Homenaje a Céspedes, a 148 años de su caída en combate

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Hasta las piedras debieron «sacudirse de dolor» ante aquel disparo a quemarropa que privó a una nación entera de su padre mayor, el del sacrificio y la entrega sin par, el del ímpetu y el arrojo, el de la impronta primera… el Padre de todos los cubanos.

Era el 27 de febrero de 1874. Día funesto para la Patria. En plena Sierra Maestra, en un intrincado paraje conocido como San Lorenzo, la tierra se había teñido de un rojo sagrado. Había muerto, en combate desigual contra los españoles, Carlos Manuel de Céspedes, el iniciador. Tenía apenas 55 años.

La revolución en armas perdía entonces al símbolo moral de una generación heroica que bajo su guía había logrado quebrantar los silencios frente a siglos de dominación, para salir a conquistar con el filo del machete el derecho genuino de un pueblo a ser libre.

Cuba toda perdía a un hijo vital, cuyas lecciones de patriotismo y humildad lo inmortalizarían más allá de su último disparo contra el enemigo.

Y es que Céspedes también dejaba un legado arrollador en San Lorenzo, donde su breve pero fecunda estancia se convirtió en otra página gloriosa de su épica existencia.

Hasta ese sitio cercano del río Contramaestre llegó el patricio bayamés tras ser depuesto por la Cámara de Representantes de su cargo de Presidente de la República en Armas.

Privado de toda protección y acompañado solo de su hijo mayor, el Padre de la Patria tendría como última morada una casita de guano con una hamaca por cama y un riachuelo por baño. Allí andaba con los zapatos cosidos con alambres, se apoyaba en una rama para poder caminar y, a pesar de estar casi ciego, enseñaba a leer y a escribir a dos infantes.

También vivió amores con una joven (la cual tuvo un hijo que no conoció), jugó ajedrez y recibió el afecto de los campesinos del lugar, quienes le llamaban con respeto el «viejo presidente».

Sin embargo, el desvelo mayor del hombre del 10 de octubre sería siempre el de la isla amada. Por ello, no asombra que, como presagio de su destino, escribiera en su diario pocos días antes de morir «que mis huesos reposen al lado de los de mis padres, en esta tierra querida de Cuba, después de haber servido a mi patria hasta el día postrero de mi vida». (ALH)

 Granma