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Cuba, elecciones, calculadores y cálculos

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Foto: Archivo.

Los frotadores de la bola de cristal con respecto a los resultados de las elecciones de diputados a la Asamblea Nacional en Cuba tienen una curiosa concurrencia con los que, desde ya, se frotan las manos con todo tipo de augurios o vaticinios.

Dichos presagiadores deducen, tanto como nosotros —los que nos la vemos con el día a día de un país muy golpeado por el múltiple efecto de la pandemia, la rosca implacable del bloqueo made in Usa, los efectos de la guerra en Ucrania e ineficacias internas—, que no son buenos tiempos para elecciones exitosas.

Por ello no es extraño que aspiren a que el levantamiento que estimularon y esperaron infructuosamente en las calles se produzca en las urnas el próximo 26 de marzo.

Están entusiasmados con la idea de que el pueblo cubano, al que bombardean con la seguidilla de un sistema socialista ineficaz, elitista e incapaz y de una revolución traicionada, se lance a una «insurrección» silenciosa de ausencia a las urnas, o de boletas anuladas o en blanco.

Se les hace la boca agua con el despropósito de que acabe de ocurrir en Cuba, cuya irredencia y resistencia histórica los tiene hasta la coronilla, lo que es una regularidad en otros procesos electorales en el mundo: un voto de castigo.

Es fácil oler el tufo plebiscitario con el que desaniman la asistencia de los cubanos a las urnas. Los incrementos o descensos en las curvas de votos serán asumidos como una señal de la fortaleza o debilidad en la legitimidad de nuestro sistema político.

Es muy importante que los ciudadanos cubanos tomemos nuestras decisiones con respecto a estas elecciones generales con claridad de lo que está en juego.

La ligereza o la conciencia cívica que tengamos sobre las implicaciones de este proceso serán de un peso esencial, ya no solo para la suerte de un candidato u otro, de la convocatoria al voto por todos, o la composición misma del Parlamento, sino en general para el proyecto de la Revolución.

De muchas maneras ello será lo que estaremos decidiendo, no porque queramos que sea de esa manera —o nos lo hayamos propuesto—, sino porque nos lo imponen la obcecación mezquina, casi alucinante, con la que otros pretendieron cambiar el curso que quisimos darle a nuestra historia.

Desde que el pueblo cubano se levantó triunfante para abrir un nuevo camino las decisiones que podrían ser menos dramáticas, más naturales y sencillas, adquieren para nosotros connotaciones excepcionales. Parecería que seremos un pueblo sometido a graves y perennes pruebas.

Las que viviremos dentro de siete días ocurrirán, adicionalmente, en un contexto comunicacional distinto. Serán las primeras elecciones nacionales en las condiciones de una sociedad en red.

Más de siete millones de cubanos con acceso a internet y sus redes sociales, bombardeados por las campañas fragmentadoras, manipuladoras y de descrédito de una implacable guerra híbrida, constituirán un desafío incalculable para la capacidad del sistema institucional revolucionario, las organizaciones sociales y de masas y de la sociedad civil para construir los consensos.

En una situación económica y social muy delicada, en la que los laboratorios de intoxicación mediática y sus diversos generadores de contenidos buscaron sembrar la apatía, la falta de fe y la desesperanza, las fuerzas de la Revolución tendremos que salir a pelear en los espacios físicos y virtuales, a todas las escalas, el comprometimiento de la ciudadanía con este ejercicio de tanto peso para la democracia y la configuración y solidez del Estado socialista de derecho y justicia social refrendado en la Constitución.

Lo hacen con fuerza desde hace meses y es presumible que lo arrecien en las cercanías de la fecha para el ejercicio del sufragio, la contrarrevolución y sus sostenedores y financistas alimentarán por todas las vías, especialmente por su telaraña comunicacional manipuladora, el cansancio y el hastío, para convertirlo en energía movilizadora contra el acto electoral.

En ese escenario iremos a uno de los ejercicios de participación política más encumbrados, con la decisión de tener una Asamblea Nacional del Poder Popular más pequeña por su composición, pero de la que esperamos sea más grande por su relevancia. La nueva legislatura tendrá un ejercicio de representación que trascenderá a los intereses de toda la nación.

Son tiempos duros, en los que no faltan quienes pierden la fuerza, la energía o la fe. También se hacen más palpables, de una parte la grandeza de nuestro pueblo y de la otra los errores, torceduras y déficit internos. Todos tenemos puestas muchas expectativas en cómo avanzar hacia esa Cuba próspera tantas veces soñada, como escurridiza en el horizonte. El Parlamento delimita notoriamente esa ruta.

Plan contra plan, a 170 años del natalicio del Apóstol. Como en tantos momentos, «de la unión depende nuestra vida». Propongámonos, con ese elevado acto cívico que es ejercer el voto, dejar plantados a los frotadores de cizañas y maleficios con la «voluntad firme y unánime del pueblo cubano».

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