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Jorge Rodríguez: una historia de vocaciones, neurodesarrollo y amor

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Dice que desde que tuvo uso de razón siempre quiso ser médico, en tiempos en los que tener esas aspiraciones era soñar demasiado en grande, sobre todo cuando se provenía de una familia pobre. 

Pero, para buena fortuna de Jorge Rodríguez Fernández, el triunfo de la Revolución le sorprendió siendo apenas un niño de nueve años, lo que le permitió estudiar y ejercer la profesión anhelada. Aunque confiesa que la pediatría no lo deslumbró desde el principio, ese fue un amor que llegó con el tiempo.

Hoy el galeno dirige la clínica al neurodesarrollo Rosa Luxemburgo de la ciudad de Cárdenas, proyecto que defendió desde los cimientos y lleva más de dos décadas devolviendo sonrisas a niños y padres. 

DE LA CIRUGÍA A LA NEUROPEDIATRÍA

“Creo que a casi todo el que le gusta la medicina quiere ser cirujano al inicio, y esa también fue mi primera inclinación. Así lo mantuve hasta que llegué a cuarto año de Medicina, cuando tuve que venir para Matanzas. Había iniciado la carrera en La Habana. 

“En mi primera rotación me tocó ir al salón con una personalidad en la historia de la cirugía matancera: Julio Fong, y ahí me di cuenta de que yo, no es que no tuviera habilidad para picar o abrir cavidades, sino que me faltaba vocación.

“Cuando roté por el Pediátrico, mi mentor fue el profesor Antonio Díaz Betancourt, mi paradigma de médico para toda la vida, que era neuropediatra. Entonces fue que me incliné por esa rama, porque se piensa que fue por mi hijo y lo que viví después, pero desde mi formación ya sabía lo que quería ser.

“Hice mi internado vertical de Pediatría y me examiné el 28 de diciembre de 1972. Empecé en febrero del año siguiente como pediatra, no especialista, en el hospital de Cárdenas, donde realicé mi servicio social con un grupo de médicos prestigiosos de esa rama. 

“Era un joven de 23 años, recién graduado, que pasó a ser jefe de servicio de esos monstruos de la medicina cardenense. Al final terminamos: yo dirigiéndolos, y ellos siendo mis amigos, logramos ser un verdadero equipo de trabajo”.

ANGOLA, UNA PÁGINA QUE DUELE

Cuando menciona a Angola, Jorge inhala el aire con fuerza. Aunque confiesa que en cierta medida influyó para que se le enviara al continente negro, nunca es igual lo que te cuenten a vivirlo.

“En el 75 empecé la especialidad, que la hice en dos años, y llegó la misión. Allí… allí realmente conocí lo que era una guerra —comenta mientras se le hace un perceptible nudo en la garganta—. Aprendes lo que es ser médico en un campo de batalla, que implica evaluar y valorar a quién puedes salvar y a quién debes dejar ir”. 

Nadie ha dicho que las guerras sean fáciles; pero juzgar desde afuera siempre es más sencillo. No es igual cuando sientes silbar las balas; cuando los morteros hacen vibrar la tierra que pisas; cuando son tus amigos y conocidos los que caen sin que puedas ayudarles; y mucho menos cuando los daños colaterales son infantes. 

“Era un momento muy difícil en que debías atender los que eran salvables. Recibí los casos de la famosa masacre que salió en todas las noticias, eran cientos de niños”. 

La voz se apaga. Las palabras devuelven a la mente recuerdos que no quieren estar. Pero hay huellas que no las borra el tiempo, ni poniéndole el mayor empeño. Cada vida duele como si fuera propia, sobre todo cuando la paternidad ya la sabes cercana.

“Dejé a mi esposa embarazada de mi primera hija, con cuatro meses de gestación, y cuando llegué de la misión ya la niña tenía 13 meses de nacida. Realmente aprendí mucho de mi especialidad, de mi carrera y de la vida. Fui para Angola con inmadurez y allí crecí”. 

LA VIDA Y SUS LETRAS RETORCIDAS

“En el hospital de Cárdenas trabajé pediatría, no neuropediatría. Creé un servicio de atención a los pacientes más severos. En ese entonces no existía la terapia intensiva en el país. 

“Las terapias se generalizaron después de la epidemia de dengue hemorrágico en el 81, y esto de lo que hablo lo conformé en el 79; una salita ahí con dos camas y una enfermera para atender los casos más importantes. Una atención mucho más cualitativa, así salvamos a muchos niños. Trabajé ahí varios años hasta que nació mi último hijo.

“Cuando tuve a mi tercer hijo, en el 86, me di cuenta de que en ese momento en Cuba no había cómo enfrentar un niño con una afectación neurológica ni del neurodesarrollo. 

“Fui a La Habana buscando apoyo, y lo encontré en mi profesor, el doctor Díaz Betancourt. Me dijo: ‘Yo te puedo apoyar, pero aquí el que más tiene que saber de esto eres tú’. Y ahí me dediqué a estudiar mucho. 

