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La Feria del Libro, entre el meroliqueo y los precios “puñalá”

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Promovida como la “fiesta del libro y la lectura”, la feria en ocasiones pierde esta condición en las periferias de la bisutería.

El otro día un amigo me contaba que cuando llevó a su hija adolescente a la Feria del Libro, él, que nunca ha creído mucho, rezaba porque no se antojara de nada excesivo, sino de algo en concordancia con esa frase de amargo humor de que “me sobra mes al final del salario”. Medio predispuesto, me confiesa, bajó hasta Narváez, donde se apiñaban los diferentes stands, y con un sol que poco a poco quitaba las ganas de vivir.

A pesar de sus plegarias, la niña se interesó por una agenda que en la tapa traía una foto de BTS —una banda de pop coreana— y, con el presentimiento de que las puñaladas duelen, mi amigo preguntó por el precio. “Mil pesos”, fue la respuesta. Él puso los ojos en el cielo. “Mire… pero viene con su bolígrafo y todo”, volvió a la carga la vendedora. “Papá, eso es lo que yo quiero”. Puso los ojos, más que en el cielo, en la estratosfera. “Niña, vas a tener que buscarte un papá nuevo”, sugirió la señora. “Hermano, tuve que morder ahí”.

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La 31 Feria Internacional del Libro (FIL) ya terminó en Matanzas. Este quizá se encuentre entre los eventos culturales más importantes del año en la ciudad y uno de los que más personas movilizan. Ello sucede por los recursos que se invierten en su preparación y realización, y porque a través de los años ha solidificado una tradición.

Promovida como la “fiesta del libro y la lectura”, en ocasiones pierde esta condición en las periferias de la bisutería, las calcomanías y el material de escritorio. Más que una estrategia para fomentar la literatura en la Isla, parece un bazar de artículos varios, muchos de ellos no relacionados con el objetivo cultural y educativo que se busca con la FIL.

Mi amigo, el de la vendedora invasiva y la agenda de pop coreana, me comentaba que si su hija se hubiera enamorado de un libro importante, que le sirviera para la escuela o que la ayudara en su crecimiento espiritual o intelectual, él, sin importarle los precios carnívoros, hubiera accedido, pero no era el caso.

No resulta secreto el mal momento que vive el libro cubano. Muchas editoriales tienen atrasos de años en sus planes, a causa de la poca disposición de papel y de tinta. Por ello escasean las novedades y se echa mano a los ejemplares almacenados por largo tiempo, dando la impresión de que las ofertas no varían mucho de una FIL a otra. Algunos brindan el libro digital como solución a esta disyuntiva; mas, en el país no existe la infraestructura para que sea una medida loable, por ahora.

Sin embargo, los montos de las ofertas de nuestras casas de letras resultan bastante bajos; incluso durante el Reordenamiento mantuvieron precios módicos, al alcance de los bolsillos más humildes. Ello contrasta con los importes de los artículos de algunos cuentapropistas o destinados al público infantil que se hallan entre los más solicitados.

Valga la aclaración de que me refiero a las ofertas comerciales de la feria, no al programa de actividades como lanzamientos de libros, tertulias, etc. Esas poseen sus propias dificultades, que muchas veces no dependen de los organizadores, sino de condiciones objetivas que golpean a todas las esferas nacionales. 

Por ejemplo, el otro día tuve el placer de asistir al lanzamiento en La Atenas de Cuba de Chamaquili y la pandemia, de Alexis Díaz Pimienta. La actividad estaba programada para las 10 de la mañana y se debió posponer para la una de la tarde. Todavía en ese horario no había arribado el texto desde el poligráfico. Al final, se realizó la presentación sin que se pudiera comercializar el volumen, porque el autor tenía que regresar a La Habana.

El “meroliqueo” desmedido y los altos precios de ciertos productos pueden atentar contra el espíritu de la FIL, que busca la promoción de la lectura. Esta práctica peligra ante el ritmo vertiginoso de los hábitos de consumo de la contemporaneidad, y se hace necesario su resguardo con todos los medios a mano. Cuidémonos de la vanidad innecesaria en este instante del año que muchos esperamos como cosa buena.  (Caricatura: Miguel Morales Madrigal)

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