El agente Alejandro: Otro de los hombres del trabajo en silencio

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Eduardo Leal junto a su esposa Rosa Menéndez. Foto: Cubadebate.

Un día cualquiera, hace 75 años, Eduardito cruzó la calle Cielo de Camagüey junto a su padre para visitar el circo. Quedó impresionado por el espectáculo, más por una niña de vestido azul que bailaba allí. Entre la algarabía y la inocencia, cree recordar que dijo que aquella sería su esposa. Poco más de una década después, lo fue.

Entonces, no imaginaba lo que vendría: renunciar a sus nombres, a una vida “tranquila y normal”, trabajar para el Buró Federal de Investigaciones (FBI), la Agencia Central de Inteligencia (CIA)... En definitiva, para los Órganos de la Seguridad del Estado.

Eduardo Leal no cuenta su historia si no parte de Rosa Menéndez. Él, el agente Alejandro. Ella, su compañera Rosalba.

***

Si se motivó por la gesta revolucionaria, antes del triunfo de 1959, fue por las andanzas en el movimiento estudiantil. Resonaban el nombre de José Antonio Echeverría y las anécdotas más valerosas que un colegial querría imitar. No se trataba de marxismo o comunismo –cuenta–, sino de la certeza de que el estado de cosas debía cambiar.

“Era una necesidad”, dice.

Jesús Suárez Gayol, quien luego sería el Rubio en la guerrilla del Che, era también su referente. El entonces líder estudiantil lo impulsaba a las huelgas, a los mítines contra la dictadura de Batista. Allá iba Leal. Y la policía detrás.

Por ese motivo, hasta fue expulsado de la escuela; sin embargo, poco tiempo después ya no sería “tan revolucionario”.

***

Camagüey era un hervidero de emociones. El comandante del Ejército Rebelde Huber Matos, inconforme con el rumbo que emprendía el Gobierno revolucionario, llamó a la sedición. Al mismo tiempo, coexistían en la provincia el Movimiento de Recuperación Revolucionaria, el Movimiento de la Rosa Blanca y el Movimiento Demócrata Cristiano. Todos con carácter opositor.

Mientras tanto, Eduardo Leal comenzaba en el Instituto Nacional de Reforma Agraria. Le dieron la tarea de sumarse a la constitución de una granja del pueblo a partir de fincas expropiadas, en el municipio Amancio.

En medio de sus faenas, apareció Rafael Molina, un funcionario que le pidió asistencia con informes de rutina sobre la labor que desarrollaba allí. Hasta un día en que lo invitó a formar parte del DIER, génesis de los Órganos de la Seguridad del Estado.

***

“Empecé a trabajar con la contrarrevolución. Ingresé al movimiento de Huber Matos. Llegué a serles de confianza. En una ocasión, robaron en el central de Florida para recaudar fondos y yo fui quien guardó el dinero y las armas que utilizaron.

“Estaba planificado que saliéramos para Estados Unidos. Allá tenía varios tíos, hermanos de mi madre. Era conveniente en el sentido de que podríamos seguir trabajando para el DIER, pero el oficial me contactó y dijo que era mejor esperar. Había un plan mayor: lo mío era llegar a la CIA. Claro, solo tenía nociones de lo que significaba eso.

“Entonces, tuve que asumir la historia de que mis compañeros me habían dejado embarcado, agarrado de la brocha y, por tanto, debía ‘adaptarme’ al contexto para poder vivir.

“Milité en la Juventud, acepté varias responsabilidades y estuve donde hizo falta, lo mismo en la dirección económica de Turismo en Camagüey, que en un proyecto con soviéticos vinculados a los recursos hidráulicos. Después de pasar por una facultad obrero-campesina, matriculé en Ingeniería Agrónoma en la Universidad de Las Villas.

“Estando en ese proceso, me citaron al Partido provincial. El compañero Armando Hart me planteó que había sido seleccionado para estudiar en La Habana, que podría hacerme diplomático. Le dije: ‘Pero es que estoy estudiando Ingeniería’. Y él: '¿Usted se niega a hacer una tarea del Partido? Yo respondí: 'No, ¿cuándo hay que irse?'.

“Llegué a La Habana, comencé en la escuela Ñico López y luego matriculé en el curso de Relaciones Exteriores. Me mandaron para el ‘plan plátano’ en Artemisa y durante más de cinco meses estuve entre el estudio y el trabajo. Las aulas estaban allí mismo, improvisadas con madera.

“Me gradué en el Instituto Superior de Servicio Exterior (ISSE), que después dio paso al Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI). Estuve de especialista en política exterior de Estados Unidos, Canadá y el Caribe; responsable de protocolo y jefe de actividades especiales, en distintos momentos. En esta última función, pude trabajar muy cerca de Fidel, en actividades de primer nivel”.

