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La Seña de Moisés

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Para Moisés el éxito de la Seña del Humor consiste en que reunió un colectivo genial en una época de florecimiento del ámbito intelectual.

“Llega un hombre a los baños de la terminal, con tremendo dolor de estómago, pero están cerrados. Entonces va a una empresa:

—¿Compañera, puedo pasar el baño?

—Para eso tiene que autorizar el del sindicato.

“Luego, el del sindicato le manda a ver al de recursos humanos y, de ahí, al administrador. Lo van peloteando por todos lados, una burocracia tremenda, hasta que llega al baño donde encuentra un cartel: ‘Cerrado por inventario’”.

Quien narra este sketch, el humorista Moisés Rodríguez Cabrera, no puede evitar responder con un chiste a cada pregunta que le hago; es su particular manera de rememorar el devenir de La Seña del Humor de Matanzas, emblemático grupo que revolucionó la escena cubana durante las décadas de los 80 y 90.

“Todo empezó en 1982, en Pueblo Nuevo, en la casa de Aramís Quintero, quien junto a José Pelayo y a mí, conformó el núcleo fundador. Al principio creamos una página de humor gráfico y literario para el suplemento cultural Yumurí. La nombramos Tubería de Media, porque las cosas nos salían así, por tuberías”.

 

Moisés aclara que en esos tiempos no estaban muy seguros de lo que pretendían lograr con su trabajo, pero sí sabían de qué deseaban apartarse.

“No queríamos seguir los rumbos de programas televisivos como San Nicolás del Peladero o Casos y cosas de casa que, aunque funcionaron en su momento, ya estaban llenos de estereotipos, viciados en sus mecanismos de apelación, con un costumbrismo de códigos extenuados”.

Al poco tiempo se les ocurrió hacer una exposición en la galería de arte con una suerte de instalaciones humorísticas. Fue todo un suceso de público.

“Había, por ejemplo, un letrero de ‘Cuidado con el perro atado a una cadenita’ y, detrás de una columna, un pequeño perrito de yeso; tres imágenes: humor blanco, humor negro, humor guinga; un esqueleto con una caja de cigarro Popular a modo de corazón”.

En los altos de la Biblioteca Gener y del Monte se les organizó un homenaje y se invitó a Alejandro García (Virulo), que por entonces era el director del Conjunto Nacional de Espectáculos (CNE).

“Cuando él vio las cosas que escribíamos nos dijo: ‘Hay un sentido escénico muy grande en su trabajo’, y nos propone hacer un grupo al estilo del suyo. Así nos convertimos en la primera agrupación que surge en provincia, los iniciadores del movimiento del nuevo humor en Cuba.

“Recuerdo la discusión para ver qué nombre le poníamos; nos decidimos por La Seña porque hace referencia al guiño, al doble sentido.

“Empezamos a hacer casting con el Conjunto Dramático de Matanzas, con el de Radio 26, con gente afines a nosotros. Todos éramos graduados universitarios, ingenieros, licenciados, arquitectos, diseñadores, formados en otras cosas y después sobre las tablas, teníamos otro nivel de complejidad en la elaboración del discurso humorístico”.

 

En 1984 el CNE estrena La esclava contra el árabe, con algunos guiones de los escritores de La Seña. Al año siguiente tienen su debut en el Karl Marx con Jaguar you Claudio

“A partir de ese momento amenizamos una peña fija en la Sala Atril. El grupo argentino Les Luthiers se presentó en Cuba y nos tocó actuar en el protocolo de recepción. Inmediatamente nos reconocimos en el humor que hacían ellos porque manejamos el mismo lenguaje.

“Esos años fueron una vorágine de espectáculos, de giras nacionales en las que coincidimos con Pablo Milanés o Silvio Rodríguez. Prácticamente vivíamos en las guaguas. Actuamos en los mejores teatros y en bateyes apartados.

Durante los 80, surgieron un sinnúmero de grupos que se inspiraron en esta nueva manera de asumir la comicidad en escena: la Leña del Humor, Sala Manca, Onondivepa, Pagola la Paga, o la Piña del Humor, por solo citar algunos.

“Humoristas como Telo (Eleuterio González), Pible (Pablo Garí), Osvaldo Doimeadiós o Baudilio Espinosa se forman dentro de los códigos de la Seña. Cuando nos presentábamos, venían a los camerinos, nos consultaban sobre los personajes.

“No existe una escuela de humor en Cuba y nuestra formación resultó más coherente con la historia del teatro popular del siglo XIX, el vernáculo, el bufo. Fuimos el primer grupo humorístico que se evaluó en actuación, en la sala Covarrubias del Teatro Nacional, con una comisión que presidió Héctor Quintero”.

En su historial se cuentan otras singularidades: un festival precursor del Aquelarre, en el que se entregaba como premio un Melocactus Matanzanus; una revista, con diseño de Tony Carbonel y Yovani Bauta; programas de televisión (Señavisión) y radio (Teorética), y hasta un récord negativo, según el propio Moisés: ser la agrupación que más puertas de teatro rompió con las aglomeraciones de público.

Pero si algo se mantuvo constante en esos años fue su estrecha vinculación con el Teatro Sauto. “Allí ensayábamos, guardábamos los vestuarios, concebíamos los números y estrenábamos lo nuevo”.

Por supuesto, tuvieron sus momentos difíciles, de tirantez e incomprensiones por parte de los decisores, porque “lo cómico es transgresor por naturaleza, significa cuestionarlo todo siempre, tratar de señalar los defectos. En cualquier cuento de relajo: ‘Eres la primera mujer con quien duermo, las demás no me dejan dormir’. Ya estás infringiendo la moral mojigata”.

Aunque no puede marcarse un final claro para la Seña, algunos de sus principales miembros salieron de Cuba a inicios de los 90, y los espectáculos se hicieron más esporádicos en el transcurso de esa década hasta la siguiente.

A 40 años de su fundación, el canon creado por ellos pervive en la actual estética del arte de hacer reír, en la manera en que miramos y entendemos el humor los cubanos.

“El éxito del grupo, para mí, consiste en que reunió un colectivo de gente genial en un momento de gran florecimiento del ámbito intelectual en Matanzas.

“También en la construcción del discurso humorístico, un poco más elaborado, resultado de todo un background cultural, con muchas referencias a la historia universal, al arte. Recuerdo, por ejemplo, el número del gran tenor Marcelo Mirácolo. Alguien preguntaba: ‘¿Es Mirácolo o Miráculo? No, no, Mirácolo, un amante de las áreas verdes. Ah, no, perdón, de las arias de Verdi’.

“Es una especie neovernáculo quizá, pero que se corresponde con el nivel de desarrollo alcanzado por nuestra generación, con gran acceso a la universidad, a carreras de letras. El pensamiento tiene otra complejidad, aunque siempre con un arraigo popular”.

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