¡Qué rápido se recuperó de la muerte de su mamá! Así comentaba la vecina de Lourdes cuando la vio salir hacia la playa con su esposo e hijos. Habían pasado dos meses desde que la mujer que la trajo al mundo dejó de respirar. 

Lo que la vecina no comprende es que Lourdes ya sufrió todo lo que le correspondía durante el tiempo que duró la enfermedad degenerativa de su madre, que día a día perdía facultades cognitivas y motoras, consumiéndose en una cama.

Aquella mañana de primavera en que abordé la Amistad, asido a una baranda más por obligación de las maestras que por temor a tropezar y caer al agua desde la segura pasarela, de veras me creía estar pisando suelo rebelde, maderamen de amotinados, una goleta más libre que sus velas al viento.

En cierto modo lo era, pero en un sentido simbólico que mi imaginativa y salgariana mente infantil se resistía a procesar.