—No te imaginas, no te imaginas…, no te puedes imaginar —dice Jorge Luis y a tanta insistencia, paradójicamente, uno comienza a imaginar.

 

Lo he presagiado, porque ni sentado en el patio de la funeraria ha podido él alejarse de la muerte. La ha tenido en sus manos, en sus hombros, en el ataúd que carga sobre la Van que conduce al cementerio o al crematorio, creyendo que allí puede desprenderse finalmente de ella; como si el final de un viaje no quedara a la vuelta de otro y otro y otro… y los servicios necrológicos no simularan un círculo terrible del que Jorge Luis no ha querido escapar.