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Las fantasías de Jonathan

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El joven Jonathan Rivero Méndez no solo ha publicado el poemario Las fantasías de Marlon, también se ha vinculado a la música, el audiovisual.

Misantropía, caballeros del viento, humanos perennes que son solo polvo. Un diálogo eterno consumido en el silencio, es tarde cuando respiro fuego, todas las desgracias, que no son pocas, recaen sobre mis hombros. Es tan poco el peso que puedo soportar, tanta la carga que llevo, que he hecho mi camino hacia el infierno, sin dar un solo paso”.

Generalmente excluyo la poesía de mis hábitos de lectura; sin embargo, al leer uno de los poemas escritos por Jonathan Rivero Méndez pertenecientes a su poemario Las fantasías de Marlon, en el acto le pedí que me enviara el volumen completo. Antes ya había compartido otro de sus trabajos conmigo, pero este me resultó fascinante.

Jonathan cursa el primer año de Licenciatura en Educación en Español y se ha vinculado a varios proyectos relacionados con la música, el audiovisual y el teatro. Imparte clases de Español-Literatura en el instituto preuniversitario Jorge Luis Dubrocq a los alumnos de décimo grado.

Sus aspiraciones después de graduarse se centran en vincularse a una editorial, debido a la cercanía que esto le proporcionaría con el campo de la literatura.

¿Qué te inspiró a escribir este poema y quién es Marlon?

“Surgió por trabajo lógico. Tenía una idea, una línea temática que venía del poemario. Este representa un enfrentamiento de cosmovisiones. Marlon es todos y a la vez es nadie, no es un ser físico.

Mis mayores influencias son Virgilio Piñeira, Jorge Luis Borges y José Soler Puig. Sus escritos me han motivado a incursionar en determinados géneros”.

¿Cómo comenzó tu interacción con las artes?

“Cuando empecé en el taller de Cecilia Soto en la Casa de Cultura de Tirry, después me fui moviendo. Conocí a Yanira Marimón, me uní a su grupo. Estuve como dos o tres años con ella hasta que partió para España y finalizando allí estaba integrándome a Grafómano, el taller de las AHS que reúne a escritores jóvenes. He participado en muchas de sus actividades, aunque últimamente la falta de tiempo resulta un obstáculo para que lo haga con más frecuencia.

“Al empezar con Yanira ella trabajaba en Ediciones Matanzas, donde tenían una sección, que seguramente todavía existe, en una de sus revistas para dar a conocer a jóvenes poetas. Ahí publicó tres poemas míos, cortos, que actualmente me resultaría un poco incómodo leerlos; es decir, para haberlos escrito con 16 años están bien, pero ahora que tengo mayor experiencia escribiendo los veo desde otra perspectiva. Hace un tiempo también envié un cuento y un par de poemas a una revista digital mexicana”.

¿Cuáles son tus vínculos con el teatro?

“Estuve en Artes Escénicas, en un curso de artes dramáticas que aplicaba tanto para el teatro como para el cine. También me uní a un grupo teatral, pero con ellos no hice obras específicamente. Fue un trabajo de entretenimiento y animación en hoteles, tenía que hacer de estatua viviente”.

¿Qué se sintió encarnar a una estatua viviente?

“Yo estaba en doce grado, me invitaron a unirme porque les faltaba personal. Mi primer día como estatua fue un 14 de febrero y me disfrazaron de Romeo. Estar parado tanto tiempo esa primera vez me costó, pero aun así resultó entretenido. Muchos piensan que lo difícil de escenificarlo consiste en permanecer así, quieto, pero realmente esa es la parte más fácil. Lo más complejo es aguantar el calor, por la pintura. El sol da mucha incomodidad, ahora mismo con estas temperaturas sería una locura porque el vestuario es un armatoste de plomo. 

“Yo hacía de Plácido Domínguez y mi traje era negro. También en algún momento hice de José White. Otros compañeros allí representaban a figuras de la cultura universal como Tutankamón, y a personalidades emblemáticas de nuestra región como Carilda y Milanés. Realizar trabajos así cambia un poco la forma de pensar porque uno se da cuenta de lo que cuesta lograr estas cosas”.

¿Cuándo comenzaste a incursionar en la música?

“Fue cuando estaba en décimo grado. Vi la guitarra que el profesor de educación artística tenía en la biblioteca para enseñar a los muchachos, me senté y aprendí un par de cosas con él. Dos o tres meses después conseguí una mía y empecé a practicar, me gustó. Me di cuenta de que no tenía dotes para cantar, entonces me dije que tenía que tocar bien, así que me centré en ello.

“Tomo clases hace aproximadamente un año y ha sido muy provechoso para mí. Las imparte Castellanos, profesor de la escuela de arte. Este proyecto está afiliado al centro Kairós y a una iglesia que está por la Calle de Medio. Nos graduamos en esta semana, vamos a tocar varios temas en la ceremonia”.

¿En qué lugares has tocado?

“En la Uneac, en la peña Los hijos de la luna, donde también he leído poesía. Antes tocaba en el café Vital como artista invitado, era parte de una tarde creativa donde mezclaban de todo un poco. En la universidad lo he hecho en varios eventos culturales”.

¿Qué actividades desarrollan en la peña Los hijos de la luna?

“Nos reunimos todos los integrantes en algún lugar, leemos lo que escribimos e intercambiamos sobre ello. Los segundos viernes de cada mes nos sentamos en la Uneac desde las seis de la tarde y leemos igual, pero con música de fondo para amenizar a ese público que nos acompaña”.

¿Qué proyectos tienes entre manos?

“Trabajo en un corto, hace un tiempo escribí el guión. Trata de una situación casual y el centro son las conversaciones, la forma de pensar, la vida de los personajes y sus objetivos. Hay tres roles principales, para que los interpretaran comencé a buscar muchachos en la universidad, gente con alguna inclinación por la actuación. Tuve que hacer las audiciones personalizadas, porque hubo fallos y fue una sola persona por día.

“En 12 grado me presenté a las pruebas del Instituto Superior de Arte. Por ahí me empezó a gustar sobre todo escribir guiones. Me son conocidos la parte de la dirección y otros aspectos pero no me atraen tanto como escribir, que es lo que verdaderamente me atrae.

“En un momento dado se me dio la oportunidad de trabajar con unas personas en un proyecto que quedó inconcluso, pero aún así logré obtener experiencia porque llegamos a grabar algunas escenas. A partir de ahí comencé a pensar en escribir algo mío y defenderlo hasta las últimas”. (Leysi Álvarez Fernández, estudiante de Periodismo)

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