Crónica de una angustia anunciada

Crónica de una angustia anunciada. Foto: Tomada de Internet

Llegas apurada a tu primera escala y te das cuenta de que ahí no es: el tumulto apenas cabe en la estrecha acera y el “azulito” (alguna vez “amarillo”), mientras bebe su matutina taza de café en el merendero de la esquina, argumenta que ya no sabe qué maravillas hacer para cumplir su encomienda. La transportación urbana es un reto desde varias aristas.

Apuras el paso cargada de esperanzas y en la siguiente parada vuelven las expresiones que desconciertan: «¡Se creen dueños de los carros!», «Ni uno recoge», «¡A nadie le importan los de abajo!», blasfeman desde el nuevo tumulto, de esos que se vuelven habituales dentro de la urbe en puntos claves que alguna vez facilitaron el desplazamiento a escuelas y trabajos, una que otra salida necesaria o el añorado regreso a casa. Dicen que allí, en esas “paradas”, se detenían las guaguas y otros vehículos con aceptable frecuencia en tiempos de… ¿menos carencias o más sensibilidad?

Un río de gotas de sudor se desplaza por tu espalda y junto a los pasos el pulso se agita. Hay un horario que cumplir y, aunque sobrepasaste las 20 cuadras, estás consciente de que a tu destino final no puedes llegar a pie. Otra vez serás impuntual aunque no lo quieras, aunque te criaron a lo asiático y sientas que una parte de ti colapsa cada vez que incumples.

Durante tu caminata, varios transportes se desplazan vacíos, pero la P en sus chapas hace temblar tu billetera y optas por el ejercicio matutino, te consuelas con pensar que ayudará a ahorrar en gimnasios. La carencia de combustible ha vuelto locos a los precios, que parecieran elevarse de manera sostenida.

Si bien en los últimos días la Empresa Provincial de Transporte anunció la reanudación de varios servicios de ómnibus urbanos, las formas no estatales siguen siendo decisivas en la transportación de las personas, por lo que no puede ser que en un viaje se vayan varios días de trabajo, en los que has tenido que quemarte las pestañas con tantos números en un cierre de mes, quedarte ronca frente a un aula, o en vigilia toda una madrugada porque la guardia en el centro asistencial, en tiempos de epidemias, ha estado más intensa.

Vuelves de los pensamientos a la realidad y otra vez apuras el paso. Una guagua paró a lo lejos. Uff, habrá que correr. “Vamos, caminen al fondo, den un pasito más”, ruega el consciente chofer que sabe que el transporte público es notablemente inferior a la demanda. Es un consuelo saber que existen personas solidarias.

“¡Al fin!”, piensas mientras acomodas el bolso en el vehículo en el que te sientes como sardina en lata, pero en el que felizmente llegarás a tu destino. Solo que mañana, como déjà vu, la travesía volverá a comenzar.