“Mi esposa es estomatóloga, entre los dos rehabilitamos a nuestro hijo. Comenzó a caminar a los siete meses, y a los seis años fue que aprendió a leer, escribir y hablar simultáneamente.

“Para tener una atención temprana de neurodesarrollo a los niños hay que trabajarlos desde el factor de riesgo, y no cuando ya tenga las afectaciones. Por ejemplo, mi hijo tuvo un problema prenatal. Mi mujer presentó una infección viral a las nueve semanas de embarazo que no fue diagnosticada. Me dijeron que era una erupción por intoxicación alimentaria y no fue así: se trataba de un virus. 

“Ella fue cesárea anterior y en el momento del parto hizo una reacción a la anestesia que le provocó un paro antes de salir el niño. No había neonatólogos en aquel momento, porque no se esperaban complicaciones. En Cárdenas existían solo dos, y como era cesárea programada, sin complicaciones en los partos previos, no se citó a ningún especialista.

“No obstante, mi hijo los primeros meses evolucionó bien, un poquito más lento. Yo me percataba de que no era igual; imagínate, me ganaba la vida viendo desarrollo infantil, y sabía que algo no estaba bien. Luego empezó con el cuadro de la epilepsia, el Síndrome de West, que fue lo que lo dejó en cero a los 10 meses, no sostenía ni la cabeza. Ahí fue donde mi esposa y yo aprendimos realmente de rehabilitación. Me convencí de que Cárdenas, Matanzas y Cuba necesitaban una clínica para el neurodesarrollo”.

EL CAMINO EMPEDRADO DE LOS SUEÑOS

En 1987, Jorge Rodríguez creó el incipiente equipo de neurodesarrollo. En ese entonces, sin un lugar destinado para ese fin, los especialistas encontraron puertas abiertas en el Centro de Diagnóstico y Orientación (CDO) de Educación en Cárdenas.

“Había un grupo de muchachas muy competentes. Para rehabilitar, me encontré con un licenciado en Cultura Física, que tenía la experiencia de haber rehabilitado a su hijo empíricamente. Empezamos todos a estudiar y a pasar cursos. Yo impartía lo que aprendía y los capacité a todos”.

Pero no solo era carente el espacio físico. Ni siquiera el tiempo destinado para diagnosticar y rehabilitar a infantes estaba autorizado para aquel colectivo que funcionaba con el amor como premisa.  

“Mis consultas las daba en mi posguardia, en el CDO. Al principio eran pocos niños, pero llegó el momento en que las consultas se alargaban y terminábamos a las 11 de la noche, porque fueron creciendo y ganando en popularidad; la confianza de los padres iba aumentando y ya el local no nos era factible”.

Justo ahí comenzaron a levantarse más muros, y no precisamente para albergar la esperanza de los necesitados. En el hospital no estaban de acuerdo con aquella consulta nacida de esfuerzos propios, que carecía de aprobaciones legales y burocráticas. 

“Me dijeron que pidiera la baja y me fuera para un policlínico, y les tomé la palabra. El hospital veía esto como una competencia para mi trabajo allí, cuando en realidad mi rendimiento nunca mermó. La dirección del “Héroes del Moncada” (policlínico) me apoyó muchísimo. Yo atendía mis grupos básicos de trabajo y ya tenía dos días para la atención temprana: uno en el CDO y otra consulta en el policlínico. Abarcaba más niños. Ya eran todos los pequeños de Cárdenas y un poco más allá. Empezaron a venir de Matanzas, Colón”.

Mientras va contando cómo con perseverancia fue cumpliendo sus sueños, los ojos de Jorge comienzan a brillar tras los cristales enmarcados de sus espejuelos. Llegar en la historia al momento en que su proyecto fue aprobado y se ejecutó la restauración de la antigua escuela llaca, donde estudió su secundaria y actualmente se encuentra el Centro al Neurodesarrollo Rosa Luxemburgo, genera una satisfacción difícil de explicar.

“El Partido Comunista Alemán financió este centro que estaba en ruinas. Ni siquiera era ya un partido, porque después de que se tumbó el muro de Berlín era una ONG. Vino a apoyar a Cuba, y en Matanzas hizo lo que se llama la Clínica de los alemanes, en la zona de la playa.  

“Ellos vieron un video que grabó el papá de un niño de la consulta sobre tres infantes. Los mostraban antes del año, con daños muy severos, y después corriendo en el círculo infantil. Cuando los alemanes vieron ese video de 12 minutos, se enamoraron de mi proyecto. Yo realmente aspiraba a tener una consulta con una salita para rehabilitar. Ese era mi sueño, y mira lo logrado”.

DE UNA PIEDRA A MUCHAS VIDAS

“Para el centro se puso la primera piedra en noviembre del 2000. Pero llegó el ciclón Michelle, y aunque los poquitos trabajadores que éramos nos pusimos a trasladar muchos materiales, con el ciclón se perdió prácticamente todo. Los alemanes tuvieron que empezar todo desde cero.

