La sugerencia que me había dado una de las doctoras era que, nada más subiera la escalera, le preguntara a cualquiera por Gael, que de seguro alguien me indicaría la habitación correcta. Pese a la ambigüedad de la dirección, le tomé la palabra y bastó toparme con la asistente de limpieza para que me señalara sin dudar dónde se encontraba el niño.