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Culeros… ¡Llegaron! ¿Se acabaron?

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Luego de un tiempo sin surtir, al menos en el mercado en moneda nacional, el pasado lunes aparecieron los tan aclamados culeros y las toallitas húmedas. Llegaron, como siempre, precedidos de las largas y tumultuosas colas, de los insultos, las incomodidades, las incomprensiones y, sobre todo, de la escasez. 

Aunque la Cadena de Tiendas Caribe suministró en el punto del Guanima en Pastorita y en El Coppelia de la Calzada de Tirry, resultó insuficiente debido a la creciente y acumulada demanda de estos artículos de primera necesidad para la crianza de los bebés. 

Otra vez, con la intención de regular la venta, se pusieron en práctica medidas de racionalización que limitaron a muchas madres de adquirir el tan ansiado producto. En esta ocasión, en establecimientos como el de Tirry se circunscribió la venta solo al consejo popular Pueblo Nuevo, al que pertenece dicho punto. Mientras, en el Guanima se le ofertó a quienes llevaron la tarjeta del menor, sin importar la procedencia. 

Lo cierto es que la forma de distribución, organización, regulación y control de la venta de los anhelados “pámpers” ha generado incomodidad entre las madres necesitadas de adquirirlos. Un día se establece como requisito portar la tarjeta de menor, otro se añade la libreta de abastecimiento; en ambas oportunidades y desde el pasado surtido, se suma el de pertenecer al consejo popular en cuestión. 

La mayoría de las veces la población no se entera de estas regulaciones hasta el momento de la venta. Limitaciones que, además, no son publicadas a manera de información en casi ninguno de los establecimientos. Ello, por supuesto, da margen a que quienes verdaderamente lo necesitan no puedan obtenerlos. 

Muchas veces hasta se domina de antemano el nombre de las tiendas beneficiadas con los demandados TB Kids, los cuales se agotan a la velocidad de la luz, sin tiempo siquiera para desplazarse hacia los sitios destinados a la comercialización.  

Entiendo que la producción nacional es escasa y no suple la demanda real. Ante las carencias se impone tratar de distribuir lo poco entre muchos y para ello deben existir mecanismos de regulación. Sin embargo, es ilógico restringir la venta de esa forma cuando en todas las zonas no se surte en igualdad de condiciones. Tampoco me queda claro que una medida generadora de quejas con anterioridad y que obligó a autorizar su adquisición en cualquier tienda del territorio, precisamente por esa causa, se retome. 

Mientras se tornan más complejos los mecanismos para normar, las madres matanceras seguimos viendo cómo en los grupos de compraventa aparecen los escurridizos culeros. Allí, sin pudor alguno, se exponen anuncios con precios de escándalo entre los 1 000 y 1 400 pesos. Nada, que según sube el dólar en el mercado negro también lo hacen los “pámpers” a la vista y con la complicidad de todos. 

Por cierto, duele mucho que, mientras las tiendas en moneda nacional permanecen desabastecidas, las que son en moneda libremente convertible tengan variedad de estos artículos. 

Detrás de las estrecheces propias de las carencias se disfrazan también los oportunismos. Controlar eficazmente la venta, sin permitir el escape por la puerta trasera de esos productos básicos, ha de ser prioridad en tiempos en que a muchos se nos va la vida corriendo detrás de un paquete de culeros. 

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