Hay veces que me pregunto si bebí por error la TuKola del olvido. Quizá me sucedió por no hacerle caso a mi madre y aceptar tragos de extraños. No obstante, hasta el alcohol está demasiado caro para rechazar Cubalibres, así como así. Dios sabrá cuándo me lo tomé o quién me lo ofreció. Sin embargo, esta resulta la única explicación plausible para mis fallas de memoria.

No sé en qué momento una máquina a Colón llegó a costar 1 000 pesos, o un asiento en similar transporte hacia La Habana 2 000. A veces, cuando veo esos precios, pienso que a alguien se le fue algún cero de más, al repetir: “¿Cuánto?”, enseguida el increpado toma la defensiva y habla de que hay que subir “porque la vida está muy cara y dura”, “una libra de frijoles cuesta 300”, “un file de huevo 2 900” y el “dólar, ese ya anda por las nubes”.

¿Qué sucede con la distribución de gas licuado que origina demoras en la entrega a los clientes, específicamente en el local ubicado frente al parque Maceo, en la ciudad de Matanzas?”. Así comienzan su misiva, fechada el pasado 20 de diciembre, William González Salazar, residente en la calle Santa Rita, No. 29215, entre Monserrate y San Luis, Consejo Popular de Pueblo Nuevo; y su mensajero Lázaro Martín Cárdenas López (Monserrate, No. 11809, entre 119 y 121, en la propia barriada neopoblana).

La anciana logra aprensar con sus manos dos tubos del mototaxi detenido en la parada. Con suma dificultad coloca un pie en el peldaño y, como si se le fuera la vida, toma un impulso que le permite colocar su otro pie (el izquierdo) en el escalón superior. Su rostro contraído muestra el esfuerzo que realiza. Seguramente, pensará para sus adentros que ya no tiene edad para estos “jelengues”.

Algunas criaturas nacen con un halo oscuro que les perseguirá a donde quiera que vayan, hasta el desenlace abrupto, que no por esperado dejará de provocar ese sentimiento de tristeza ante lo irremediable.

Se reafirmará así el destino trágico, cual obra griega al más puro estilo de Esquilo, donde la existencia de ciertos personajes transcurren bajo ese signo de fatalidad que anuncia a cada paso su terrible final.