La piel que habitan

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Mi primo empezó en el negocio del tatuaje. Tiene una abundante clientela, incluso miembros de la familia. Los más chicos me preguntan si quiero sumarme. “Sus diseños son muy buenos, pero esa idea no ha pasado por mi mente”. Sin dudarlo, se burlan y me llaman chea, como si la cuestión residiera en vestirse con ropas de otro siglo.

Los tatuajes representan una realidad tangible que ignora género, raza, edad y nivel de enseñanza. A su vez, se convierte en variable de estudio con la categoría “fenómeno” entre médicos e investigadores, puesto que cada día aumenta el número de jóvenes que se inician en el arte de la aguja. 

Su origen resulta tan antiguo como la aparición del hombre. La civilización egipcia y tribus de la Polinesia les conferían un significado mágico y de jerarquía, respectivamente. Mientras, en Grecia y Roma se utilizaba esta práctica para marcar a los criminales. A partir del siglo V, en Japón, se difundió su función estética en sectores poderosos; y en Occidente alcanzaron auge gracias a los marineros.

Aunque el concepto nace de construcciones históricas y sociales, la amalgama de estilos y connotaciones revolucionó el universo del tatu, término castellanizado. Pueden verse desde animales, flores, paisajes, símbolos místicos y religiosos, figuras geométricas con matices abstractos, hasta nombres, retratos de familiares, artistas o frases que identifican una determinada filosofía.

En la actualidad, han conformado todo un patrón visual que disfruta de mayor libertad y popularidad con respecto a décadas pasadas. Asimismo, se ha reconocido como un modo de vida para los que se dedican al oficio, contrario al tabú que aún experimenta esta temática frente a líneas arcaicas de pensamiento y prejuicios profesionales.

Las razones varían notablemente según la intencionalidad. Para algunos su esencia no se limita a un dibujo decorativo; mediante ellos inmortalizan situaciones o personas. Otros lo hacen simplemente por moda o porque les gusta llevar un maquillaje permanente que realce su piel. 

En la riqueza gráfica se distinguen ejemplares grotescos, que, si bien se disimulan con el vestuario, transmiten desconocimiento por parte de quien los exhibe. Por ejemplo, alguien ajeno a la ideología nazi que luce una semiótica relacionada. Esto también sucede con palabras u oraciones obscenas en otros idiomas, faltas de ortografía o dibujos mal ejecutados.

Decisiones tan apresuradas como tatuarse el nombre de la expareja, así como la fecha o rasgos esenciales de un suceso fatídico a modo de recordatorio, suelen implicar secuelas psicológicas. En estos casos, la pasión momentánea puede derivar en aversión hacia la imagen que el individuo posee de sí mismo. 

A veces, con el tiempo llega el arrepentimiento y, conscientes de la imprudencia, deciden borrarla de su cuerpo. A pesar de la efectividad de técnicas científicas, como la cirugía láser y la extirpación quirúrgica, la epidermis siempre sufre las consecuencias, materializadas en ampollas temporales, cambios de coloración y textura o alguna cicatriz. 

Varios muchachos, que dialogaron conmigo durante la elaboración de este trabajo, me confesaron que se les ha infectado al menos un tatuaje. Se asustaron bastante, ya que tenían el área muy inflamada y enrojecida. Pensaron que no se harían otro, pero se lo replantearon y las rúbricas habitan hoy nuevos rincones de sus anatomías.

Tanto la búsqueda de información sobre el modelo a grabar como la elección de un buen profesional, en cuanto a condiciones higiénico-sanitarias y motivaciones subjetivas, deben constituir la máxima prioridad ante la voluntad del cliente. Además, la convicción opera como requisito indispensable para no lamentar el costo económico, dolor físico e impacto emocional que en ocasiones acompaña al resultado.  

Lejos de transgredir el carácter, los valores y la cultura de los seres humanos, los tatuajes reflejan íntegramente estos tres elementos. La sociedad ofrece pautas de modernidad al considerarlos como expresión artística y, más que arte, se muestran al mundo como simbolismo de ideales personales.

(Por Gisselle Brito García)