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Marina

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Desde pequeños aprendemos el significado de la palabra “superhéroe”, admiramos sus hazañas y en ocasiones soñamos con imitarlas. Sin importar nuestra edad, nos dejamos encantar por su intelecto, su físico, sus dones o sus actos y muchas veces nos flecha la atrevida idealización de lo que tal vez no es más que una fantasía industrializada.
Conocí a mi heroína en un hogar humilde, repleto de su ternura y optimismo. Una persona  real con amor en las venas. Ella se llama Marina, quien cada mañana despierta junto al Sol y le arrebata el limitado descanso de la jornada a su envejecido cuerpo. Peina sus cortas canas, agradece despertar nuevamente con fuerzas y empieza su rutina.
La faena habitual de Marina inicia con el prematuro canto de los gallos. Ella dedica los primeros momentos del día a los medicamentos y el desayuno de sus dos compañeros de toda la vida: su mamá y su esposo. Su madre, hermosa, alegre, luce sus dientes fabricados y cabellera blanca, mientras ofrece una conversación lúcida con el inevitable pesar de estar apresada en una cama sin poder ayudar a su hija. Hace seis meses un accidente vascular le impide caminar.
Por otro lado Efraín, dueño del “sí” de mi heroína desde los 15 años, muestra entre arrugas una visión blanquecina porque perdió la batalla contra las cataratas hace más de dos años. Ahora solo puede caminar hasta la puerta para tomar el Sol, gracias a una cuerda atada por su esposa para indicarle el camino.
Ella quería ser maestra, sus ojos se convierten en luceros cuando me cuenta su sueño frustrado mientras lava en una máquina que con sobresfuerzo funciona en un cuarto de madera. Ella me explica la situación de su familia, pero habla bajo. Tal vez le da pena contar su sufrimiento. En su conciencia carga la responsabilidad de ser pilar físico y emocional en su hogar. Marina debe mantener la alegría y la fortaleza para abrir la puerta de su casa, porque solo ella puede hacerlo.
Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando tratándome como nieta, me preguntó si conocía la tradición de pedir un deseo el 31 de diciembre. Ella pidió por la recuperación de su marido, extraña la mirada enamorada de su fiel compañero. El deseo lo extiende a su mamá, porque 80 años son muy pocos para ella. Y no, Marina no pidió nada para sí misma.
Ya ven, mi heroína disfraza su dolor con una buena plática, su cansancio con una sonrisa y sus problemas con optimismo. Abraza con calidez emocional a cuanto visitante recibe, porque la pandemia le arrebató la posibilidad de lo físico. Despide a todos con una invitación prolongada y luego vuelve a su quehacer con la ilusión de un mejor día. Ella es la heroína que tanto admiro.
  • Estudiante de Periodismo

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