Nostalgias de un mochilero: Viñales

Imprimir
Inicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivado
 
Valoración:
( 0 Rating )

Sin duda alguna al recorrer Viñales uno está en presencia de lo real maravilloso, allí pervive un halo misterioso donde la realidad y la magia se entremezclan, y no llegamos a saber a ciencia cierta dónde comienza lo verosímil, y cuándo el encantamiento echa raíces… o las raíces se transforman en personajes que habitan el mundo onírico de un poblador singular como Noel.

A este último personaje lo conocí en un recorrido que me llevó hasta su finca, donde cultivaba la tierra. Él aseguraba que lograba entrever el interior de las almas humanas; era mitad curandero, mitad “semidiós”, con poderes sobrenaturales. En su extenso patio fundó un universo de madera con dragones y figuras inquietantes, a lo que se sumaban figuras antropomorfas.

Corría el año 2014 y el viaje me reservaba historias inolvidables, algo que ya intuía porque fui comprendiendo que  entre mogotes todo era permitido, pero pocas cosas me despertaron tanto asombro como la historia de Noel. Me contó que un sueño le reveló su verdadero propósito en el mundo. Debía fundar una nueva religión con el nombre de aquella novela de Jack London, Colmillo Blanco, a la que se convertirán decenas de fieles, porque en la vida donde todo parece estar escrito hay muchos que aún buscan respuestas.

A pocos kilómetros de la comarca de Noel, justo en la falda de una loma, existen personas que reverencian el agua, fuente primigenia de la vida. Los Acuáticos le llamaban.

Los residentes de Viñales te mencionan al poeta Federico García Lorca como uno de sus visitantes más distinguidos. El granadino, al recorrer los mogotes creyó ver a una manada de elefantes, tan dado como era a las sutiles metáforas. Yo, tan desprovisto de lirismo, solo vi mogotes, incipientes montañas que se negaron a crecer, alcanzado algunas formas ingeniosas emulando con las nubes: desde un punto de la carretera se erigía una que asemejaba el rostro del Apóstol, los lugareños le llamaban el Martí yacente.

A Pinar he de volver más temprano que tarde; por lo pronto, ya puedo inscribir esas jornadas entre las más interesantes e inolvidables de mi vida, allí, donde el tiempo no parece transcurrir, donde el tiempo se detuvo, donde tres días vividos a tope marcan toda una vida.