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De la tierra al cielo

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—No te imaginas, no te imaginas…, no te puedes imaginar —dice Jorge Luis y a tanta insistencia, paradójicamente, uno comienza a imaginar.

 

Lo he presagiado, porque ni sentado en el patio de la funeraria ha podido él alejarse de la muerte. La ha tenido en sus manos, en sus hombros, en el ataúd que carga sobre la Van que conduce al cementerio o al crematorio, creyendo que allí puede desprenderse finalmente de ella; como si el final de un viaje no quedara a la vuelta de otro y otro y otro… y los servicios necrológicos no simularan un círculo terrible del que Jorge Luis no ha querido escapar.

 

Si no tuviera la candidez dibujada en los ojos de un rostro que parece hermoso (hasta donde deja ver su máscara) podría simbolizar la guadaña. Pienso eso y al instante exorcizo la orfandad de creer que los evisceradores, los choferes de carros fúnebres y los sepultureros componen una tríada que se aleja de la belleza. Pero ya es tarde, lo he pensado y apenas me consuela la idea de que nosotros los vivos nos inventamos excusas para no mirar de cerca a los muertos y a los que viven tan cerca de ellos.

 

Y Jorge Luis lo ha estado; incluso durmiendo, mientras soñaba a su esposa cadáver y gritaba por todos los que sí lo eran y ahora ni en sueños lo dejaban descansar en paz. Ella se levantaría, le haría un tilito, así en diminutivo, y le conseguiría algunos clordiazepóxidos para los días que estaban por venir, pero Jorge Luis Ceballos Cardoso ha sido más fuerte de lo que pensó que sería.

 

De hecho, al principio no tuvo que pensarlo siquiera porque le dijeron que apoyaría el servicio de ambulancias y por algunos tropiezos que todavía no se explica, cuando se presentó le dieron guantes, batas, caretas, sobrebatas, le explicaron el protocolo y le pusieron en su capot Servicios Necrológicos. Entonces su guagüita de Artex pasó a ser carro fúnebre y a él se le unió «el cielo con la tierra», que es la frase con que describe su primer día, sin sospechar que luego sería la metáfora perfecta: de la tierra al cielo es la ruta que sigue.

 

Tan acostumbrado anda ya de 8.00 de la mañana a 8.00 de la noche que se atreve a decir que la muerte es natural. Más natural que la vida —se corrige—, es más fácil evitar que alguien nazca, a que alguien muera. Es la Ley, la Ley de la vida, sobre la muerte. Y dicho eso, sus 29 hablan en términos de un añoso 92.

 

Tiene el lenguaje de quien parece haberlo visto todo en esta vida… y en estas muertes. A la bebé de siete meses que no sabía cómo tomar para poner en su cajita, al joven de 16 con una enfermedad extrañísima, a otros muertos que la familia no quiso tocar por miedo y él tenía que vestir y cargar con ayuda, pues solo nunca ha podido. A los tantos que despedían entre gritos y molestias porque cuando los muertos se morían en casa «de pronto», su gente no quería ver que la respuesta, tal vez la única que tuvieron, llegara «cuando ya no había nada que hacer».

 

Justo ahí llegaba Jorge Luis a cargar con todas las culpas del antes y a encerrarlas en una bolsa, junto al cuerpo. A cumplir con un protocolo que todavía lo mantiene sano, si es que llevar 14 fallecidos en un día al cementerio puede dejarle sana el alma a alguien.

 

«Yo solo llevé 14, pero en total todos los choferes sumamos 53», rememoraría de su peor jornada. «Al otro día Durán informó 12 muertes en Ciego de Ávila y hasta ahí vi el parte… y no me digas que no eran COVID, que la mayoría iba en bolsas, directo al cementerio y ese es el protocolo de la COVID», se apresura en decirme, creyendo que la periodista le objetará su falta de credibilidad en los medios, por ser ella parte de uno.

 

Y la periodista solo podrá decirle que 53 no es igual a 12 porque Cuba no cuenta sus fallecidos según el criterio de la OMS y la OPS. Mientras esas instituciones hablan de registrar a «todos los fallecidos donde la enfermedad causó o se supone que causó o contribuyó a la muerte», aquí la tipología obvia ese concepto y, por tanto, reduce las cifras.

 

Trabajos periodísticos publicados recientemente en los medios provinciales Invasor de Ciego de Ávila y 26 de Julio de las Tunas, confirman esta tesis y reflejan la preocupación del personal de Salud y la población sobre el tema.

 

Jorge, sin embargo, lleva la cuenta que a él le consta en su ruta diaria, y eso en esta provincia significó un trasiego intenso para todos los que la siguen: 1 424 decesos en julio y unos 1 300 hasta el 20 de agosto, fecha en la que el director provincial de Servicios Comunales ofrecía los números.

 

En apenas dos meses del 2021 Ciego de Ávila reportaba más del 65 por ciento del total de fallecidos del 2020, año en el que murieron 4 172 personas, según el Anuario Estadístico de Salud. Muy similar al 2019 (cuando perecieron 4 002) y muy alejado de su mortalidad histórica. El promedio mensual se nos ha multiplicado por cuatro.

 

Nos está llegando al cielo. Y hasta allí conduce Jorge Luis. Que Dios lo acompañe.

 

  • Por Katia Siberia García/ Tomado de Alma Máter

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