Era una noche fresca. Sobre las doce, la temperatura rondaba los 18 grados Celsius. Vestido con pantalones largos, camisa de trabajo y unas botas de goma, un hombre joven, atlético, se bajó en la autopista. Venía de San Cristóbal.
Hasta la naturaleza parecía cómplice. Había luna llena por lo que fue fácil identificar la presa. Cogió el animal, lo trasladó de lugar y cometió el sacrificio. Metió en dos sacos todo lo que pudo y siguió su camino.