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El Cinematógrafo: El nombre de la rosa

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Ficha técnica:

Título original: Le nom de la rose

Año: 1986

Nacionalidad: Italia, Francia, Alemania Occidental

Dirección: Jean-Jacques Annaud

Guión: Andrew Birkin, Gérard Brach, Howard Franklin, Alain Godard

Fotografía: Tonino DelliColli

Música: James Horner

Reparto: Sean Connery, Christian Slater, F. Murray Abraham, Ron Perlman, Michel Lonsdale, Helmut Qualtinger, Feodor Chaliapin Jr., Valentina Vargas

Desde que la percusión de Horner acompaña el prefacio en off de un anciano que dice haber vivido algo inconmensurable, las promesas de una buena historia quedan instauradas e iniciamos viaje, hacia una época de oscuridad solo comparable al fondo en tinieblas con que abre el film. Se trata de un arranque ambiguo, seguido de paisajismo lúgubre y prontas referencias a las malas artes del Maligno: adecuada introducción a un misterio cuya clave reside en el mundo de los libros, elemento tan fascinante temáticamente como poco explorado en el cine –dentro de los mejores ejemplos, La novena puerta (1999, Roman Polanski) es incluso superior a esta película–, debido al tono poco espectacular que posee la actividad de la lectura para quien busca consumir una forma de expresión tan diferente como es el cine, por más que se emocione entre páginas.

No obstante, si El nombre de la rosa tiene entre sus objetivos intrigar cada vez que se revisa, rendir tributo a las letras y reproducir a 24 fotogramas por segundo una sucesión arquitectónica, fisonómica y sensitiva del Medioevo, lo logra pese a defectos poco esperables del Annaud que había hecho Los conquistadores del fuego (1981) y que poco después haría El oso (1988), probablemente los dos mayores logros de un cineasta que más adelante se quedaría por debajo de su capacidad para pegar al espectador a la pantalla y tenerlo pendiente de cada rama que se pisa fuera de campo, de cada idea que brota como por sí sola de un simple plano general en exteriores.

En esta ocasión, aun tratándose de un argumento tan trepidante y estimulante intelectualmente como el propuesto por Umberto Eco en la novela homónima, que es de lo mejor que he leído y a la que deseé una adaptación a su altura para rebatir esa débil máxima de “el libro siempre supera a la película”, aun con abundante alternancia entre planos cortos y largos, así como rupturas de tono en función del impacto emocional, el thriller detectivesco-teológico diseñado por Annaud peca, por sí mismo y no por Eco ni por imposibilidad de adaptarle con amenidad, de expectativas creadas y expectativas no alcanzadas. Sobre todo en el desarrollo del último tercio, la acción se acelera y reduce los índices de inteligencia técnica y discursiva hasta entonces obtenidos, por lo que da la sensación de haber asistido o bien a una película profunda con resolución facilista o bien a una película facilista con vocación de profundidad; me inclino por lo primero.

Los mayores logros de El nombre de la rosa son, y parece poco polémico reconocerlo, más estéticos que narrativos, puesto que el desarrollo deriva hacia lugares comunes encadenados de manera común y menos emocionante y trascendental que otras búsquedas de fin a un enigma estrenadas en períodos cercanos, como Cazador de hombres (1986, Michael Mann), de mayor complejidad en sus estructuras decorativas y morales a pesar de ambientarse en la contemporaneidad. A ratos la cámara parece ahogada entre los estrechos interiores y la iluminación de velas, aunque se les dé bastante aire a los actores en el plano y se aprovechen cielos magníficos, por lo que echo en falta algún movimiento externo al monasterio, de ventana en ventana, de torre en torre, que relacione con transparencia de ubicación a los elementos implicados en el nudo argumental (personajes, lugares donde acontecieron los crímenes, sucesos ajenos a la investigación de fray Guillermo de Baskerville), como al inicio de Un ladrón en la alcoba (1932, Ernst Lubitsch) o antes del doble homicidio femenino en Tenebrae (1982, Dario Argento); en lugar de ello tenemos buenos flashbacks, no una profundización extraordinaria en la historia a través de la caligrafía fílmica.

Una serie de asesinatos inexplicables, cuya respuesta se halla en la literatura, conduce al agudo fraile Guillermo de Baskerville a una remota abadía italiana.

Como una virtud ineludible, se repite el realismo ambiental que Annaud solía buscar en sus trabajos más inspirados antes de Enemigos a las puertas (2001), aspecto donde el maquillaje y peinado de los intérpretes resulta esencial en la recreación casi pictórica que se lleva a cabo, muestra del perfeccionismo latente del autor. Ya mencionado, desde luego, no se puede dejar de destacar, con excepción de Christian Slater, el buen casting realizado, los rostros escogidos o acentuados, además de la acertada interpretación de Connery y el poder comunicativo de Perlman; en cuanto al posterior entrevistador de vampiros de los 90, por mal que se proyecte ante la cámara, suya es una de las situaciones más interesantes que encontraremos a lo largo del recorrido: el encuentro con la joven campesina, seguido por un entendible aluvión de dudas y planteamientos sacerdotales.

Una película que parecía tenerlo todo, hasta suficiente factura y sensibilidad artística para superar a su base literaria o al menos osarlo. Algo quedó en el camino a la cima de la excelencia, perdido entre planos inquietantes y valiosos, como el de la sangre cayendo, y persecuciones en un laberinto no expuestas de la mejor manera; tal vez exceso de guionistas, tal vez  esfuerzos por hacer viable comercialmente un material denso…

Probablemente nunca, como el nombre de la rosa, sabremos qué haya sido.

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