Crónicas citadinas: El maratonista sin meta

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Lo vemos corriendo, no huyendo, sino ejercitándose, casi a diario, haya incómodo frío o abrasador calor. Su única indumentaria es un short corto, ajustado a su delgada figura mulata. No le interesan los murmullos que despierta a su paso indetenible por las barriadas de Pueblo Nuevo y La Playa.

En las jornadas frías casi tiritamos al verlo pasar, así, semidesnudo. En tanto, en las calurosas tardes, las gotas de sudor perlan su frente y le bajan por el torso, pero nada ni nadie le frena. Sudamos como él.

Su andar rítmico, de paso firme y largas zancadas, prosigue como si nada. Nos imaginamos nosotros mismos agotados al verle, pero a su vez alienta observar a este maratonista sin meta, o probablemente con meta en el propio punto de partida. Nadie lo sabe.

Solo en su mente alienta la esperanza de alcanzar su propósito: correr, correr y correr y arribar triunfante a su destino.

Tal vez, especulamos, piensa en la antigua Grecia, con la responsabilidad de llevar un alentador mensaje a Palacio.

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A lo mejor, su ser interior, su otro yo, lo hace imaginar cruzando el Sahara, salvando una tras otra las inmensas y candentes dunas de arena, hasta llegar a un oasis, un idílico destino.

No, no creemos que esté privado de sus facultades mentales, solo son suposiciones del redactor esas antiquísimas aventuras. Se me ocurre que quizá su sorprendente andar sea el de llevar un alentador mensaje a una lejana aldea, ante la proximidad de las temibles hordas de Atila. 

Hemos observado lo impasible de su rostro, que denota inteligencia, convencimiento de cumplir con el plan propuesto. Siempre en su marcha permanente, con el movimiento atlético que le imprime a su cuerpo, delgado, pero no deteriorado. Su respiración es estable, no se le nota agotamiento.

Si cuando transita por una acera se encuentra con paseantes, baja a la calzada y vuelve a la acera ante la cercanía de algún vehículo y eludir ser golpeado, también para evitar algún llamado de atención de las autoridades del tránsito. 

No, no habla con nadie, siempre transita con la vista fija hacia adelante.

Su objetivo es cumplir con el cronograma trazado en cada día y en cada ocasión; estamos seguros de que lo realiza con su propio yo, que lo anima a continuar, cuando el cansancio lo amenaza. Pero no, su voluntad se impone, tal como el personaje de la leyenda. 

Este moderno y silencioso corredor merece todo nuestro asombro. Es el maratonista sin meta. (Por: Fernando Valdés Fré)