La línea de la vida

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relatos covid

*Por Carlos Cruz

¿Puede alguien definir dónde es que comienza la última frontera, esa que separa a la vida de la muerte? Sabemos que existe, pero sólo podemos reconocerla cuando caminamos muy cerca de ella. La violenta e inesperada irrupción del coronavirus SARS COV 2 en el escenario mundial nos obligó a aceptar que el peligro acecha, es invisible y mortal.


Cuando hace unos días se confirmó que era positivo a la COVID 19 mi edificio emocional se derrumbó. Las que parecían sólidas bases fundidas con estudios y conocimientos del patógeno no pudieron soportar el golpe. La impotencia ante una situación irreversible dio paso a la angustia y esta al inevitable miedo por la exposición a un peligro mortal. Entre lágrimas, mi vida entera pasó en blanco y negro ante mis ojos, como una interminable película del cine mudo, de esas que recuerdas la trama pero no la cara de los actores. ¿Cómo era posible que después de cuidarme tanto y extremar medidas, me tocara a mí estar contagiado?
Perturbado y con el ánimo de un reo camino al patíbulo, llegué al centro de aislamiento para pacientes positivos, instalado en la Escuela de Enseñanza Especial en Unión de Reyes. Era de noche y el arribo fue en solitario, sin embargo la doctora Yamila Mantilla Acosta me dio la bienvenida con palabras de confianza y fe y un examen físico de rutina. En la sala, donde también se encontraba mi esposa desde días antes, las personas no estaban tristes ni apagadas, sino que esperaban con ansias la culminación del tratamiento para salir de alta.
Temeroso y algo confuso intenté conciliar el sueño pero resultó imposible. Las mañanas siempre renuevan y aclaran los pensamientos y un poco más calmado recibí la primera dosis de HeberFeron, la pequeña pero valiosa aspirina con función anticoagulante y la dipirona para el control de la fiebre. Todo ello aderezado con la dulzura y capacidad comunicativa de la joven médica, pequeñita y menuda, pero acertada en sus argumentos. Ese fue el primer paso en la resurrección, porque con el transcurso de los días regresó la esperanza a mi alma y la alegría al rostro. Hoy estoy de regreso en casa pletórico de agradecimientos.

Allí, en ese centro, dentro de una escuelita, que podemos calificar de muy especial, donde ingresan personas apesadumbradas y salen con ganas de todo, el milagro es colectivo. Yamila lidera un grupo de combate contra la COVID 19 que funciona como una gran familia.
Todos sus integrantes son jóvenes, realmente comprometidos con la labor que realizan, sin reparar en horas, tareas y sacrificios. Intercambian obligaciones según la situación y el momento. Siempre hay una respuesta pronta y amable, de esas que son escasas en la sociedad actual. Cuando se recibe una lección de humanidad y entrega de esa magnitud podemos cuestionar ¿quién dijo que todo está perdido?
Con la pandemia afloraron nuestros miedos e incertidumbres, sin embargo su impacto también propició que brotaran los mejores sentimientos, las más nobles actuaciones y que prime la solidaridad y el amor entre las personas.
La línea que separa la vida de la muerte es delgada, endeble y con muchos puntos de quiebre, pero hay personas capaces de levantar un sólido muro para preservar la esperanza.