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Cuando amas lo que eres

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Ana Isabel Baños Alfonso ama la medicina. Orgullosa mira su bata una y otra vez y recuerda cuántas experiencias como doctora ha vivido.

Saberse frente a un micrófono puede dejar estupefacto al más ávido. Hay quien le teme al rol de entrevistado aún cuando se tenga el poder de la palabra, y la fluidez y elocuencia del lenguaje sea una de sus virtudes. Por eso no es de extrañar que ante la petición de una entrevista lleguen disímiles esquivas acompañadas de la clásica pregunta: ¿y por qué a mí?

Sin embargo, a Ana Isabel Baños Alfonso solo le preocupó una cosa: cómo hacer un tiempo en su apretada agenda docente. Tal pareciera que esta profesional no se hubiese jubilado nunca y tampoco le caminara el almanaque, porque su vitalidad y entrega por la profesión que eligió hace más de cuatro décadas le mantienen aún en activo, formando relevos. 

SOY MÉDICO ¡ME GRADUÉ!

“Me defino como una persona exigente en cualquier tipo de tarea: ya sea en la casa, en la educación formal de los muchachos o en mi trabajo —son sus primeras palabras, mientras nos acomodamos en la salita de su casa, pequeña pero confortable—. Soy incisiva e incansable. No sesgo en mi forma de hacer hasta alcanzar lo que me tracé”, insiste, y espera a que el panadero cese su pregón, que se cuela por las hendijas de la ventana. 

“Soy médico. ¡Me gradué! Eso es muy importante para mí, porque fue mi sueño y lo hice realidad en el año 81”. Quizá quienes ahora estudian esta especialidad no asimilen la expresión, porque ya no se necesita de grandes promedios ni de ser los primeros escalafones del país. Pero en los tiempos en que Ana se decantó por la medicina existían más obstáculos.  

“Nunca pensé hacerme médico y siempre lo pensé, fíjate qué clase de contradicción. Desde los cinco años decía que quería ser médico y pedía batas con el nombre bordado. Todo el mundo se reía porque en aquel momento no había triunfado la Revolución. Son épocas que uno nunca olvida, aunque quiere hacerlo, porque éramos una familia muy pobre, y no había ni escuelas gratis. Estudié en una particular, la 28, aquí en Jesús María, pero muy modesta, no como las del centro de Matanzas. 

“Soy hija de un tabaquero y una mujer que no pudo hacer su carrera porque se enfermó muy joven de tuberculosis, y antiguamente no había posibilidad de curar ese tipo de paciente. Mi abuelo era zapatero remendón y abuela no tenía trabajo, era ama de casa. El amor de ellos estuvo por encima de todo. Para conseguir una meta hay que ser muy disciplinado, persistente en la idea, y ellos me educaron para que fuera así”.

Mientras evoca al pasado escapa un suspiro, los ojos se humedecen y las palabras se entrecortan. Hay seres que ya no están. Pero también hay éxitos que reconfortan, como la sudada bata blanca que se encuentra colgada en el espaldar del sillón.

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“Sí, lo logré. Estudié dos años en La Habana. Fue difícil. Ese tiempo, desde que empecé a decir que quería ser médico hasta que me hice médico, fue de mucho trabajo, trabajo para estudiar porque los apagones eran horribles y no había muchas aulas. Nos reunían a varios grupos en el salón de actos, con los pocos profesores que se quedaron, para poder dar clase y que saliéramos triunfantes. Difícil fue la separación de la casa y los muchos trabajos voluntarios y productivos en el pre. 

Estoy muy orgullosa de mi generación porque no le tuvo miedo a nada y se formó contra viento y marea. Éramos todos iguales y nos queríamos con la vida y ahora, al cabo de los años, nos estamos reuniendo y nos hemos dado cuenta de que todo el mundo es profesional. Esa graduación del 70 de pre la hicimos en la zafra de los 10 millones: los varones cortando caña en Matanzas y las muchachas en Pinar del Río, en el tabaco”. 

