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Los dioses y una historia de amor en febrero

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El Torneo Nacional de Softbol de la Prensa fue inolvidable. El torneo concluyó con victoria del gran favorito Medios Nacionales.

Toda mi vida se ha basado en estar entre aulas y campos de béisbol. En esos lugares siento que puedo ser libre e invencible. Por cosas del destino, el deporte y yo sufrimos un divorcio bastante duro. Aún en mi corazón siento ese amor tan fuerte como el primer día que jugué a la pelota. 

Siempre me han hablado de los “dioses del béisbol” (en este caso del softbol), seres omnipotentes que, desde el más allá, mantienen la justicia y el equilibrio de la vida en la tierra. Ellos fueron los encargados de que recibiera esa llamada inesperada.

Era una mañana ordinaria. Me llamó el profesor que imparte la asignatura Periodismo de Agencia, Ángel Darían Santa Cruz, a estudiantes de primer año de esa carrera. “¿Estás interesado en participar en el próximo Torneo Nacional de Softbol de la Prensa?”, me preguntó, luego de intercambiar los buenos días.

En otras ocasiones había escuchado sobre esta lid desaparecida, y la expectación que generaba su retorno, aunque desconocía que los estudiantes de Periodismo, Comunicación Social y Ciencias de la Información podían ser convocados, aun sin pertenecer a la Unión de Periodistas de Cuba (Upec). Él, muy amable, me explicó que los pupilos sí participaban, pero de manera regulada (cada equipo con no más de tres).

La propuesta me gustó y acepté con ánimo. Me dijo que representaríamos al equipo Vaqueros (fusión de las provincias Artemisa y Mayabeque), debido a que Matanzas no clasificó en el último zonal disputado. “Prepárate para desempeñar un buen papel”, fueron sus palabras antes de despedirse y colgar el teléfono.

Estaba alistándome para lo que sería mi primer encuentro con todos los muchachos. El reloj marcaba las 10:20 de la noche, cuando nos encontramos en el andén de la terminal de trenes yumurina. La mole de hierro que nos trasladaría hasta la ciudad de Holguín, sede del evento, acusaba retraso producto de algunas fallas mecánicas.

La ansiedad me superaba, no lograba quedarme más de un minuto en el mismo lugar, solo pensaba en que al fin conocería a los Vaqueros, con los que tanto interactué por el grupo de WhatsApp cinco meses antes. Junto a mí se encontraban los periodistas de la Atenas de Cuba, que, al igual que yo, servirían en calidad de refuerzo a algún involucrado en la disputa.

A lo lejos se escucha el sonido del acorazado. Comienzo a sudar de la emoción en una noche fría. Mi corazón se va acelerando cada vez más, solo se repiten dos palabras en mi mente: “ya viene, ya viene, ya viene”. La maquinaria hace acto de presencia. Escasos minutos después, en la puerta del vagón B, nos reciben Ricardo Ronquillo Bello, presidente de la Upec Nacional, y Annel Martínez Orta, presidente de la Liga, jugador y director del elenco favorito para alzarse con la medalla de oro por novena ocasión consecutiva.

Ambos nos conducen de manera cordial hacia los asientos correspondientes que, por desgracia, están en un área distinta a nuestros colegas, por problemas de capacidad. Sin embargo, me apresuro a organizar las maletas y salgo en busca del vagón A, donde descansaban mis compañeros. Al abrir la puerta, quedé impresionado cuando escuché las siguientes frases: “¡Al fin llegaron los matanceros!”, “¡Ahora sí estamos completos!”. En ese momento pensé: “Voy a darlo todo en Holguín”.

Nos hospedamos en Villa Tamarindo, lugar acogedor, cuyos trabajadores se esmeraron para brindarnos un servicio excelente y así alcanzar nuestro potencial en cada juego disputado. En el congresillo técnico efectuado en horario nocturno, nos informaron que la ceremonia de apertura se llevaría a cabo en el estadio de béisbol General Calixto García Íñiguez y, posteriormente, se enfrentarían los equipos Vaqueros y Medios Nacionales.

Sentía que mis músculos estaban tensos, no dejaba de mirar a las personas en las gradas. Wilber Pastrana (nuestro director) se percató de mi actitud y caminó hacia mí con paso sereno. Cuando logró estar frente a frente conmigo, solo dijo estas palabras: “Muchacho, este es tu primer torneo, haz lo que quieras en el terreno. Mientras disfrutes cada juego como si fuera el último, todo va a estar bien”. El monólogo terminó con un apretón de manos y salí a jugar.

Perdimos los dos juegos que celebramos ese día, 17×7 y 15×0, respectivamente, pero quedé satisfecho, porque cada conexión que atrapaba en los jardines y cada oportunidad al bate las aproveché como si fueran las últimas.

Llegamos a semifinales. Parecía algo imposible luego de perder los dos juegos ante Medios Nacionales y, como si fuera poco, caer ante la siempre difícil Las Tunas en el segundo encuentro con marcador reñido 8×7. A pesar de eso, supimos avanzar bajo presión, y le ganamos los dos desafíos a nuestro similar Isla de la Juventud, elenco que en los pronósticos de muchos sería el otro clasificado del grupo. 

Con balance de tres victorias e igual número de reveses, nos medimos ante la sede de la contienda. El estadio de softbol parecía un hospital de guerra, se podían escuchar los quejidos de los atletas por los dolores físicos y fue necesario recurrir a analgésicos y cremas para aliviar un poco las molestias; aun así, no hubo ni siquiera un solo hombre que le dijera al señor Wilber: “hoy no puedo jugar”. Esa frase no existió para nosotros, que combatimos hasta el final y dejamos (en algunos casos de manera literal) la piel en el terreno.

Terminamos perdiendo el juego 6×4. Los atletas cayeron con las botas puestas. Ofrecimos buen duelo a todos los fanáticos, que regresaban a sus casas alegres de presenciar un excelente combate a “muerte”.

El torneo concluyó con victoria del gran favorito Medios Nacionales, aunque los de la región oriental no permitieron libertades, amenazando todo el tiempo con llevarse el gato al agua. El metal bronceado fue para los de la Tierra de los Tinajones, por mejor balance de victorias y derrotas que los Vaqueros en la fase de grupos (cuatro sonrisas y dos descalabros).

A Holguín solo me resta agradecerle por la acogida durante una semana. A los miembros de la Upec los convido a que no dejen morir este evento que tanta alegría transmite a todos los involucrados. A los Vaqueros: las gracias por recibirme como uno más de ellos. A la Ciudad de los Parques llegué junto a compañeros, y me despedí de ella acompañado de hermanos. (Oscar David Piñera Guillot, estudiante de Periodismo)

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