Hasta un día en el que los ‘muchachones’ le llamaron: “Tenemos que sacarte de aquí y no de buena forma”. Eduardo les dijo: “Yo estoy aquí por una tarea, ¿cuándo hay que irse?”.

“Y me fui. O sea, tras discusiones y sanciones en el Partido. Salí de ahí para Telecomunicaciones Internacionales, de 'tracatán' de cuarta. Allí empecé a trabajar con Estados Unidos. Lo conocía muy bien y sabía lo que estaban haciendo. 

“En medio de eso, se me presentó una técnica uruguaya que necesitaba que le ayudara para no sé qué de comunicaciones. El objetivo era que yo fuera a visitarla a su casa. Un día me presionó para que fuera, porque era su cumpleaños. Aquello me parecía raro. Claro, era que allí había un oficial de la CIA, un diplomático de la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana (SINA). 

“Desde que llegué, toda la historia fue con él. Ella me lo presentó enseguida. Me dijo: ‘Sabemos que pronto vas a visitar Estados Unidos. No te preocupes, todo te va a salir bien, estamos al tanto de eso’. 

“Empecé a ir a Estados Unidos por funciones de trabajo. Una de mis tareas era tratar de que Cuba tuviera acceso a Intersac, a los satélites norteamericanos. Hasta entonces, teníamos acceso a cables submarinos y a Intersputnik. 

“Hasta el hotel donde me hospedaba fue a verme un tío. Según él, quería conversar conmigo, conocerme. Así empezó a darme vuelta y yo a cazarlo . Hasta que me dijo que necesitaba que trabajara para 'ellos'. Y el diálogo fue así:

–¿Quiénes son ellos? Mira, me he tenido que comer un cable yo solo, he tenido que asumir el comunismo al cual detesto y contra el que he luchado toda la vida por culpa de ustedes, porque me dejaron solo sin saber qué hacer. Ni una postal por fin de año. 

–Queremos que trabajes para el FBI. 

“Así lo hice durante tres años. Ellos me consultaban información de cubanos que llegaban a Estados Unidos. Además, estaban ansiosos por datos sobre los dirigentes de Cuba, por hacer llegar la señal de Radio y Televisión Martí. Yo, a la vez, discriminaba y sacaba los datos que podrían ser útiles para nosotros.  

“Entonces llegó otro tipo que me dijo: ‘Ni tu tío, ni este (el oficial del FBI)... Tú estás con nosotros que somos de la CIA. Te hemos analizado y verificado y eres clave’. 

“Ahí estuve ocho años, en esa especie de juego de inteligencia, como el gato y el ratón. Por el trabajo, radicaba muchas veces en Washington y tenía que viajar por Europa, a los países socialistas. Tenía una movilidad grande. Manejaba información que les interesaba. 

“Sus intereses mayores estaban en conocer particularidades de la frecuencia que usaban los cubanos durante la guerra de Angola para comunicarse, así como la ubicación y profundidad a la que estaba el cable coaxial que conectaba desde Pinar del Río a Guantánamo. Querían colocar un equipo, en algún punto, que les permitiera transmitir toda la información que pasara por allí a uno de sus satélites. Por supuesto, nunca les dije lo que sabía de ello. Mientras tanto, monitoreaban, como podían, llamadas y telegramas”.

***

Eduardo Leal conserva este billete. Le recuerda que sus principios no tienen precio. Foto: Cortesía de Eduardo Leal.

Por sus servicios dentro de la CIA, en “su lucha por la democracia y la libertad”, Eduardo Leal recibió una condecoración en Estados Unidos durante el Gobierno de Ronald Reagan. Antes, había sido “bien pagado” con miles de dólares. Cuando llegó al millón, le regalaron un billete impreso de recuerdo.

También guarda las memorias difíciles de aquellos años. La tensión permanente de sentirse vigilado, los desvelos; Rosa y sus tres hijos lejos; aquella vez en Roma, cuando le aplicaron la técnica del detector de mentiras con el polígrafo y salió victorioso. 

Cuando su expediente fue desclasificado, le dedicaron algunas líneas en un libro sobre los errores de la CIA. En tanto, aquí, tuvo el reconocimiento de Fidel Castro, para él, “lo mejor que ha dado esta tierra”. 

Leal junto a Rosa con la condecoración Capitán San Luis. Foto: Cortesía Eduardo Leal.

Leal tiene 80 años y aún trabaja. Lo hace como asesor en el Grupo de la Industria Electrónica, la Informática, la Automatización y las Comunicaciones (Gelect). Quiere tomarse un tiempo para escribir sus memorias, un viejo compromiso pospuesto, pero todavía no se decide. Aquí se siente útil. Como él, cientos de hombres sacrificados laboran en silencio por la patria.

A todos ellos, en este día, cuando se cumplen 64 años de los Órganos de la Seguridad del Estado, el agradecimiento de varias generaciones.