CRECER ANTE LOS RETOS

Orgullosa mira su bata una y otra vez. “Nada cae del cielo —asegura—. Por el esfuerzo después de graduarme, gané mi plaza aquí en el hospital. Salí vanguardia nacional varias veces”. 

El hospital que le abrió sus puertas fue el pediátrico matancero, donde laboró durante 45 años y a donde aún asiste a formar pupilos. “Adquirí la categoría docente siendo aún residente. Daba clases en la escuela de enfermeras en Versalles. Muchas ya se han retirado y yo sigo ahí. 

“Fui a cumplir misión; estuve en Nicaragua, y la terminé en Argelia, porque Nicaragua estaba en guerra y el Comandante nos mandó a regresar a las mujeres primero, luego a los muchachos, y al final salimos todos. Cuando regreso de la misión, el hospital estaba acabado de remodelar: ese puente que existe, que une las áreas del policlínico o consulta externa con la docencia y el ala derecha de hospitalización. Ahí me dieron la tarea de ponerme al frente, como jefa de Servicio de ese Cuerpo de Guardia”. 

Una contractura del rostro delata lo fuerte de la tarea, y no fue cosa de un año, ¡fueron más de dos décadas! “Tenía que estudiar mucho, aprenderme los protocolos de tratamiento de todos los servicios. Fue arduo pero muy bonito, porque era una lucha constante para no perder a ningún niño. En paralelo, era administrativa, docente, asistencial, también tenía cargos en las filas del Partido y era madre. Había que ser una mujer orquesta, pero la verdad marchó todo perfectamente bien, la familia me ayudó mucho. Casi 23 años estuve al frente de ese Cuerpo de Guardia.

“De ahí fui para la docencia, seguía haciendo guardia pero hacía falta un docente, porque el personal mayor o se iba jubilando o tenían problemas de salud y era necesario reforzar. Mi trayectoria como profesional va muy aparejada a la docencia y la investigación. Ese fue mi proyecto de vida y lo hice con creces, con sacrificio, y me siento bien con ello”.

CUANDO SE AMA A LOS NIÑOS

Todo el mundo tiene una pasión y la mía son los niños, porque no hay nada más valioso en el mundo. Los pediatras somos amigos de los niños, no de los padres. El niño no habla, pero cómo comunica. Esas expresiones faciales lo dicen todo. Es increíble.

“Tuve que jubilarme por problemas en la visión y me ha costado mucho, me ha dolido demasiado, porque me siento apta para hacer un buen examen físico y un buen interrogatorio, que son las dos cosas más importantes para llegar a un diagnóstico. Hay que ser Sherlock Holmes, porque los niños no hablan y los padres muchas veces, por no ingresar, omiten datos. Te tienes que armar de coraza y de una paciencia tremenda, porque estás defendiendo la vida de ese niño a toda costa. 

“Tengo dos anécdotas muy dolorosas. En la década de los 80, por falta de supervisión u observación de los adultos, dos niños fallecieron. Sí, porque cuando llegan aquí se dice que es ‘accidente’ y el accidente no resulta tan accidental. A veces los adultos creen que los pequeños son grandes ya, porque tienen seis o siete años, y están jugando en la calle o se quedan solos en la casa. 

“Estas dos anécdotas ocurrieron en dos meses, pero en dos fines de semana seguidos: el último de abril y el primero de mayo del 87. Ambos niños llegaron extremadamente graves y fallecieron llegando al Cuerpo de Guardia. Uno tenía un añito de edad y estaba acostumbrado a que le dieran cualquier tipo de alimento líquido o leche, no en su pomito infantil, sino en piquito de botella. Estaba jugando en la cocina, se quedó solo y en fracciones de segundo vio una botella y se la empinó, y tenía cloro. Al otro, un poquito más grande, le sucedió lo mismo, pero con gasolina. 

“Eso no solo es inolvidable para la familia, también me marcó a mí y a mi equipo de trabajo, que eran magníficas personas. Nadie se movía ni se iba para casa dejando pendientes, hasta que la urgencia no se resolviera todos estábamos. Había pasión”.

