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Una batalla ininterrumpida contra el fuego

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Desde el viernes un país acompaña cada acción. Bien lo sabe el oficial Yuniel Pérez, a quien un padre le entregó un dibujo de su hija donde refleja con sus trazos infantiles un bombero enfrentándose a unas llamas gigantes.

“Si sienten el silbato deben correr hacia aquella zona como si fuera lo último que hicieran en sus vidas”, comenta un bombero con voz apenas imperceptible. Se le dificulta mucho el hablar. Su rostro denota agotamiento, frustración. Tiene las cuerdas vocales lastimadas y ahora solo emite un sonido rasposo. Como vigilante de escena es el encargado de emitir la orden de repliegue si el fuego aumenta.

Cerca de él tres bomberos lanzan espuma al área del tanque 52. O más bien lo que queda de él. Fue ese el primer depósito en explotar. Las paredes onduladas brindan una idea de las altas temperaturas que alcanzaron las llamas.

Una descarga eléctrica inflamó el combustible el viernes pasado, y las labores de enfriamiento no resultaron suficientes. La intensidad del fuego avanzó a varios perímetros, y la intensidad del flujo calorífico provocó que se propagara al segundo tanque. Luego se inició un proceso de ruptura en las paredes por la pérdida de propiedades del metal.

La grave situación produjo una fuerte explosión, emergiendo de forma espontánea el combustible incendiado hacia todas las direcciones. “Era como lava volcánica”, recuerda Esteban Grau, socorrista que se encontraba a poca distancia.

Las estructuras calcinadas de los camiones yacen en el área. En el suelo se observa el combustible derramado que avanzó una gran distancia, hasta muy cerca de otra batería de tanques. El viento impidió que se propagara hasta ese segmento provocando un daño mayor.

“Nuestros hombres batallan en la extinción directa en el área interior del primer tanque incendiado. Suministramos suficiente agua. Luego haremos un colchón de espuma para evitar que vuelva a inflamarse. Cuando logremos la total extinción iniciaremos la remoción del combustible derramado. Es un proceso complejo”, advierte el Teniente Coronel Aníbal Oro Guerrero, Segundo Jefe Cuerpo de Bomberos de La Habana y al frente de las operaciones de extinción.

A una distancia considerable del lugar, frente a las oficinas de la Empresa Comercializadora de Combustible Matanzas, varios comandos de bomberos velan por que llegue el suministro constante de agua hasta la zona de enfrentamiento directo al fuego. Han soterrado varios tramos de mangueras para que el ir y venir de los camiones cisternas no interrumpa el flujo del líquido.

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Hasta las paredes de las oficinas llegaron las llamas. Muchas palmeras y arbustos siguen en pie, pero carbonizadas. Las botas de los bomberos se entierran en una mezcla de petróleo y fango. El avance se dificulta pero deben acudir con prontitud ante cualquier desconexión de las mangueras que detenga el abastecimiento de las sustancias extintoras.

El vuelo rasante de los helicópteros es continuo. El sonido que emiten sus hélices nunca se interrumpe. A los pocos minutos de sobrevolar una nave sobre el área  arrojando agua, otra aparece a poca distancia.

Los bomberos permanecen en silencio. Cuando llega un camión cisterna rápidamente la conectan a una de las bombas para atacar el siniestro desde otro frente de combate.  

Sentado cerca de un camión destruido por las llamas uno de los jóvenes bomberos abre una pequeña caja que contiene helado. Toma unos segundos de descanso para alimentarse. Ante el asomo de una cámara pide que no lo retraten alimentándose.

“A ustedes se les permite todo”, comenta uno de los periodistas que llegó hasta la compleja zona para constatar el avance en el control del fuego.

El bombero mira un poco extrañado por la reverencia. Muchas veces su peligrosa labor transcurre en total anonimato. Pero esta vez, por la magnitud de los sucesos, ha sido diferente. Sin dudas se trata del mayor desastre de este tipo que Cuba recuerde.

Desde el viernes un país acompaña cada acción de estos hombres y mujeres valerosos. Bien lo sabe el oficial Yuniel Pérez, a quien un padre le entregó un dibujo de su hija donde refleja con sus trazos infantiles un bombero enfrentándose a unas llamas gigantes.

Desde entonces el dibujo descansa en el parabrisas de su camión cisterna. Para él representa seguramente una especie de amuleto. Le brinda esa mirada infantil e inocente que le hace apartarse por unos momentos del dolor experimentado en los últimos días. De tanto desastre en derredor. Pero la esperanza le acompaña, ya resta poco, por suerte el panorama es bien diferente. 

De estas jornadas solo quedará el amargo recuerdo y las enseñanzas. Y el reconocimiento eterno por tanta valentía derrochada, que hasta los niños logran apreciar.

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