Corrupción, ese mal que nubla el horizonte

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El primer mal para combatir ese flagelo radicaría en determinar de una vez los tipos de corrupción que existen.

Escribir sobre corrupción siempre representará una especie de Espada de Damocles que pende sobre la testa; más en estos tiempos de inflación y mercado negro que complejizan nuestro día a día y nos obligan a veces a adquirir productos deficitarios sin indagar mucho sobre su procedencia.

Los detractores del sistema político cubano siempre vinculan la palabra corrupción al Socialismo. Sin embargo, cuando revisamos noticias sobre grandes escándalos desatados por este flagelo, muchas veces provienen de naciones capitalistas caracterizadas por los grandes flujos financieros.

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Bastaría tan solo echar una ojeada al caso Odebrecht, cuando una investigación arrojó luz sobre las prácticas deshonestas de la constructora brasileña que durante tres décadas sobornó a políticos y empresarios en busca de beneficios para la compañía.

Los Pandora Papers también estremecieron al mundo, cuando otra investigación llevada a cabo por un extenso grupo de periodistas de varias nacionalidades descubrió la que se considera la filtración más grande de secretos financieros que se recuerde.

En la relación de nombres aparecen personalidades de relevancia política que practicaban el lavado de dinero y la evasión de impuestos mediante paraísos fiscales. Para asombro de nuestros enemigos, el nombre de Cuba no aparecía en esa lista, pero de ahí a creer que nos encontramos limpios de pecado queda un largo trecho.

Cada año, cuando la Contraloría General de la República ofrece los resultados de los controles internos que se realizan en el país, estos arrojan pérdidas millonarias por concepto de daños al patrimonio público.

Y aunque en más de una ocasión la contralora general Gladys Bejerano Portela ha reafirmado que “no hay ni habrá espacio para la impunidad”, los consiguientes controles tropiezan con los mismos problemas, como la falta de control que lacera no solo las arcas del Estado, sino además la credibilidad de las instituciones cubanas.

Un acto de corrupción perjudica tanto en lo económico como en lo social. En las organizaciones donde ocurren se vulnera la confianza, afectando el estado de ánimo de los trabajadores y ralentizando el desarrollo productivo.

En Cuba, si bien no adquieren la trascendencia de otras latitudes, se debiera cerrar las filas a quien incurra en estos desmanes, pues en ocasiones al corrupto se le ha otorgado un cargo en otro colectivo, donde es muy probable que a la larga cometa nuevas fechorías.

“Explotar para arriba”, sentencia la sabiduría popular con esa perspicacia siempre afilada, pero que no logra desenmascarar a los personajes que se valen de ciertas triquiñuelas para enriquecer sus bolsillos.

El primer mal para combatir ese flagelo radicaría en determinar de una vez los tipos de corrupción que existen, y cuándo estamos en presencia de un acto de este tipo.

La extorsión, el desvío de recursos, el tráfico de influencias o la falta de ética engrosan la lista de prácticas deshonestas que deberían inhabilitar a cualquier persona que desempeñe un cargo público y las cometa.

Transparentar cada decisión que se tome desde el interior de una empresa o cualquier otra entidad, consultar con el colectivo, desde la política de cuadros hasta el financiamiento de determinado proyecto, quizá permitiría disminuir los índices de corrupción, ese mal que nubla el horizonte.