Lo reconozco, no tuve corazón para poder ver completo el último partido del Mundial. Cada vez que marcaba un gol Francia, me encerraba en el cuarto y me cubría la cabeza con la almohada; pero el ruido de los vecinos, la algarabía, traspasaba las ventanas atrancadas, la carne de la almohada.
Quizás hoy entendimos qué rayos es tener el corazón en la mano, un corazón esférico, un corazón pateado, un corazón que solo se siente realizado en el fondo de la red.