De Eva a María, mitos que pesan sobre la maternidad

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Mitos sobre la maternidad

Prácticamente no existe una cultura sobre la faz de la Tierra que no tenga idealizado el papel de las madres. De uno a otro confín se pondera su figura y se le adorna con todos los adjetivos positivos imaginables, y eso justamente es lo que tampoco se les perdona: que no sean “perfectas”.

Cuántas veces no hemos escuchado en bocas femeninas la frase: “Soy mamá antes que mujer”, colocando la crianza por encima de los deseos, necesidades, aspiraciones, metas, e incluso capacidades propias, hasta elevarla a la mismísima punta de un altar de construcciones sociales y roles de género.

Desde el mito de la primera mujer bíblica, salirse del canon, tener un impulso ajeno al “amarás a tus hijos por sobre todas las cosas”, sacrificando hasta lo indecible por ellos, se considera innatural e impropio de tan elevado rol.

En el lado opuesto del imaginario encontramos la figura de la Virgen, madre pero, a la vez, inmaculada. María se embaraza, da a luz, cría, secunda y, por último, sepulta a su propio hijo; ningún otro rasgo de ella parece interesar.

Nadie te adiestra para ser madre, solo se parte del ejemplo más cercano, si es que este ha sido positivo o provechoso; de lo contrario, el proceso se convierte en un andar a tientas, rodeada de exigencias y expectativas, a veces provenientes de esos mismos que debían ayudarte a maternar. 

Muchas mujeres que se encuentran solas en el sendero de la crianza, tanto porque no tienen compañeros o porque estos no se involucran, acumulan frustraciones y deseos insatisfechos durante años, en aras de mantenerse a la altura de lo que se espera de ellas. 

Sacrifican aspectos tan importantes como su identidad, salud o autocuidado, y eso les pasa factura. Así existen las que, a la larga, ven a sus hijos como una extensión de sí mismas, les planifican la vida hasta en los más insignificantes detalles y, cuando no se cumplen sus propósitos, se sienten traicionadas y rotas.

Uno de los aspectos que más resquemor suscitó en el proceso de aprobación del nuevo Código de las Familias fue la eliminación del “derecho preferente de la madre”, aspecto de la legislación anterior que daba prioridad a la parte femenina a la hora de otorgar la guarda y custodia de los hijos menores. 

Muchas lo veían como el último reducto de su poder, porque sí, existen mujeres que utilizan a sus “retoños” como piedra de canje con sus parejas y exparejas. Tantas como las que soportan vejaciones y malos tratos en pro de sostener un hogar con una figura masculina entre sus paredes.

La presencia de un útero en su interior no hace de esa persona un progenitor cinco estrellas, perpetuar este estereotipo perjudica el sano funcionamiento de las familias, resta valor y por tanto compromiso a los padres en el cuidado de su prole.

Cualquiera que haya tenido en sus brazos un ser tan frágil y dependiente como un recién nacido, sabe que en ese viaje se aprende tanto como se enseña. 

Por otra parte, una mamá no es propiedad de sus hijos, no lo soporta todo ni es ese sitio seguro al que volver después de haberla abandonado a su suerte durante años, quizá décadas; o al menos no debería serlo. 

Se puede criar con compromiso y, a la vez, tener pareja, formal o no, compartir las tareas con el padre biológico o, de hecho, quejarse y dejarse ayudar. Es válido demostrar cansancio, salir con las amigas, querer pasar tiempo a solas, gastar dinero en nosotras mismas o consentirnos un poco. Eso no nos convierte en malas madres, tan solo humanas e imperfectas.