EL DENGUE Y SU PRUEBA DE FUEGO

“La experiencia más dura que tuve fue en los primeros años, cuando todavía no me había graduado, y se dio la primera epidemia de dengue, en el 81. No había personal y me pusieron como jefa de un Servicio, sin graduarme todavía, pero me encontraron capacitada para ello. Esa sala era toda de dengue

“Mi hija era pequeña y yo me pasaba la semana entera ahí. Tenía una saya y una blusa muy finitas que se lavaban por la noche durmiendo ahí, en la estación de enfermería, en colchones o colchonetas o pisos, porque había que empatar un día con el otro. No podíamos darnos el lujo de cambiarnos por equipo. 

“Había que estar ahí físicamente, y las enfermeras maravillosas, como Nilda Villami, que lo dio todo, 24 por 24. Cuando tú salías a dar el parte de cómo estaban los niños, aquello parecía una concentración; un pueblo entero. Todo el mundo dio cuanto tenía. Hay que vivirlo para saber cómo fue estar ahí. Y por suerte en toda la provincia no tuvimos más de seis fallecidos. 

“Esa primera cepa no era hemorrágica, pero era la primera vez que el país se enfrentaba al dengue, y no se sabía prácticamente nada. Provocaba mucho shock hipovolémico, porque la sangre se concentraba, subía la hemoglobina y eran como si tuviera una pasta dentro de las venas y aquello había que moverlo y todo estaba en ciernes, estaba comenzando. Uno estaba aprendiendo junto con la epidemia”.

SATISFACCIONES QUE LLEGAN CON LOS AÑOS

“Realmente la vida me ha premiado mucho. Tengo la medalla de Jesús Menéndez y el Sello 50 años por la docencia. Este año la FEU nos dio un reconocimiento a los profesores que llevábamos más edad en la Facultad, y eso estimula. Por lo menos me hace sentir todavía necesaria, es un empujoncito más que da la vida.

“Me jubilé el 20 de mayo, pero seguí trabajando hasta el 30 de julio. Fui para mi casa ese mes de vacaciones y la última semana de agosto me estaban buscando para dar clases, y aquí sigo en activo. 

“Siempre me ha gustado la docencia, no solo enseñar desde el punto de vista curricular, sino formalmente. Nadie sabe el alcance que tiene un profesor en un educando cuando le instruye, cuando se preocupa por el alumno y está al pendiente de su situación familiar.

“En un pediatra creo que no debería faltar la dedicación, el estudio y la sensibilidad humana, el ponerse a la altura de ese niño para poderlo entender y ayudar; y hay que ver cómo los bebés aprenden. Es saber llegar; y para eso hay que estudiar, proteger al niño en primer lugar y enseñar a la familia para que lo proteja; lograr que el padre tenga confianza en ese médico que le atiende, porque de lo contrario no harán el tratamiento como debe ser. 

“Me falta ejercer la medicina, porque no he dejado de dar docencia nunca. Para mí van ligados, es un binomio, en cualquier profesión. Uno quiere siempre dar lo mejor de sí, y qué mejor manera que preparando al que viene detrás de ti. Creo que líder perfecto, profesor perfecto, es el que deja preparado a su relevo.

“Aparte de la medicina, me gusta mucho pintar, coser, bordar y tejer; lo que me enseñó mi abuela, que consideraba imprescindible para una mujer aprender manualidades. Me pararon para ser ama de casa, y me fui a ser profesional”, y mientras lo dice con orgullo Ana Isabel se levanta y se acerca a la bata. No es justo salir en la foto sin su compañera de mil batallas. 

“Si tuviera algo que reprocharle a la vida, sería dar los segundos, minutos, meses, años, a cualquier persona menos a mí misma. He sido más de todo el mundo que de mí. Es el único reproche que tengo, porque la vida es una sola y hay que saberla vivir, pasa muy rápido y ni cuenta nos damos. El haber alcanzado todas mis aspiraciones como profesional, eso es lo que me compensa, porque amo lo que soy”.

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