Historias de zapateros remendones

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Antes del triunfo revolucionario el zapatero remendón era un oficio pobre. La actualidad demuestra todo lo contrario.

Saidel Bonachea Sánchez mueve con agilidad y destreza la chaveta para adecuar con tino los bordes del calzado femenino. “El corte es de fábrica”, expresa. Como suele manifestarse cuando se realiza una acción lo mejor posible. Una vez más, el llamado zapatero remendón cumple la exigencia de uno de los más antiguos oficios del mundo.

La cita es el local que ocupa el Taller de reparación de calzado común y ortopédico, ubicado en la calle Manzaneda, entre Milanés y Contreras, en la capital yumurina, donde tres hombres relativamente jóvenes acometen cada día una faena que con el tiempo —se desconoce el momento exacto—, perdió parte del bien conquistado liderazgo social de antaño.

No obstante, es fantástica la utilidad de este tipo de reparador, debido al alza constante de los precios del calzado de estreno de cualquier modelo y color, ya sea para damas o varones de disímiles edades.

En este caso, la demanda es mayor porque Delfa, dueña del artículo, acompaña al remendón, y aunque el conocimiento y la experiencia ayudan en el cumplimiento cabal de la faena, siempre será distinto al no desear desviarse un ápice de cuanto se hace, “como muestra de la seriedad y responsabilidad que depositamos en cada trabajo”, expresó minutos después el entrevistado.

“A mi abuela materna Desdémona debo cuanto soy. Un día, al cumplir yo 17 años de edad, me cogió de la mano y me llevó al taller de ortopedia donde ella trabajaba. ‘Vamos, en la calle no te quiero, debes aprender algo útil’, dijo, y desde entonces aquí estoy, entre sandalias, tacones, tenis, etc. Y me siento bien, a gusto.

“Comenzamos por ortopedia, lo que aprendimos inicialmente, pero al dificultarse los materiales para este tipo de calzado, hace alrededor de seis meses emprendimos la nueva tarea con el común, ahora en calidad de arrendados, con los recursos que aparecen. Lo importante es ser útil, como dijera mi abuela.

“Claro, la ortopedia es más difícil, porque las correcciones exigen técnica, debido a que el artículo pertenece a personas con deficiencia físicas en sus pies, y debes tener sumo cuidado en cada centímetro del calzado, porque se debe a indicaciones médicas, de especialistas que luego siguen el tratamiento y cumplimiento de las modificaciones indicadas al zapato. Debes responder al señalamiento hecho para prevenir o corregir deformaciones y desviaciones de los huesos, según el documento que se nos entrega, de cumplimiento estricto.

“Esta especialidad en nada se parece a la del zapato común, sin restarle importancia a este último, que también debemos repararlo con rigor y calidad”.

“¿Y todo marcha bien por lo general? No siempre el cliente queda satisfecho. A veces regresan, se quejan de que el trabajo no quedó como deseaban. De la insatisfacción pasan a la incomodidad. Devolvemos el dinero y les ofrecemos una disculpa. Apenas que esto ocurra, lo evitamos. Nos criticamos y prometemos no repetir tales deficiencias. Pero, puede estar seguro de que ponemos todo nuestro empeño en satisfacer al cliente, pues él siempre tiene la razón”.

TRABAJAR CON GUSTO

Debí esperar un buen rato para verle el rostro a Laureano Alfonso Valera, porque cuando comienza a reparar cualquier tipo de calzado es como si, untada de pegamento, unieran su quijada al pecho.

“A este universo pertenezco desde hace más de un cuarto de siglo. También comencé en la corrección ortopédica, y derivé hacia el común por las circunstancias de la vida. No obstante, me siento feliz aquí, porque también aporto a la sociedad. Decenas y decenas de personas solicitan nuestros conocimientos para que sus calzados extiendan su vida útil, a pesar de que se dificulta obtener materiales para hacerlo.

“Antes hacíamos el nuevo calzado ortopédico, luego pasamos a adaptaciones y correcciones, e incluye acortamiento, soportes, almohadillas, etc., lo requerido para quienes padecen deficiencias de esta naturaleza, y así puedan experimentar mejorías al andar. Esa es nuestra mayor divisa”, manifestó quien coadyuva con su labor al bien de los necesitados.

“Ingresé a estas labores luego de pasar el Servicio Militar. Nos embullamos un grupo de muchachos y nos presentamos. Luego estuve en varios cursos de superación en La Habana, de lo que tengo un buen recuerdo porque aprendí, me hice un hombre de oficio gracias a la ayuda de los profesores. Me hicieron ver lo importante que es ser zapatero, y ahora remendón. Considero que toda obra social es buena”.

WILFREDO EL ARTESANO

Dice estar agradecido al amigo Alexis, quien le mostró el camino del trabajo honrado, de entregarse día y noche en busca del sustento personal y familiar. Un camino que lo llevó primero a ser artesano en la confección de calzado y, cuando los recursos escasearon, por dificultades económicas del país en medio de una galopante crisis mundial, no dudó en unirse a Saidel y a su hermano Laureano, y comenzar a prestar servicio como reparador de botas, botines, zapatillas y demás variedades en el mencionado taller de la calle Manzaneda.

Lo hallamos cuando limaba suelas en la parte posterior del inmueble. De carácter serio, pero sociable, asequible, no detiene el equipo al vernos, pero la espera es momentánea.

Pasamos a un cuarto semioscuro, donde se hallan mesita y taburete. Con voz pausada responde las interrogantes.

“Esta labor se las trae, porque a la zuela microporosa hay que saber tratarla, además de corregir en uno, dos o tres centímetros en espacio cortos pues, de lo contrario, causas daño. Nosotros asumimos todo. Jamás rechazamos a nadie, pues llegan en busca de nuestra ayuda y confían en que hagamos bien el trabajo.

“Muchas personas piensan que nos hacemos ricos, y no es real. Los materiales son caros, además del costo de la vida cotidiana en estos tiempos. No abusamos, el precio es adecuado. Somos humanos. No deseamos que se vaya sin una respuesta positiva a su necesidad. No somos negociantes, sino trabajadores del pueblo, al que nos debemos, y del que también recibimos”.

Sirva de cierre el hecho histórico de que el zapatero remendón era un oficio pobre y, como la cuerda siempre se rompe por el sitio más débil, estos pobres eran los que pagaban los platos rotos en la mordacidad popular, que los consideraba perezosos y sucios. La vida demuestra todo lo contrario.