“Después de tantos avatares, en septiembre del 2002 fue que abrimos nuestras puertas. Iniciamos con bastantes niños, porque ya llevábamos varios años trabajando en lugares diferentes.

“De las estadísticas actuales qué te puedo decir. Este año, que han habido limitaciones con el transporte, hay 996 casos nuevos. Más todos los de seguimiento que tenemos, porque trabajamos con los infantes hasta que cumplen 18. 

“Tengo dos hijas. La mayor es pediatra y trabaja aquí conmigo. La segunda hizo defectología, quizá motivada por mi intención de crear un equipo de evaluación de los niños con trastornos neurológicos, o por su hermano, que ellas lo ayudaron mucho.

“Aquí se ven diariamente alrededor de 200 niños, en diferentes consultas; entre ellas neuropsicología escolar y una más actual, de autismo. 

“Después de la pandemia y el encierro la presencia de autismo aumentó. Esta condición tiene mucho que ver con la epigenética, o sea, el medio ambiente puede propiciar que un gen se exprese o no se exprese bien. La tecnología ha favorecido esto y es que si tienes un niño cerrado, que solo se comunica con un equipo, pues por supuesto que le afecta. 

“Hay un proyecto nacional en el que estamos incluidos, que reúne especialistas de La Habana, Villa Clara, Holguín y Santiago de Cuba; y está financiado por Suiza. Esta consulta funciona los viernes. Tenemos ya un algoritmo para evaluar el niño y sospechar los trastornos del espectro autista de los seis meses. Esto es una fortaleza nuestra”.

 

ÁREAS POR EXPLOTAR

Como un anexo del Centro de Neurodesarrollo, está la finca La Edad de Oro, que se encuentra en las afueras de la ciudad de Cárdenas. “Ha sido una maravilla, pero ahora está pasando por un mal momento”, refiere Rodríguez Fernández.

“En la finca lo primero que utilizamos son las potencialidades que el clima nuestro tiene para la epigenética que antes mencionaba. Allí trabajamos con un equipo de lenguaje, socialización y comunicación. Hay varios animales que se utilizan en la rehabilitación de los pacientes, incluidos los caballos”.

La Edad de Oro funcionó hasta 2022, cuando diferentes dificultades impidieron que se siguieran brindando servicios allí, como la equinoterapia que tanto ayudaba en el desarrollo de los infantes. 

“Primero nos robaron los caballos. Logramos adquirir otros dos que estaban en proceso de humanización, porque no puede utilizarse cualquiera, ya que son para usar en terapia. Se estaba recuperando el ranchón que habíamos perdido con un ciclón. También el parque terapéutico que los artesanos de la ACAA repararon voluntariamente. Sin embargo, han existido otras irregularidades que esperemos se superen pronto, por el bien de todos; y es que hay hasta dos tesis doctorales vinculadas con ese lugar”.

Los tiempos son complicados y Jorge lo reconoce. No solo la crisis económica golpea los sueños del neuropediatra. También lo hace la emigración y el burocratismo.

“El momento es difícil, hemos mermado el número de rehabilitadores. Hay otros que quieren venir y ahora mismo están lidiando con las trabas que tiene la burocratización de convertir una plaza en otra. O sea, tenemos ya personas dispuestas a trabajar, pero los trámites demoran demasiado”.

A MÁS DE DOS DÉCADAS DE UN SUEÑO CUMPLIDO

“Hemos desarrollado con éxito tres congresos internacionales. Una deuda que me queda conmigo es ser doctor en ciencias, porque el trabajo me ha absorbido, aunque sí lucho por que mi equipo se supere. Aquí somos 43 trabajadores, contando los de servicio, y de los especialistas, 16 son másteres. 

“Después de 21 años, mi mayor satisfacción es, primeramente, ver una cantidad grande de niños, que ya no lo son, y que han enderezado su camino y hasta me escriben de otros lugares: ‘Doctor, si no es por usted no tengo esto, por el equipo de desarrollo’.

“Tengo muchachas campeonas de lucha y un muchachito de implante coclear, con parálisis cerebral, tricampeón parapanamericano de kárate, que ahora está estudiando en la universidad. 

“Entre lo más importante que se ha logrado, también está el sensibilizar a la familia, que luche y sepa cuál es su papel en la rehabilitación de los niños.

“Me siento satisfecho cuando veo, por ejemplo, al joven autista que va a estudiar a la UCI, universidad que cogió con su promedio; o al de bachillerato, que está aquí en el instituto y tiene ideas de estudiar arquitectura, que dibuja muy bien y piensa que puede llegar a ser un Niemeyer cualquiera. Ellos son obsesivos en una línea, en lo que quieren hacer, y si le das todas las herramientas obtienes grandes logros”.

Y justamente ahí está la mayor satisfacción de este galeno, en ver los logros de los demás. Sean grandes o chicos, cada pasito; cada cabecita y torso erguido; cada palabra lanzada al aire, así sea en tropel; cada avance, por mínimo que parezca, es una batalla ganada a la vida. Es el resultado de cuando se mezclan vocaciones, entrega y, sobre todo, amor.

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