país pobre, como el nuestro, y el objetivo es asistir con las herramientas que poseemos mediante la ciencia y la técnica, para combatir las enfermedades que padecen, como parte de su cruda realidad. Hallamos acá, en el municipio de Caungula, Luanda Norte, males como la malaria, paludismo, VIH, tuberculosis, escabiosis, etc., que pululan por doquier.

Solo la consagración de Santa Marlene a la Medicina logró alejarla de sus más importantes amores: Marcos y Marlon, sus hijos.

“Al principio el idioma resultó un obstáculo, pero luego Felipe Zaca, un nativo que estudió técnicas agrícolas en Cuba, me ayudó y con esta arma a mi favor, en un portugués genuino, logré insertarme mejor entre la población de diferentes lugares. Estuve mayormente sola, en los también municipios de Chili, Dundo, Cuango y Cuilo, donde presta servicios de consultas y demás atenciones el personal médico cubano, en las especialidades de RX, Ginecología, Oftalmología, Cirugía, Pediatría, Dermatología; muchas de las cuales prácticamente desconocían debido a la lejanía entre las principales ciudades y los territorios donde habitan”. 

Es oportuno decir que, antes de la llegada de los galenos de la Mayor de las Antillas, era considerable la mortalidad materna, infantil y en general, al ser rehenes de dichas enfermedades, muchas curables o con posibilidades de extender sus vidas, pero no tenían cómo. 

“Con el tiempo se adaptaron a nuestra presencia, mientras que las batallas contra malos hábitos de salud y otros es permanente, pues hay insalubridad y costumbres que atentan contra cuestiones elementales para tener cuerpo y mente sanos”.

Al preguntarle por el tiempo futuro de estancia en un continente inmensamente rico en recursos naturales, pero a la vez pobre por la explotación a que fue y es sometido, dijo: “Es lógico que desee regresar a casa. He tenido dos períodos de vacaciones para unirme a mis hijos, Marlon Eloy (21 años) y Marcos Eloy (17), y mi esposo, Ramón Ramírez Valero, en el reparto Pastorita (Reynold García) en Matanzas, pero cuando ocurra el regreso definitivo partiré con nostalgia por lo que dejaré aquí.

“Solo de imaginar la inmensa cantidad de niños, adolescentes, jóvenes y adultos, incluidos ancianos, que quedarán sin nuestro resguardo, con ese amor que les dedicamos, independiente del servicio médico, parte el corazón. Aunque sabemos que otros ocuparán nuestros puestos, el dolor es nuestro, lo llevaremos siempre muy adentro. Es como dejar atrás a la familia, amigos, vecinos. Siempre, al recordarlos, lloverán lágrimas, porque, cual nubes, descenderán de nuestro sentimiento humano, profesional, materno. Será como una llaga que requerirá tiempo para sanar.

“No debo pasar por alto algunas experiencias, interesantes creo, como el miedo a murciélagos y ratones, que al principio me hacían la vida imposible, así como el ruido o rugido de otros animales, pues viajábamos largos trechos, siempre acompañados, pero a no pocos lugares iba sola. En realidad cuesta adaptarse, pero dedicamos el tiempo a trabajar y ello ayuda, te saca del trance. Por la noche todo cambia en medio de estos parajes”.

Santa Marlene, huérfana de madre dos años después de nacida –la criaron sus tías maternas, Cándida y Mireya–, no comenzó en el sector de la salud como médico, sino como técnica en farmacia al graduarse en el Politécnico de Salud 27 de Noviembre. Pero, al llevar muy adentro la vocación por la carrera de Doctor en Medicina, aprovechó un decreto emitido por el Estado cubano y se presentó a exámenes de ingreso afines en 1991.

“Pasé trabajo, aquello no era fácil, y como no había cursado el preuniversitario, enfrenté las clases de la Facultad Obrero Campesina Reynaldo González Galainena. El primer y segundo año fueron súper difíciles, porque tampoco sabía inglés. No obstante, me ayudaron profesores y mis compañeros de aula. Estudié y mucho, no había tiempo para nada. Ni paseo, fiesta, cine, nada más que libretas, libros, clases prácticas, conferencias, intercambios.

“Tuve extraordinarios y mundiales en Bioquímica y Fisiología, pero logré alcanzar a los más aventajados del grupo. Logré el objetivo mediante el sacrificio, era el precio, no había otra forma, con 4 de índice. Me recibí como médico (1997) y como especialista en Medicina General Integral (2002), máster (2009) y profesora asistente (2012). Reconozco que tuve muy buenos profesores, y no los menciono porque duele olvidar a alguno”.

Numerosos son los centros médicos asistenciales donde laboró antes de su partida para la RPA: civiles y militares, como consultorios comunitarios, policlínicos, hospitales, la Clínica Internacional de Varadero, hoteles, en los que siempre fue considerada como una verdadera profesional por su entrega a cada paciente; además de asumir responsabilidades de dirección en el Ministerio de Salud y del Movimiento Obrero.

Basta mencionar algunos de los reconocimientos recibidos hasta ahora, como la Medalla 23 de Agosto, otorgada por la FMC, Hazaña Laboral, y la Medalla Comandante Manuel “Pity” Fajardo por 20-25 años de labor ininterrumpida.

“Jamás abandonaré mi profesión por lo que constituye y amo. Siempre recuerdo el aforismo que leí hace algún tiempo y expresa que ser buen médico representa humildad, humanismo y humor. Prefiero concluir con las palabras de José Martí, quien señalara que el deber es estar allí donde es más útil. Quiero mantener por siempre lo blanco de mi bata, sin mancha alguna”.